Alicent separó una baya de sinfocarpo más del ramillete y la echó al cuenco donde ya tenía un montoncito acumulado. Alguien carraspeó frente a ella, haciendo que pegara un bote en el sitio. Estaba tan absorta en sus propios pensamientos que hasta ese momento no se había dado cuenta que había alguien más en la tienda.
Tan pronto como cruzó los ojos con los de él, agachó de nuevo la mirada.
—¿Hola? —saludó Seth, confundido.
Alicent necesitó un momento para poner en orden sus sentimientos.
—Bienvenido —respondió al fin con tono apagado, sin levantar los ojos del expositor.
Quería volver a mirarlo, pero sentía que, si lo hacía, rompería a llorar. Desde hacía unos días lo único que impedía que se derrumbara era saber que Idgrod y Joric volverían pronto. Estar de nuevo con ellos era justo lo que necesitaba. Seguro que Idgrod encontraría la explicación de por qué la ignoraba, alejando esa incertidumbre que la estaba matando, y Joric la haría reír con alguna de sus tonterías. Necesitaba a sus amigos para recordar que el mundo no se había terminado solo porque él se hubiera aburrido de ella.
Sonrió solo de pensar en ellos y Seth resopló.
—Los huevos de cauro —exigió. El tono confundido se había desvanecido y ahora parecía enfadado—. ¿Los tienes ya?
Alicent se hundió un poco más tras el mostrador y al fin levantó la mirada, haciendo un pequeño puchero.
—No... —musitó—. Lo siento.
Seth golpeó la madera con la mano abierta, haciendo volar algunas ramitas de sinforicarpos. Alicent se volvió a sobresaltar y Seth desvió la mirada hacia un lado, frustrado.
—Pues nada.
—Unos bandidos atracaron el carro que traía los ingredientes —explicó. Se le formó un nudo en la garganta en cuanto terminó de decirlo.
Seguro que piensa que soy una inútil. Por eso ya no quiere pasar tiempo conmigo. Que la tomara con ella no era justo, pero no podía culparlo. Si no podía hacer algo tan sencillo como conseguir unos ingredientes cuando ese era literalmente su único trabajo, ¿cómo podía esperar que él desperdiciara su tiempo con ella?
—En fin. ¿Y cuándo llega el próximo envío?
—Tal vez en unos días... —masculló.
—Pues voy a estar de viaje hasta la semana que viene —se quejó él—. Esperaba tenerlos antes de mi cumpleaños —añadió Seth, haciendo que a Alicent le diera un vuelco en el corazón.
—No sabía que iba a ser tu cumpleaños —se le escapó. Lo dijo con sorpresa, y por algún motivo aquello pareció cabrear más a Seth. ¿Se lo había dicho en algún momento y no se acordaba? Aquello parecía improbable. Había repasado todas sus conversaciones mil veces en su cabeza—. Lo siento mucho, yo no... —añadió, al borde de las lágrimas.
La expresión de Seth se relajó.
—No es culpa tuya —respondió, suavizando el tono—. No te lo conté.
Se refería a lo del cumpleaños. Alicent hablaba de lo de la carretilla, pero no le quiso hacer pensar que lo otro le daba igual, así que asintió tímidamente.
¿Debería hacerle un regalo? Estando como estaban las cosas, no sabía si lo querría. Pero al mismo tiempo parecía realmente afectado porque lo hubiera olvidado.
—Bueno, nos vemos la semana que viene —se despidió Seth de manera abrupta.
Alicent respiró con fuerza para disimular que se estaba sorbiendo los mocos. Aquella era la conversación más larga que tenían en semanas, y ni siquiera había ido bien.
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Los Hijos de Bal
Fiksi PenggemarSeth Athan llegó a Morthal con un objetivo en mente: hacer lo necesario para convertirse en el nuevo adalid de Molag Bal, el señor de la dominación. Sin embargo, conocer a Alicent Baskerville (la joven hija de la alquimista del pueblo) y a sus amigo...