XXV. Feliz cumpleaños

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Alicent seguía sentada en el suelo. Se había abrazado las rodillas y ahora reposaba la cabeza sobre estas. Sus jadeos ahogados se habían ido apagando hasta que su respiración se calmó. No sabía cuánto llevaba allí sola, encerrada, pero debió ser bastante porque le habían empezado a pesar los párpados.

En algún momento Seth volvió y, aunque tuvo que abrir la puerta y acercarse, Alicent no se enteró hasta que lo tuvo delante.

—¿Estás ya más tranquila? —preguntó. Su voz todavía sonaba enfadada.

Su única respuesta fue un parpadeo. No, no estaba más calmada. Aunque podía entender por qué lo pensaba, porque ya ni siquiera temblaba. No podía. El miedo le había arrebatado el control de su propio cuerpo hasta tal extremo que, en algún momento, se había hecho pis. Era extraño, como si aquello lo hubiera hecho otra persona que no era ella. Debería estar roja como un tomate y llorando por la vergüenza. Debería haber intentado ocultar lo que había pasado, pero su cuerpo no obedecía. Era paradójico; aunque estaba allí encerrada, era como si su conciencia hubiera encontrado una vía de escape, a pesar de que seguía siendo parcialmente consciente de lo que pasaba a su alrededor.

—¿No me vas a responder? —preguntó molesto. Como no obtuvo respuesta, Seth la sujetó por los hombros y la zarandeó. Alicent sintió cómo su cabeza se bamboleaba. Cuando él paró quedó en un ángulo incómodo, hacia un lado—. ¿Ali? ¡Eh, Alicent! —La voz de Seth se llenó de ansiedad. Sujetó su cara y sus ojos se encontraron, pero en cuanto la soltó esta cayó hacia adelante. Alicent se sorprendió de lo mucho que pesaba su propia cabeza, ¿cómo podía no haberlo notado antes?—. Mierda —lo escuchó susurrar.

Los pasos sonando cada vez más lejos la hicieron saber que se había vuelto a ir. En el fondo, lo agradeció. Su interior estaba dividido en dos. La parte que lo había empezado a temer la avisó de que no se había escuchado la llave, y deseó ponerse en pie y huir. La parte que lo amaba la advirtió de que debía cambiarse de ropa rápido y esconder lo que había hecho. No quería que la oliera, que descubriera que se había meado encima. Preferiría morir. Pero su cuerpo ignoró tanto los deseos de su razón como los de su corazón.

Supo que volvía con Alva antes incluso de verla. Hablaban tan alto que los escuchó antes de que la puerta se abriera. Estaba bastante segura de que discutían por ella, pero era un poco frustrante porque, aunque los escuchaba gritar, no fue capaz de entender nada de lo que decían.

Alva se agachó frente a ella y agarró su cabeza. Alicent la miró con los ojos vacíos, cansados. Ahora le parecía incluso más guapa que antes y, sin duda, imponía más temor. ¿En qué momento se había transformado? Tuvo que ser tras su viaje. Alicent recordó sus ojeras antes de marchar. ¿Cómo había sido aquello que había dicho? "La manzana no cae muy lejos del árbol." No supo cómo sentirse al descubrir que la advertencia de Alva había sido sincera, aunque en su momento la achacó a que intentaba separarla de Seth para quedarse ella con él. Lo sabía. Sabía que esto pasaría. Aquel día estaba muy enfadada. ¿Sabía también lo que le pasaría a ella?

—Está en shock —aclaró Alva, cuya voz cortó su reflexión—. Tarde o temprano volverá en sí —aseguró.

—Más os vale —advirtió Seth.

Alva frunció el ceño a la vez que las aletas de su nariz se abrieron. Alicent supo en el acto que la había descubierto. Lo había olido. Se puso en pie y se apartó de ella y Seth no tardó en ocupar su lugar.

—No le vendría mal un baño —dijo la vampira con aspereza.

Seth levantó la mirada en dirección a Alva y luego volvió a clavarla en ella. Entonces él también lo notó. Su nariz se frunció, como quien huele algo desagradable, y la miró con una mezcla entre sorpresa y desagrado. Alicent quiso salir corriendo y esconderse de ambos, pero lo único que pudo hacer fue bajar los ojos al suelo.

Los Hijos de BalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora