Capítulo 14|Día de playa.

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Escuché ruido fuera de la habitación y me desperté. Eso no me ayudó nada con mi resaca.

Me aseé antes de salir y cuando lo hice, me encontré con Pete y Azael. El primero me echó una mirada de confusión y luego miró a su hermano menor.

—Ah, hola, Mia. No sabía que estabas aquí —eso último lo dijo mirando fijamente a Azael.

—Hola, Pete —devolví el saludo.

—Lamento si te desperté —se excusó.

—Nah, tranquilo. De todas formas, ya es tarde.

—Bueno, estás de suerte. Azael va a hacer el desayuno —sonrió, y el castaño lo miró con la boca abierta.

—Yo no dije que lo iba a hacer —replicó.

—Sí lo vas a hacer. Por nuestra invitada —insistió el rubio.

Azael giró los ojos y se encaminó a bajar las escaleras. Yo lo seguí, dejando a Pete con el ceño fruncido por mi atuendo.

—Si quieres me puedo ir —sugerí.

—¿Qué? No, Mia. Igualmente lo tendría que hacer —contestó.

—Vale.

¿Recuerdan cuando dije que seguramente no me iba a acordar de nada al otro día? Pues estaba equivocada.

Recordaba cada maldito detalle de la noche anterior y solo tenía ganas de pegarme en la cabeza con la pared.

¡Qué imbécil! ¿Cómo se me ocurre hacer algo así?

Definitivamente no tomaría más alcohol estando con Azael cerca.

Me sentía nerviosa y cohibida. Parecía un cachorro regañado caminando detrás de Azael.

Cuando llegamos a la cocina, me indicó que me sentara en la mesa y que no me preocupara porque él se iba a encargar de todo. Yo obedecí y me quedé mirando la madera de la mesa como si fuera lo más interesante del mundo.

Eché unas cuantas miradas hacia el castaño varias veces y me sentí más nerviosa. No sabía qué hacer a continuación, tampoco sabía si él recordaría la situación de anoche. Aunque era muy probable que sí lo hiciera. Estaba en sus cinco sentidos, todo lo contrario a mí.

Decidí hacer lo más estúpido que se me ocurrió: actuar como si nada hubiera pasado y comportarme como siempre. Con suerte, Azael se olvidaría de eso con el tiempo.

Ojalá hubiera sido así. Estaba completamente equivocada.

Me sobresalté cuando su mano dejó mi desayuno en la mesa y su antebrazo rozó con mi brazo. Mi cuerpo se tensó.

—¿Qué te pasa? —preguntó, divertido.

Lo miré a la cara, buscando en su expresión una señal de si sabría que estaba pensando en lo del día anterior.

—Nada —negué rápidamente.

—Vale. Come —asentí y me centré en mi plato.

Evité a toda costa el contacto visual, cosa que él debió notar teniendo en cuenta de que siempre nos mirábamos a los ojos.

Me toqué el bolsillo del short y noté que no tenía mi celular. Intenté recordar dónde lo había dejado.

—¿Sabes dónde dejé mi teléfono? —le pregunté al castaño y él me miró como si no esperara que le dirigiera la palabra.

—Creo que se quedó en mi cuarto —respondió.

—Iré a buscarlo, ya regreso —me levanté ante su atenta mirada y salí de la cocina.

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