Capítulo 11| La familia Stewart.

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Kilian y yo pasamos casi todo el día juntos. Fuimos a desayunar, luego caminamos una rato por el lago del pueblo, después de eso dimos un recorrido en el centro y ya a mitad de la tarde, nos detuvimos a comer algo en Coffe & Music.

Le conté sobre el voluntariado que estábamos haciendo Azael y yo en el orfanato.

—Es divertido y también... triste —expresé, mirando por la ventana.

—¿Por qué?

—Saber que no todos corren con la misma suerte de que alguien los adopte o que les toque una buena familia es algo que siempre llevo presente. Azael, Ethan y yo corrimos con suerte de que no solo nos adoptaran, sino que también nos tocara una buena familia. Es difícil, Kil —expliqué.

—No me imagino lo duro que debe ser eso, Mia.

—Las personas de ahí son buenas, pero eso no te quita el pensamiento de que tus progenitores te... dejaron a tu suerte en ese lugar. Quisiera hacer más por ellos, pero es que no hay mucho que hacer —muevo el pitillo de mi malteada y miro la ventana.

El pelirrojo y yo nos quedamos en silencio, uno que se vio interrumpido por una tercera persona.

—Hola, Mia —levanté la mirada y me encontré con Dylan, uno de mis pocos compañeros de clases que trataba.

—Hola, Dyl —devolví el saludo.

—¿Puedo sentarme con ustedes? —preguntó.

—Claro —respondí, y me hice a un lado para que sentara—. Dylan, él es Kilian, mi mejor amigo. Kilian, él es Dylan —los presenté. Ellos se estrecharon las manos de manera amable.

—¿De dónde se conocen? —nos preguntó el pelirrojo.

—Somos compañeros de clases —le contestó Dylan.

Unos minutos luego, ellos empezaron a hablar sobre arte y otras cosas más. Al parecer, tenían muchas cosas en común.

Me aburrí al instante y me puse a mirar mi teléfono. Di un sobresalto cuando Dylan se rió de algo que dijo Kilian.

—Iré al baño, chicos —dije, y ellos recordaron que yo existía.

—Ah, claro —Dylan se apartó para que pudiera salir y yo me fui al baño.

En el trayecto, choqué con una persona.

—Disculpa, no te vi —le dije al tipo que tenía en frente. Era rubio, de ojos marrones, la piel tostada y se veía mayor que yo.

—No te preocupes, yo tampoco te vi —respondió con una sonrisa amable—. Espera, ¿te conozco? —preguntó, frunciendo el ceño.

—No lo creo. Yo nunca olvido una cara guapa —contesté, y él rió.

—Vaya, gracias —le sonreí—. Pero yo te conozco a ti, aunque tú no a mí —aseguró.

—¿Sí?

—Eres amiga de mi hermano menor. Azael —aclaró.

—¿Jesse o Pete?

—Pete.

—Ya. Bueno, es un placer conocerte, Pete —extendí mi mano y él la estrechó.

—El placer es mío, Mia —devolvió. Luego nos soltamos las manos.

—Supongo que nos veremos luego.

—Claro —nos despedimos.

Hice lo que iba a hacer y salí del baño. Miré la mesa en donde estaba anteriormente y vi a mis dos amigos platicando.

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