Maldecía mentalmente a la comida china. La odiaba. Pero más odiaba a Azael, que me obligó comerla.
Y antes de que me quemen por insultar la comida china, déjenme decirles mis razones. Solo es una.
Bueno, resulta, pasa y acontece que esa comida me pone... ejem... un poco mal del estómago y hace que dure horas encerrada en un maldito baño.
Es razón suficiente para odiarla.
Azael entró al baño e instantáneamente hizo una mueca.
—Joder, Mia, pareces un ángel, pero cagas diabluras —dijo, el muy cretino.
—¿Y tú cagas flores o qué? Además, te recuerdo que esto es culpa tuya —espeté.
—No cago flores, pero tampoco diablos —rebatió.
—Lárgate de aquí, Azael —tomé el rollo de papel higiénico y se lo lancé mientras huía del baño.
—¿No vas a necesitar esto? —preguntó, recogiendo mi arma improvisada. Me reí al instante de la situación tan estúpida.
—Sí, devuélvemelo —contesté, aún riendo.
Azael me devolvió el papel y se marchó, cerrando la puerta del baño. No pasaron ni diez minutos cuando ya estaba tocando la puerta de nuevo.
—¿Te falta mucho?
—Sí —respondí, y él soltó un sonido de queja. Escuché ruido y luego silencio—. ¿Estás sentado detrás de la puerta? —indagué.
—En efecto —afirmó.
—Te quejas de mi mierda, pero ahí estás, oliéndola —resalté. Él rió.
—¿Qué te puedo decir? No puedo estar sin mi novia por mucho tiempo.
—Bueno, tendrás que esperarte un tiempo más.
—Estoy aburrido —dijo.
—Y no se te ocurrió mejor idea que venir a oler mi mierda —mascullé.
—La verdad es que sí se me ocurrieron mejores ideas, pero en todas estaba tú. Así que ya sabrás.
—Ya.
—¿Cuánto te falta?
—Yo qué sé, Azael —rodé los ojos—. Espérame media hora más.
—Vale.
Unos cinco minutos después me reí.
—¿De qué te ríes? —preguntó él.
—¿En qué momento llegamos a este nivel de confianza? Porque yo no lo recuerdo.
—No lo sé, me imagino que fue después de que uno hiciera sus necesidades y el otro se lavara los dientes al mismo tiempo en el baño —dijo, haciendo que soltara una carcajada.
—Sí, estoy segura que fue después de eso.
Tardé un tiempo más en poder salir del baño y me di una ducha antes de hacerlo.
Cuando volví al dormitorio, ya vestida, vi a Azael sentado en su cama con la espalda pegada a la cabecera y su laptop en el regazo.
—¿Qué haces? —pregunté, acercándome a él.
—Nada importante —me respondió con una sonrisa, cerrando la pantalla.
Es un abrir y cerrar de ojos, tomé el aparato y lo abrí frente a mí, ignorando las objeciones fingidas del castaño. Leí lo que estaba en la pantalla y fue ahí donde caí en la realidad que tanto había querido ignorar.
ESTÁS LEYENDO
VIENEN Y VAN
Novela JuvenilLas personas vienen y van en nuestras vidas. Algunas vienen y van. Y vuelven a venir. Y se vuelven a ir. Hasta volverse continuo. Supongo que Azael era una de esas.