Epílogo

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¿Se pensaban que la historia quedó ahí? Pues ya les digo yo que no.

La graduación de Azael fue un mes después de ese día. Como ya se imaginarán, disfrutamos al máximo nuestros últimos momentos juntos.

Sus padres se tomaron la noticia mucho mejor de lo que se esperaba y mostraron muchísimo apoyo a su hijo, como también el resto de la familia.

Azael y yo llevamos las cosas con tranquilidad y sin piedras en el camino. A pesar de nuestra notable diferencia de edades, éramos una pareja madura que hablábamos hasta lo mínimo.

El momento más duro de todos fue cuando lo dejamos en el aeropuerto.

Los demás se despidieron de él y me dejaron de última. Nos abrazamos por lo que pareció una hora, pero en realidad solo habían sido quince minutos.

Un último abrazo. Un último beso. Y un último "te amo".

Luego de eso entró al avión sin mirar atrás y aún así supe que no era un "adiós" sino un "hasta luego".

A pesar de que hablábamos por mensaje todos los días y hacíamos vídeo llamada de ven en cuando, los primeros días fueron una tortura, bueno, el primer año sin él fue toda una maldita tortura. A mitad de la madrugada, cuando no sentía su calor, me despertaba buscándolo. Al ver que no estaba y recordar lo que había pasado, me volvía a acostar y lloraba.

Casi no comía ni dormía. Y el pecho me dolía siempre. Todo eso hasta que me di cuenta que no era sano para mí y mi salud, así que decidí cambiar.

Me centré en mis estudios y mis propios objetivos. Estudié sin descansar y nunca dejé de prestar ayuda a quienes más lo necesitaban.

Los siguientes años pasaron volando y sin darme cuenta, ya me había graduado y por fin podía dedicarme a hacer lo que tanto llegué a amar en el proceso.

Amaba los niños, tratar, jugar y hacer cualquier cosas con ellos. Pero sobretodo, ayudarlos.

Cuando tenía veinticinco años, llegó él. El doctor cirujano James Smith de Londres.

Un hombre alto, de piel blanca como la porcelana, pelo rubio y ojos grises.

Ocho meses después de su llegada, un anillo de bodas tuvo lugar en mi dedo. Y un año más tarde, un bebé rubio de ojos azules llegó a nuestras vidas.

Cinco meses más tarde, una pequeñita asiática se unió a nuestra familia. Era una niña huérfana que estaba internada en uno de los orfanatos a los que mi esposo y yo prestábamos ayuda. Se ganó nuestros corazones de inmediato y decidimos adoptarla.

Nuestras vidas marcharon viento en popa. La pequeña Seojin se adaptó fácilmente a nosotros. Y el pequeño Ian fue creciendo hasta convertirse en un precioso niño.

Todo iba excelente y maravilloso. Hasta que sin notarlo, pasaron cinco años.

Entro a la cafetería en busca del café que no pude tomar antes de salir de casa. En el camino me consigo con Mindy, una de las enfermeras de mi turno.

—Hola, guapa —me saluda con su carisma de siempre.

—Hola, Mindy. ¿Qué tal todo? —pregunto.

—Todo bien. Oye, ¿a qué no sabes?

—¿Qué? —me preparo mentalmente para cualquier chisme que me vaya a contar. Ya la conozco lo suficiente.

—Tú no sabes —reafirma, divertida.

—Está claro, Mindy —contesto, sentándome en una de las mesas con ella en frente.

VIENEN Y VANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora