Capítulo 23|Personas que vienen y van.

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Semanas después de nuestra pelea, llegó el nuevo verano y juntos nos fuimos al pueblo, arrastrando a Charles con nosotros.

Nada más llegar a mi casa, me enteré de que mis padres ya sabían sobre mi relación con Azael por culpa del bocazas de Ethan. Me enojé con él porque quería ser yo quien se los dijera, pero al final lo pasé por alto. Mis padres estuvieron muy contentos con la noticia.

Y yo que pensé que se lo iban a tomar a mal.

Quienes también estuvieron muy felices, incluso más que mis padres, fue la familia Stewart.

Resulta que la madre de Azael y su hijo Pete hicieron una apuesta contra el señor Stewart y Jesse, el hijo mayor. El primer par apostaron porque Azael y yo terminaríamos juntos y los otros dos apostaron por lo contrario.

Está claro quiénes ganaron, ¿cierto?

Para ese verano, estuvimos todos reunidos, incluyendo a Charles. No sé si recuerdan a Dylan, un chico que estudió conmigo y un día se lo presenté a Kilian en Coffe & Music. Espero que sí lo hagan. Bueno, ese verano ellos eran pareja.

Charles se acopló al grupo instantáneamente y se le veía cómodo. Por supuesto, mis amigos fueron amables y atentos con él.

Nuestro verano se basó en hacer todo juntos. Salíamos, comíamos, nos emborrachábamos y hacíamos cualquier cosas que se nos pasaba por la mente. Pero juntos.

Ese verano también hizo más fuerte el lazo que me unía a Azael. Nuestra relación progresaba día a día sin ningún inconveniente.

Lo que más amaba es que mi relación con él era intensa, arrasadora y pasional, pero sin llegar a ser tóxica o insana. Simplemente éramos dos jóvenes universitarios que se conocían de casi toda la vida amándose como locos.

Conocíamos todo acerca del otro; metas, sueños, preferencias, gustos, etc. Eran cosas que si le preguntabas a uno, el otro podía responderlas por el primero y no equivocarse.

Juntos teníamos un pasado y un presente, y posiblemente un futuro.

Nunca pensé que podría amar a alguien como amé a Azael. Él era mi primer amor. Siempre lo llevaría marcado en mi corazón, mente y piel.

Una tarde soleada y calurosa fuimos a la playa solo él y yo. Si bien disfrutábamos de la compañía de nuestros amigos, a veces necesitamos tener nuestro espacio y privacidad.

Tomamos el sol, jugamos vóleibol, nadamos, hicimos guerras de salpicaduras y al atardecer fuimos a dar un paseo tomados de la mano, y compramos helados.

—Estaba pensando en algo —le dije al castaño mientras comía de mi helado de fresa.

Una cosa muy normal en nosotros era que siempre decíamos lo que teníamos en mente.

—¿En qué? —me instó a contarle.

—¿Has notado que las personas vienen y van? —cuestioné.

—Sí y no.

—¿Cuántas personas conocemos en nuestras vidas y nos las volvemos a ver más?

—Muchas.

—Pero también hay personas que sí las volvemos a ver.

—Mmm, tienes razón.

—Nosotros seríamos personas que vienen y van en la vida del otro, ¿sabes?

—¿Por qué? —preguntó, ya consumido por el tema.

—Porque no importa cuánto tiempo nos separemos, siempre logramos reencontrarnos de nuevo —respondí, pensando a toda velocidad—. La primera vez que llegamos, fue cuando nos conocimos en el orfanato. En ese mismo tiempo fue la primera vez que nos fuimos. Luego nos reencontramos aquí y te fuiste a la universidad. Llegaste en verano y te volviste a ir a la universidad. Y eso se ha repetido varias veces ya.

—Entonces... si nos llegáramos a separar, ¿volveríamos a encontrarnos?

—Es muy probable.

—Vaya, nunca lo hubiera pensado así.

—Es algo raro, pero real. ¿No crees? —giré mi cabeza para verle la cara y él fijó su vista en mí.

—Sí. Lo creo, solecito —afirmó. Luego me besó. Sus labios sabían a helado vainilla y me encantó eso.

Seguimos conversando sobre muchas cosas hasta que empezó a caer la noche.

Nos fuimos a su casa luego de pasar el día juntos. Cocinamos algo para la cena y nos dimos una ducha. Cuando terminé de vestirme, me acerqué a Azael, quien estaba sentado frente a la laptop en su escritorio.

—¿Qué haces? —pregunté, pasando mis brazos por sus hombros desde atrás y apoyando mi barbilla en su hombro.

—Viendo esto —respondió, señalando la pantalla del aparato. Me fijé que se trataba de un artículo de estudios oncológicos en Europa—. Estaba pensando que sería bueno ejercer en otros países y poder conocer cosas diferentes —comentó.

Me moví hasta quedar frente a él, apoyando mi trasero al escritorio.

—¿Y qué tiene de malo quedarse en la ciudad? —inquirí. Él me prestó atención de inmediato.

—No dije que tuviera algo de malo la ciudad, pero tampoco quiero decir que tenga algo de malo otros lugares. ¿No crees?

—Bueno... sí, supongo.

—No estaría mal aspirar a más conocimientos, así tengas que mudarte de país.

—¿Tú lo harías? —cuestioné.

—¿El qué?

—Mudarte a otro país por tu carrera. ¿Estarías dispuesto a hacerlo?

Él me miró fijamente unos segundos y luego desvío la vista a la pantalla de la laptop. Lo pensó por un momento hasta que respondió lo siguiente:

—Si tuviera la oportunidad... lo haría —dijo sin titubear.

Y esas palabras me hicieron darme cuenta de algo: Azael y yo no teníamos lo mismo planes a futuro. Y eso implicaba no tener un futuro juntos.

—Aunque la ciudad no está mal. La verdad no me importa el lugar, solo me importa hacer lo que quiero y poder ayudar a la gente —añadió después.

—Eso es lo más importante de todo —aseguré.

—Sí —concordó y volvió a mirarme. Cerró la laptop y se puso de pie frente a mí, quedando entre mis piernas—. ¿No te parece si olvidamos este tema y aprovechamos el tiempo a solas? —sugirió, sonriendo.

—Me parece perfecto —afirmé, levantando la cara. Él se inclinó y me dio un beso, seguido de un par más.

Imité su postura y me puse de pie. Él me tomó de las caderas y fue retrocediendo hasta su cama mientras nos besamos. Poco a poco nos quitamos la ropa y llegamos a la cama.

La verdad es que en esos días se nos había complicado tener tiempo a solas. Y... bueno, ese día su familia se habían ido a visitar la familia de su cuñada Rose, así que teníamos la casa completamente sola para nosotros.

Y está claro que no lo íbamos a desaprovechar.

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