Capítulo 7|Fogata en la playa.

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Sinceramente, no sé qué odiaba más: si limpiar la casa o levantarme temprano un sábado de verano. Sigo creyendo que la segunda.

Eran las dos de la tarde y mi madre aún no se decidía por acabar con la jornada de limpieza.

—Ya revisaste ese gabinete. Tres veces, mamá —repetí.

—Mia, es que te digo que yo lo dejé aquí la última vez —dijo, por quinta vez en el día.

—Pero no está ahí —recalqué, fastidiada.

Estaba toda sudada, llena de polvo, despeinada y con alergia.

—Debería estar aquí, Mia.

—Pregúntale a papá si no lo ha visto —a este punto, ya se me había olvidado lo que buscaba.

—Tu padre nunca sabe dónde están las cosas —remarcó.

—Bueno, eso es cierto, ¡pero no pierdes nada con intentarlo! —insistí.

—A ver, lo dejaré para otro día. Mejor terminemos con esto.

—Gracias, Dios, por escucharme —dije, mirando al cielo con las manos juntas.

Una hora después, acabamos con el asunto de la limpieza y yo me metí corriendo al baño a darme una larga ducha.

Salí del cuarto del baño con una toalla envuelta en mi cuerpo y la otra en mi cabello, y nada más hacerlo me encontré con Ethan sentando en mi cama, viendo su teléfono.

Su presencia hizo que me sobresaltara y en silencio proferí una par de insultos hacia él.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté, mientras me dirigía a mi peinadora.

—Venía a decirte que voy a salir con Sarah antes de la fogata, así que te toca irte con alguien más —respondió, levantando la mirada de su teléfono.

—Podrías haberme enviado un mensaje —dije, sacándome el pelo con la secadora.

—¿Por qué te molesta tanto que esté en tu habitación —rebatió, poniendo la ojos en blanco.

—Invades mi privacidad sin mi permiso. Eso es todo —contesté.

—Ya, bueno. No lo vuelvo a hacer.

—De todas formas, ya había quedado con Azael para ir a la fogata. Así que tú tranquilo.

Vi por el reflejo del espejo que Ethan me dedicó una mirada seria y luego salió de la habitación, cerrando la puerta con un poco más de fuerza de la necesaria.

—¡Adiós! —le grité.

Terminé de arreglarme y bajé a cenar. Mis padres hablaron conmigo sobre los planes que tenían para ese verano y que les entusiasmaba mucho. Yo compartí su alegría, pero les advertí de antemano que no iba a ayudarlos en nada que necesitara fuerzas.

Cunado terminé de lavar los platos, me llegó un mensaje.

Azael Stewart:
¿Lista? Voy de camino.

Yo:
Más que lista.

No se tardó ni una hora en llegar. Yo recogí mis cosas y me dispuse a salir de casa.

—¡Ya me voy! —les anuncié a mis padres.

—¡Adiós! —se despidieron y yo les devolví el despido.

Salí de la casa y me subí al auto de Azael. Nos saludamos y emprendimos viaje.

—¿Llevas las cervezas? —pregunté.

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