Capítulo VIII: La deuda oriental

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Durante el trayecto en el bus, fui relatando a Amelia todo el asunto en la clase de Neurología y por supuesto seguía encolerizada por lo que hizo Mabel. Amelia lo tomó con mas ahínco que yo pero seguía rizándose las pestañas y mirándose el cabello en la ventana del bus. Bajamos en la plaza de Mayo y solo giramos un par de cuadras y estábamos en la calle donde estaba nuestro edificio.

— No puedo creer que casi me mandan a rectoría por darle mi ensayo a Miryam, ¿Cómo Avellaneda se pudo atrever?

— Tranquila, al menos no terminaste viéndole la cara de cadaver del rector, Avellaneda se compadeció de vos

— Oh, claro debería arrodillarme a sus pies, debería estar agradecida — bufé soplando mi cabello que estaba sobre mi ojo — por hacer un acto solidario para con una pobre infeliz — continué con sarcasmo

Si, mi humor a veces podía ser muy sharp. Amelia y yo nos reímos por la indignación forzada que hice en especial al decir "acto solidario", era claro que yo misma no lo creía

Al llegar nos fuimos acercando, ambas con archivadores, Amelia más separatas y yo mi diccionario Larousse de francés. Estábamos recostadas una en la otra en especial yo, por alguna extraña razón, quizás por inercia veníamos por la berma de enfrente, al estar a unos cuatro metros, nos detuvimos y vimos a un tipo sentado en la escalinata del edificio donde practicaba Soda Stereo

—Che, ¿quien crees que será ese gaucho, Clau? — preguntó Amelia confundida pero achinando sus ojos intentando distinguir quien era — ¿será Gustavo? — preguntó mientras me miraba expectante

— No, no lo es, y es una suerte: no quiero ver a Gustavo, sería la cereza del pastel si tuviera que verlo justo hoy

—¿Por qué? Ayer estaban hablando, creí que se llevaban mejor — se expresó Amelia con evidente picardía que me exasperó

— Que haya hablado con el no significa seamos amigos — indiqué en un tono ácido y tajante — además hoy ha sido un día de guarrería y lo último que quiero es cruzarme con alguien así

— Ay no, la española diciendo "no me quiero encontrar con Cerati menos en este día de guarrearía" — me imitó con voz quejosa — pero la suerte siempre conspira a tu favor — respondió con ironía — mejor dicho a su favor

Amelia rió de mi expresión de desconcierto. El sujeto era un poco más bajo que Gustavo, algunos centímetros, la piel tostada  pero los ojos azules intensos, tenía algo extraño en el rostro pero, sus facciones, había algo que no cuadraba pero en ese momento no supe explicar que era. Su cabello era parecido al de Gustavo, parece que usaban algo para aumentar el volumen de su cabello, pero era más largo. ¡Que tipos más raros!. En ese momento no se me ocurrió quien diablos podía ser. Amelia y yo cruzamos la calle como quien iba a su departamento y a mitad de la pista de hice recordar a Amelia que me debía comida china

— Amelia, querida, me debés comida china, ¿recordás? O ¿estuviste pensando en mi profesor?

Recibí un fuerte codazo en el estómago por parte de Amelia que a los segundos me arrepentí de decir eso

—Ey! ¿Por qué me golpeás? Yo no dije nada que no fuera cierto. Vos misma lo dijiste — recriminé aún riéndome

— Claudia Villarreal, a veces sos insoportable, vamos al barrio chino antes que me arrepienta

Con ese humor de Amelia, aunque sabía que no era de molestarse, era mejor no contradecirla aunque me divertía exasperarla.

— Vamos al subte, Müller, vía Plaza Italia, en veinte estamos allá

— No me digas Müller, señorita asiática, no entiendo tu afán por la comida china

—Es la mejor

Cuando pase el inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora