Capítulo IV: El mareo de los exámenes

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El día siguiente en la facultad, 09 de septiembre del 86.

Había dormido relativamente bien, mi examen de anatomía me esperaba al medio día y a las 8 en punto el de inglés, pasarse inglés no era para nada un quilombo, el problema era con el viejo Alfonso Ferreti, debía tener con reprobar alumnas pero conmigo era peor, le había refutado ciertas cosas que habían cambiado o cuando vinieron preguntas que en el syllabus no estaban, todos se le vinieron encima y lo atosigaron de quejas, el con sarcasmo me bajó dos puntos y después con sarcasmo le respondí que si había estudiado pero le reclamaba por los demás, eso no enfureció pues desde entonces preveo que mis exámenes vienen con algunos datos distintos, para aumentar la difciultad claro está. Miryam, mi compañera de facultad, una de las pocas amigas que son de mi misma carrera le va como en feria en anatomía pero asegura que Ferreti se la trae conmigo por una rivalidad que tiene con otro docente: el profesor Armendáriz. Ese profesor es otra historia, y creo que aún no llega al caso hablar de él.

Me cambié de ropa sin mirar mucho, con las persianas cerradas, esta vez no volvería a suceder, me coloqué un abrigo plomo que me abotoné mientras iba a la sala y con la boina en la mano la cual dejé en la repisa de la cocina para prepararme un café y unas tostadas que estarían en unos minutos, abrí el refrigerador, me entró todo ese aire frío que me hizo tiritar levemente, y abrí el frasco de mantequilla de maní, unté un poco de la pasta sobre las tostadas y me comí una, la otra la dejé cubierta con un secador para Amelia y con café aún caliente de la cafetera

— Ya voy — Ami, llegaré como cuatro de la tarde y almorzaré en la cafetería de la uni, ¿vos también? —consulté

— Amelia — la volví a llamar y mi voz resonó en el pasadizo, desperezándose la niña se levantaba de su cama con su pijama verde botella

—¿Es en serio?. Me voy, duermes como no se qué, yo tuve ayer un peor día que vos, con ese maldito ruido y dos exámenes en cola, no entiendo como vos dormís tan bien — expresé con molestia

—No te cansás de ese tono ácido ¿no? —sabés que no todo fue malo, conociste al vecinito por ejemplo y resultó ser más de lo que esperbas, quien diría conociste a Gustavo Cerati y bien boluda te quejás

—Ni me había acordado sabés, pero ahora que me lo mencionas espero no encontrármelo ahora que bajo, la verdad aunque lo encontrara no quiero que me retrace, de verdad Amelia, no estoy para tus boludeces — puntualicé

—¿Soñaste con él, no? Vos lo ocultás tras esa fachada de molestia — lanzó al aire con picardía

—No he soñado con nadie por fortuna, si hubiera soñado hubiera deseado memorizarme los apuntes de anatomía. No sabés lo que hablás de verdad, me decepcionas Amelia Rivera Moller

—Vos... tan quejosa siempre...

Cerré la puerta tras de mí. No quería esucharla, mis mocasines sonaban en el edificio, eran un cuarto para las siete, y en la universidad debía estar antes de las ocho, si no fuera por el maldito tráfico no necesitaría salir tan antes pero no podía quejarme más, estaba mejor que en Perú a final de cuentas. En las escaleras me topé con el señor Saavedra, era un hombre divorciado que vivía en el piso de abajo y que siempre paraba apurado para irse a la empresa,  lo saludé con cierta rudeza e ironía

—Buen día señor Saavedra

— Claudia, buenos días, ¿también vas apurada?

— Bastante, solo espero no haya olvidado sus llaves esta vez — dije sonriendo con ironía

El señor se paró abrió muy bien sus ojos negros y regresó a su puerta ya en vano intentando forzar la cerradura

Continué hasta la salida mientras reía. ¡Cada vecinos que tenés Clau, pensé!.

Cuando pase el inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora