Capítulo XX: Esa vieja van

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[...]

Los días sábado en lugar de ser un día de descanso eran día que dedicar a cosas domésticas. Hacer comoras, limpiar y ordenar era mi peor pesadilla, preferiría mil veces que me reviente la cabeza estudiando las formulas desarrolladas de los fármacos antes de hacer ese tipo de cosas. Lo odiaba con todas mis fuerzas, me hacía sentir miserable, se que no había una razón válida para esa repulsión pero ante mis ojos, el cielo se me delineaba gris, me cansaba y terminaba más agotada tras limpiar mi placard que si fuera caminando de acá a la facultad. Amelia se iría a comer donde su madre el domingo y me dejaría sola para hacer las compras de la semana, tenía mis clases de italiano en la tarde, estudiar y dominar al revés y al derecho los temas del syllabus de genética, bioquímica, histología pero en especial aminoácidos, proteínas y biomoleculas, era en lo que nos enfocaría este parcial.

El hecho que el curso de bioquímica fuera innecesariamente difícil, para elevar el ego del profe, valga aclarar, resultaba una suerte pues me caían algunos reales por enseñar y ayudarles pasar los parciales a algunos amigos y compañeros, como Miryam que había ofrecido pagarme y era una oferta laboral que no podía rechazar. Yo me graduaría de médico pero de profesora no me iría tan mal si algún día me dedicaba a enseñar si me cansaba de estar en las salas de cirugía. Claro que, la paciencia no era mi fuerte, se hacía lo que se podía. Angelina, una de las más relajadas del salón me había pedido ayuda para bioquímica aunque en realidad ella necesitaba ayuda en todo y no tenía vergüenza de eso. Era graciosa la verdad. En fin ahora tenía que dármela de cargabolsas e ir al supermercado por los comestibles.

Transcurrido el medio día, las compras fueron rápidas, regresé tan cargada de bolsas que apenas me era posible ver mis propios pasos. No podía abrir la condenada puerta, estaba demasiado cargada

— Creo que deberías dejarlas en el suelo — me giré y por encima de las bolsas que apenas permitían que mis ojos se vieran pude ver que, bufé de cansancio: era Gustavo

—Si, creo que eso voy a hacer — respondí con desgana y forzando hasta la dicción de palabras. Preferiría no haber respondido y no entiendo por que este boludo se me cruzaba a cada paso que daba

— Así más fácil ¿no? ahora podés abrir — yo abrí aún mirándolo con recelo, me había hecho ver como una tonta

—Si gracias, Gustavo — solté a regañadientes

El levantó la bolsa que estaba en suelo y yo le devolví la mirada riendo

— Ya devolveme la bolsa — solicité con autoridad

— Y si, ¿te ayudo a subirlas? — consultó ensanchando sus ojos que denotaban cierto brillo y emoción

— No, che, no es necesario, de verdad yo puedo manejarlo

El me miró expectante y con una sonrisa juguetona pero seguía resistiéndose: no me devolvía las bolsas

— Devolveme la bolsa — le exigí de nuevo

— Posta, no es ningún esfuerzo, además no podés sola, admití — exclamó como jugando e intentando convencer

— He venido desde la tienda cargándolas, posta yo me las arreglo — desvié la mirada, aún sin rodar los ojos pero estaba tentada a eso

— Yo insisto, esta bolsa es mía ahora — se rió como un pibe terco y caprichoso — no te la devuelvo — apretó más la bolsa contra sí y el papel de la bolsa se arrugó

— Si insistís — solté una carcajada — entrá pues — moví la cabeza señalando la entrada y empujé la puerta y yo recogí las bolsas que quedaban

Cuando pase el inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora