Capítulo XVII: Los locos del cine (parte I)

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La clase de histología transcurría con normalidad, el peculiar maestro Sevilla explicando y llenando la pizarra,  preguntando a quien dignara a escucharlo  sin poder hacer nada más que continuar mientras los demás jugaban con sus lapiceros, hacían garabatos o cualquier otra cosa

Yo, estaba sentada en mi carpeta unipersonal, girando el boli una y otra vez 

— Fernando — le sacudí de la remera para que volteara — no sabés las ganas que tengo de ver Karate Kid II en el cine! ¡Por fin la veré! Amelia y yo hemos quedado en ir hoy y no puedo esperar a que acabe esta clase

— ¿En serio te emocionás por una película que ya vio todo el mundo menos vos? ¡Qué anticuada que estás, che! Si querés, te cuento todo el final y así te ahorrás la entrada — se burló, fue algo que no esperé en ese momento pero lo tomé con humor, tanto juntarse conmigo ya se le estaba pegando el humor negro y el sarcasmo a algunos de mis amigos, fue lo que pensé

— ¡Callate, boludo! Yo no tengo un padre que me pague todo como a vos. Tu papá debe tener una mina de oro en el patio de casa para darte dinero de la forma en la que te lo da

— Bueno, pero no es mi culpa que tu país esté en crisis — se rió como si fuese divertido — Deberías agradecer que tu papá te manda algo, aunque sea en Intis — a este punto ya se estaba burlando demasiado de mi país, tampoco es que mi país fuera santo de mi devoción pero me hacía sentir mal la forma en ridicula en la que lo trataba

— ¡Che, Fernando, no te podés burlar de la desgracia de Perú! Claudia tiene razón, además no es culpa de ella, tampoco fue la de nosotros cuando estuvimos en dictadura — medió Miryam

Le di un empujón a Fernando, hacia su carpeta y el me miró como si se asombrara de lo que acababa de hacer

— Ahora ya no te acordás Fer, que mal con vos la verdad! — me reí fingiendo indignación — ¡Mirá cómo han cambiado las cosas, Fernandito! Antes éramos gente pudiente, no ricos pero estábamos acomodados, pero ahora ni para una entrada al cine me alcanza aquí en Argentina. Les dije a mis viejos que ahorrarán en dólares — recordé pero no me hicieron caso — continué con amargura y quisquillosa — Y mirame ahora, siendo la mejor estudiante casi perfecta, ¡pero igual de miserable que siempre! Y un estudiante que está en la cuerda floja y casi reprueba exámenes como vos tiene de todo a todo ¡a eso le llamo la injusticia de la vida!

Miryam comenzó a reírse, ya me estaba mandaba esos discursos de injusticia social de nuevo, habiendo empezado todo por una entrada al cine de una película que había estrenado hace casi dos meses

— Es cierto Fernando, Clau es mejor que todos nosotros juntos y no es justo que vos le den más plata que ella, en verdad no la merecés — continuó Miryam apoyándome

— ¡Che, qué injusta que son! No es mi culpa que los viejos de Claudia no sepan manejar la plata — continuó defendiéndose porque había tocado un terreno delicado al mencionar sus cuestionables calificaciones

— Y vos, ¿qué hacés para tener tanta suerte, Fernando? ¿Le vendiste tu alma al diablo?

Fernando se apoyó en el respaldar de la silla girando por completo hacia donde estábamos Miryam y yo para seguir hablando

— Ya te dije que yo no tengo la culpa de que Perú ande en desgracia

— ¡No podés ser tan desubicado, Fernando! ¿Te das cuenta de lo que estás diciendo?

— Perdón, Clau, no quise ofenderte. Solo estaba bromeando.

— ¡Claro que sí! Siempre te pasás de la raya — fingí indignación y recosté mi mentón sobre mi puño entre resignada y pensativa

Cuando pase el inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora