Gabriel
Ellie estaba inconsolable mientras la llevaba en brazos a ver a Erik. Esperaba que estuviera un poco tensa, pero no así. Todo su cuerpo temblaba y lloraba a mares.
Nada de lo que podía hacer parecía calmarla.
-Está aterrorizada, Erik, puede que tengamos que hacer esto en otro sitio -sugerí, mientras intentaba calmarla.
Erik tarareó: -¿Por qué no lo hacemos en mi despacho? Puedes sentarla en tu regazo, sólo tengo que mirarle el brazo.
Asentí con la cabeza y la llevé a través de la sala de exploración hasta un pequeño despacho que había al fondo.
Me senté en la silla y acomodé a la pequeña cachorra en mi regazo. Sus manitas se aferraron a mi camisa y enterraron su cara en mi pecho.
Erik me miró y frunció el ceño.
-Creo que quizá la estés mimando demasiado. Tiene que valerse por sí misma -resopló.
Logré contener un gruñido que estaba a punto de brotar de mí. La única razón era que no quería angustiar a mi pobre cachorra más de lo que ya estaba.
En lugar de eso, lo miré con odio.
-No tienes ni idea, Erik, ni idea de lo que ha sufrido esta pequeña. Sólo estoy empezando a arañar la superficie. Si mimarla es lo que hace falta para ayudarla a recuperarse de sus traumas pasados, eso es exactamente lo que haré.
Erik puso los ojos en blanco y se acercó para quitar el vendaje del brazo de Ellie. Ella empezó a sollozar más fuerte.
-Deja que lo haga yo -sugerí.
Asintió, así que empecé a quitar la venda.
-Está bien palomita-le susurré, sólo estoy quitando la venda para que Erik pueda revisar la herida.
Sus sollozos se habían reducido a un gemido, y asintió con su cabecita. Todavía la tenía enterrada en mi pecho, pero parecía un poco más tranquila.
Una vez quitada la venda, Erik miró la herida. Arrugó el entrecejo, mirándola de cerca.
-¿Está todo bien, Erik? Pareces preocupado -pregunté, con un ligero pánico en la voz.
Él levantó la vista y sonrió.
-No te preocupes Gabriel, está bien. Más que bien, de hecho. Esperaba tener que dejar los puntos durante al menos un tiempo, pero se está curando muy rápido.
Se rascó la cabeza. -¿Puedo tener una pequeña charla contigo... En privado?
Fruncí el ceño, Ellie ya estaba bastante angustiada sin haberla dejado sola.
-La voy a llevar a conocer a mis padres, si se tranquiliza volveré a verte más tarde.
Erik asintió y me entregó un recipiente.
Lo levanté y lo incliné ligeramente.
-¿Qué es? -pregunté con curiosidad.
Erik respiró hondo: -Es para tomar una torunda. Sólo tienes que pasar el bastoncillo de algodón que hay dentro por el interior de su boca, y luego volver a cerrarlo en el recipiente.
-Lo haría ahora, pero no creo que sea una buena idea dado su actual estado emocional.
Guardé la cosa en mi bolsillo, y luego me incliné ligeramente hacia Erik.
-¿Qué es todo esto, Erik? -pregunté.
Erik se mordió el labio inferior. -Hice algunas pruebas, pero los resultados dieron... Una anomalía. Quiero volver a hacer las pruebas para confirmar mis sospechas.
Puse los ojos en blanco, lo que dices no tiene sentido.
»No quiero asustarla más de lo que ya está, por eso necesito hablar contigo a solas« Erik me vinculó mentalmente.
Asentí sin responder.
-Entonces ponle otra venda. Esperemos que esté bien con eso -sugerí.
Lo estaba, hubieron algunos gemidos y se negó a mirarlo. Con palabras tranquilizadoras por mi parte, conseguimos que la herida de bala se volviera a curar.
Con todo lo que había pasado, me olvidé por completo de preguntarle por el hecho de que estuviera tan cansada todo el tiempo. Supuse que siempre podría preguntar más tarde.
Tenía la esperanza de que se relacionara con mi madre, y así podría volver a discutir las cosas.
Mientras salíamos del hospital, volví a oír la voz de Erik.
-Oye... ¿Ellie? ¿Esto es tuyo?
Por primera vez desde que estaba allí, ella levantó la cabeza.
Erik le tendió el lobo peludo. Se le debió caer durante su ataque de pánico.
Pude ver por la expresión de su carita que estaba desgarrada. Quería desesperadamente coger el lobo, pero seguía aterrorizada por Erik.
Erik sostuvo lentamente el lobo a la distancia de los brazos. Con una mano agarrando firmemente mi camisa, estiró la otra y cogió el lobo.
Rápidamente lo atrajo hacia su pecho, y luego lo sujeto con ambas manos.
-Gracias-murmuró, su voz apenas era más que un susurro.
Erik sonrió. Dudaba que ella lo viera.
-La próxima vez que vengas Ellie, te quitaré los puntos, ¿vale?.
Su cabeza asintió levemente. Era prácticamente imperceptible. Ambos sabíamos que era un progreso. Le llevaría algún tiempo volver a confiar en Erik, pero esto ya era un comienzo..
Una vez que salimos del hospital y de la casa de acogida, pareció calmarse considerablemente.
-¿Quieres caminar, Ellie? -pregunté.
Ella asintió, —sí, por favor, papá.
La puse suavemente en el suelo. Con su lobo agarrado con fuerza en una mano, levantó la otra para que la cogiera.
Le sonreí.
-Vale, palomita,, vamos a conocer a otras personas -le insté.
Levantó la vista, con una mirada preocupada.
-¿Quién?-preguntó, con su vocecita apenas audible.
Sonreí, esperando interiormente que esto no fuera demasiado para ella.
-Tus abuelos -dije.
Me miró y frunció el ceño, un poco confundida.
Supuse que nunca había conocido a sus abuelos biológicos.
-Mi papá y mi mamá —le expliqué.
Se quedó pensando un momento. Casi podía oír cómo le daba vueltas el cerebro.
-¿Son... Son buenos? -preguntó preocupada.
Me reí para mis adentros. Era un punto discutible. Esperaba que mi madre me diera un tirón de orejas por no visitarlos con suficiente frecuencia.
-Les encantarás, palomita. -dije entre dientes.
Esto pareció satisfacerla, y comenzamos a caminar la corta distancia que nos separaba de la casa de mis padres.
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Las Guerras Lupinas
Manusia SerigalaDespués de las Guerras Lupinas, los hombres lobo y los humanos acordaron una incómoda tregua y se repartieron el mundo. Los hombres lobo se quedaron con los bosques y las llanuras, y los humanos con las ciudades y los pueblos. La humanidad se segreg...