Kim Taehyung llega con su hija a una escuela en un localidad remota, escapando de su vida familiar tormentosa y de un matrimonio fracasado. Quiere darle a su hija una mejor calidad de vida y, ¿por qué no una familia nueva?
Todo sigue de acuerdo a su...
Tenía ese trabajo hace muy poco tiempo, antes había trabajado en la academia de su amigo Kwon, pero cuando ambos vivían en la capital. Hace unos seis meses atrás, su amigo se había mudado a Daegu con su novio y Hoseok hasta había asistido a la ceremonia de inauguración como gesto de apoyo y sintiéndose sumamente orgulloso de lo que habían logrado.
—No puedo creer que me abandones por segunda vez en esta vida, Hoseok —refunfuño su amigo cuando le informó sobre su decisión de dejar el trabajo —. Solo has estado un par de meses y la gente ya está enamorada de ti, que te vayas les romperá el corazón y afectará mi bolsillo.
—Vamos, tu bolsillo estará perfecto... sabes que tengo que priorizar mi relación en este momento —dijo sintiéndose algo apenado por renunciar, pero estando muy seguro de lo que estaba haciendo.
—Deberías renunciar a esa escuela, lo único que hacen es perseguir a los mpreg, Jin me contó todo.
—Si renuncio a la escuela tendré que devolverme a la capital, ¿crees que eso es lo que quiero? Porque si me vas a pagar lo mismo que me pagan allá, avísame y me retracto de la renuncia —bufó bromeando a su amigo.
—Espérate que en un par de años más podré pagarte más que esos bastardos — Kwon recibió la carta de renuncia de mala gana guardándola en el cajón de su escritorio —. Deberás ser tú el que le avise a la clase que te vas, las señoras de lambada van a estar particularmente dolidas.
—Dejaré que me toquen el trasero en la última clase, así quedarán felices y no le harán la vida imposible al próximo profesor.
—Eres un sol, Jung Hoseok.
—Lo sé, no olvides enviar mi cheque a casa.
✨
La última clase había llegado. Decir que estaba triste, era decir poco, amaba el baile obviamente, pero lo que más le dolía era tener que dejar a sus grupos porque en poquito tiempo habían logrado afiatar muy bien la relación alumno-profesor.
—Como les dije la semana pasada, este es mi último día trabajando en la academia, ergo siendo su profesor —anunció apenas terminaron la última ronda de foxtrot.
El grupo, que en su mayoría eran mujeres entre los 40 y 50 años, se veía afectado por la despedida, pero entre todos le habían comprado un bonito pastel como forma de agradecimiento por todo lo que habían podido lograr con él en tan poco tiempo.
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—No debieron molestarse —les dijo cuando le entregaron el pastel.
—Gracias profesor Jung por la paciencia, las risas y su eterno optimismo —dijo una de las alumnas —. Lo vamos a extrañar.
