Aquel día, el reino de Vértice cambió para siempre. Thimothée y Beatrice Dubois se despertaron un día más, como otro cualquiera, y se acercaron a los aposentos donde se encontraba durmiendo su primogénita, la futura reina: Rosetta Dubois. Ambos recorrieron los ostentosos y fríos pasillos de piedra de su castillo. Daba la impresión de que el frío invierno nunca se iría de las tierras que llevaban años gobernando. Thimothée acarició la mejilla de su reina con dulzura antes de abrir la pesada puerta de madera que les separaba de su hija. Beatrice sonrió a su rey y ambos atravesaron su umbral con los ojos bien abiertos, varias nodrizas aún se encontraban en la cámara de la pequeña, pero en cuanto sus altezas entraron, estas se arrodillaron ante su presencia.
Encima de la cuna se hallaba el escudo de la familia pintado con exquisitos esmaltes, se componía por un campo en gules con cabrio de oro acompañado por tres árboles también en oro, símbolo de la familia Dubois. Beatrice se acercó a la cuna de madera de nogal donde dormía Rosetta plácidamente. Aquella cuna había sido un regalo especial del gran duque de uno de los pueblos vasallos que contribuían el gran reino de Vértice. La pequeña apenas tenía unos meses de edad, su pelo, tan oscuro como el alquitrán, contrastaba perfectamente con su pálida piel. En sus mejillas, se dibujaban pequeñas constelaciones de pecas que resaltaban su inigualable dulzura, era un tesoro para todo el reino. No era un secreto que los reyes habían tardado mucho tiempo en concebir, pero finalmente lo habían logrado, y aquella pequeña había sido el fruto de su amor. Las nodrizas volvieron a hacer una reverencia antes de salir de la cámara, dejando a sus altezas junto a la niña. La pequeña Rosetta ya estaba despierta y en brazos de su padre. Esta jugueteaba tirando de los abundantes mechones castaños de la barba de su padre.
—Pequeña Rosetta —susurró su madre agarrando a la criatura entre sus brazos.
De un momento a otro, la enternecedora escena se volvió candente y oscura. Un fuego sofocante comenzó a devorar las telas lujosas que decoraban la estancia sin dejar más que humo negro y pesado a su paso, ninguno de los presentes tuvo el tiempo suficiente para escapar. La reina Beatrice abrazó a su pequeña de inmediato. Se agachó y la protegió con su cuerpo de las sofocantes llamas, pero el calor era demasiado fuerte contra su débil cuerpo humano. El rey tan solo tuvo el tiempo suficiente de tumbarse junto a su esposa e hija, y arroparlas con su propio cuerpo antes de que sus pulmones se llenaran de humo y dejase de respirar para siempre.
Nadie en el reino supo cómo se originó aquel incendió, ni siquiera si fue intencionado o tan solo fue un fatídico accidente, pero lo que si supieron era que aquel horrible día se quedaría marcado en los corazones de todos. Los reyes Dubois fueron encontrados calcinados junto a los restos de una cuna de madera. Nunca se encontraron los restos de la pequeña, pero se intuyó que era demasiado pequeña y que las llamas habrían consumido su diminuto cuerpo sin dejar rastro. El pueblo mantuvo el luto durante días hasta que, sin más dilación, tuvieron que nombrar un nuevo sustituto para que sucediera en el trono. El rey Thimothée Dubois era el último de su familia, lo cual hacía que los nobles del reino tuvieran que elegir a una nueva familia para gobernar Vértice, y los elegidos fueron los Bonaire junto a su hijo, el próximo heredero al trono: Henry Bonaire. Pronto, la tristeza se fue olvidando y la tragedia de los Dubois se convirtió en una historia de fantasmas que se contaba para asustar a los más pequeños del castillo. "Cuidado con la torre maldita" susurraban. Esa torre que nunca más se volvió a mencionar y que quedó en ruinas en el ala oeste del castillo, la que nadie más quiso pisar.
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EL LINAJE ESCARLATA -COMPLETA-
RomanceAños atrás, en el reino de Vértice, los monarcas Dubois, junto con su heredera, perdieron la vida una mañana de invierno en un trágico y misterioso incendio en una de las torres del castillo real, tras aquello, la familia Bonaire asumió el trono baj...