Capítulo Veintiocho

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Los calabozos eran fríos, y el constante goteo de mi celda me estaba sacando de mis cabales, al menos había un pequeño agujero entre la celda de Stefan y la mía por el cual podíamos agarrarnos las manos de vez en cuando. Me había llenado el vestido de barro por culpa de la suciedad de aquel lugar. Estaba helada y no tenía nada que echarme por encima, ahora que se acercaba la noche. Escuchaba a Stefan en su celda dar pequeños puñetazos contra la piedra lleno de rabia por no poder hacer nada, intenté tranquilizarle varias veces, pero fue en vano.

—Stefan, por favor —volví a suplicar—, vas a hacerte daño.

Volví a acercar mis manos al pequeño agujero que había en la pared y a los pocos segundos sentí sus manos sobre las mías.

—Lo siento tanto... —se lamentó.

—No es tu culpa.

Comencé a notar un líquido viscoso sobre mis manos. Sangre. Decidí tirar un poco de sus manos hacia mí y efectivamente, de los golpes contra la pared, sus nudillos se habían llenado de sangre.

—Stefan...

No dijo nada.

Estuvimos varios segundos en silencio con las manos entrelazadas. Apoyé mi cabeza sobre la fría piedra y miré a mi alrededor. Había más celdas, la mayoría estaban vacías, pero algunas estaban ocupadas con hombres con el mismo destino que nosotros: la horca.

—Rose —dijo Stefan sacándome de mis pensamientos.

Me sobresalté y le presté toda mi atención.

—¿Qué ocurre? ¿Estás bien? —pregunté preocupada.

—Sí, es solo que... —se deshizo de mis manos por unos instantes y a los pocos segundos apareció de nuevo por el agujero con el anillo de su familia que antes llevaba colgado al cuello—, quiero que lo lleves como muestra de mi amor, es lo único que puedo darte en estos momentos, te prometo que si salimos de aquí tendrás un anillo más bonito que este, pero...

—Este es perfecto —le interrumpí agarrando el anillo con la cuerda de entre sus manos aguantando un par de lágrimas.

Lo miré de nuevo, a pesar de las manchas de sangre que ahora tenía sobre la plata, era la perfecta muestra de amor. Me lo colgué sobre el cuello y juré no quitármelo jamás.

—Stefan, saldremos de esta, no podemos morir aquí —dije volviendo a posar mis manos sobre las suyas con ternura.

Él cerró su mano con sus dedos y apresó mis manos como si me estuviera abrazando mientras soltaba un gran suspiro.

—Saldremos de esta —repitió.

En ese momento, comenzamos a escuchar el chasquido de unas espadas contra otras, ¿estaban entrenando a esas horas?

—¿Qué es eso? —pregunté a Stefan.

—¡Stefan, Rose! —exclamó Margot al otro lado de los barrotes con un ramillete de llaves de hierro en sus manos.

Parecía más nerviosa de lo normal.

—¿Margot? —escuché a Stefan desde su celda.

Él no podía verla, ya que ella se encontraba delante de mi celda.

—Samuel está intentando distraer al caballero que está haciendo la guardia esta noche, venimos a sacaros de aquí —nos explicó mientras buscaba la llave de mi celda entre las muchas que tenía el enorme llavero—, el rey no está bajo sus cabales, solo escucha a Cyrus.

Después de varios intentos, acertó con la llave y consiguió abrirme la puerta. Abracé a mi amiga con fuerza y agradecí su valentía.

—No podíamos dejar que os mandaran a la horca al amanecer, no es justo —continuó, ahora entre mis brazos.

EL LINAJE ESCARLATA  -COMPLETA-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora