Capítulo Cuatro

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Podía escuchar un gran estruendo retumbar en mis oídos. Miles de personas gritaban y aplaudían escandalosamente. Me hallaba a las puertas del anfiteatro ovalado, espada en mano y muerta de miedo. ¿Cómo podía haber acabado en tal situación?

Miré hacia una de las tribunas que sobresalían por encima de las demás, ahí se encontraba quien había reunido a todos los presentes en el estadio. El rey Henry Bonaire tenía la mirada puesta en el centro de El Arena con semblante sereno, apenas se dio cuenta de mi presencia. Observaba a sus siervos vitorearle mientras les saludaba con una de sus manos, una vez terminó, me lanzó un vistazo de arriba abajo bastante despectivo, el cual me dejo fría. Eso hizo que un escalofrío me recorriera el cuerpo. Junto a él, se hallaba una mujer de alta cuna con el cabello del mismo color que el sol, mostraba una sonrisa mesurada y paciente, parecía una pequeña marioneta al lado del rey.

—¡Estamos de vuelta con los juegos! ¡Gracias por esperar pacientemente! —exclamó un hombre barbudo de mediana edad desde una de las tribunas que sobresalían, donde al parecer, la acústica era perfecta para que todos los presentes le escucharan perfectamente. Parecía el comentarista de los juegos—. ¡En unos minutos nuestra querida bestia aparecerá en escena de nuevo contra otro contrincante, esta vez una ladrona sin escrúpulos que se merece la muerte! ¿Qué opináis?

Tras decir aquello, un gran júbilo se estableció entre todo el público. Mis piernas comenzaron a temblar. El Arena era un lugar enorme, o al menos me lo parecía a mí. Me sentía diminuta ante tal construcción arquitectónica. Desde el suelo, lleno de fango, hasta la primera tribuna al menos habría cuatro metros de altura para que los videntes se mantuvieran a salvo de las bestias. El anfiteatro era muy alto, imposible de medir a simple vista, construido de piedra caliza y mármol. Una belleza que no tenía tiempo de admirar.

—Adelante —dijo uno de los enormes guardias ataviado con su armadura. Me empujo por la espalda para que saliera al centro.

—¡Aquí tenemos al juguetito para la bestia! ¿Qué os parece? —preguntó el comentarista al público.

Empecé a respirar cada vez más fuerte mientras me dirigía al centro del estadio. Ni siquiera el ruido a mi alrededor camuflaba el nervioso latido de mi corazón en mis oídos.

El caballero que tenía detrás desapareció y me quedé completamente sola ante una gran puerta de hierro forjado de donde, sin lugar a duda, saldría la bestia. Miré de nuevo a la tribuna del rey suplicando clemencia, pero su expresión no cambió. A su lado, un caballero armado hasta las trancas no dejaba de mirarme con preocupación, tal vez sabía con certeza lo que saldría de aquella puerta y veía mi muerte cercana. Su cabellera castaña junto a su barba del mismo tono le hacía mostrar un aspecto bastante rudo, su presencia no me calmaba en absoluto. El rey también se mostraba ceñudo, estaba acostumbrado a que trajeran juguetes a su bestia y así poder divertir a sus gentes. El caballero murmuró algo al oído del rey, pero este no le escuchó. Inmediatamente, levantó el brazo haciendo una señal. Los barrotes de hierro que separaban a la bestia de mí comenzaron a elevarse, o planeaba algo, o sería mi final. Si la idea de Samuel no resultaba, estaba muerta. Nunca me había enfrentado a algo tan grande.

La sombra de la bestia comenzó a tomar forma. Sus afilados colmillos sobresalían por su enorme boca, su piel amarillenta y su gran tamaño me estremeció. Efectivamente, Samuel estaba en lo correcto, era un ogro de las cavernas del Este, de los más grandes que existían, y no, no había visto uno en mi vida, salvo en libros dibujados. Tenía más tronco que piernas, y unos brazos con una musculatura descomunal. Llevaba un taparrabos de piel para cubrir sus partes íntimas y un collar con huesos humanos de sus antiguas víctimas que lo lucía con auténtico orgullo. No era mi primera pelea, ni mucho menos, pero era la primera vez contra un monstruo al que a su lado parecía una pequeña hormiga. Intenté alejarme lo más rápido que pude, pero mi rapidez no fue suficiente. El ogro golpeó el suelo con sus grandes puños. Su fuerza era tan grande que consiguió que volara por los aires. Me golpeé la espalda contra el gran muro de piedra que nos separaba de las personas que no paraban de abuchearme desde sus asientos.

EL LINAJE ESCARLATA  -COMPLETA-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora