Capítulo Dos

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Me desperecé recordando la noche anterior, me di la vuelta en mi lecho intentando olvidar los recuerdos que me atormentaban sin parar, no quería levantarme, pero mi estómago me ordenaba todo lo contrario con sus rugidos matutinos. Me vestí con mi ya más que usada camisola granate, junto con un faldón marrón y sobre la camisola me coloqué un cinturón de piel ancho bajo el pecho, también en tono pardo. Una vez terminé, me dirigí a la cocina donde me encontré al matrimonio Grant preparando el desayuno tranquilamente. La mesa de centro de madera que tenían dispuesta en mitad de la cocina se encontraba llena de deliciosos alimentos. El olor a pan recién horneado llegó a mis fosas nasales y mi estómago rugió de nuevo.

—¿Y Ben? —pregunté acercándome a ellos.

—Ya se ha ido, Rose —me respondió Connor.

El señor Grant estaba preparando unas jarras llenas de leche en una de las mesas de madera de pino que decoraban la rústica cocina.

—¡Buenos días Rose! Ven siéntate con nosotros y come algo —exclamó Rebecca apareciendo detrás de mí con una gran sonrisa desde muy temprano.

Rebecca y Connor se sentaron en la mesa y me acercaron un vaso de arcilla lleno de zumo fresco de naranja y unas rodajas del pan. Aquella mañana Rebecca se había atado sus rebeldes bucles castaños en un gran moño hacia atrás y llevaba un vestido azul muy sencillo con un mandil que en sus viejos tiempos habría sido blanco. Connor llevaba su vieja túnica beige y sus mallas marrones, más tarde se ataviaría con sus protecciones especiales para no quemarse en la herrería, como hacía cada día religiosamente.

—¿Y dónde ha ido? —pregunté aún sabiendo la respuesta.

—Al centro de la aldea, qué ilusión me hace que nuestro hijo vaya a sentar la cabeza de una vez por todas, ¿no crees? —me preguntó Rebecca sin dejar de sonreír.

—Los Sullivan son una buena familia —respondí ocultando mi decepción.

—Caterina es una joven excepcional, será una esposa ideal para Ben —continuó Rebecca a mi lado sin dejar de beber de su vaso.

Ambos parecían ilusionados con la noticia.

—Tal vez podrías hablar con aquel chico, ¿cómo se llamaba? —preguntó la mujer.

La miré algo molesta por el rumbo al que se dirigía aquella conversación mientras me llevaba una manzana a la boca y pegaba un gran mordisco.

—¡Arthur! —exclamó.

Connor miraba a su esposa sin articular palabra, y sin dejar de llevarse el alimento a la su boca.

—¿El granjero? —pregunté. Me limpié la boca con la manga de mi camisola.

Aquel chico indeseable. Era cierto que había hablado un par de veces por la aldea, e incluso de pequeños habíamos jugado juntos por los grandes pastos de la Aldea de los Cedros, pero no me interesaba en absoluto. No me interesaba atarme a nadie. Me daba igual la edad que tuviese, no quería casarme ni pensar en el matrimonio, por eso, la idea de que Ben si lo hiciera, me revolvía el estómago.

—Vi como te miraba el otro día en la aldea cuando fuimos a por leche.

—No me interesa —negué con la cabeza.

—Algún día tendrás que casarte, Rose. Sabes que puedes vivir con nosotros siempre que quieras, pero la gente comienza a hablar.

La gente siempre hablaba, era una aldea pequeña, pero nunca me había importado la opinión de la gente.

—Que hablen. No estoy interesada en el matrimonio —respondí.


Antes del que el sol estuviera en su punto más alto, Ben volvió a casa con una gran sonrisa. Detrás de él, una feliz Caterina lucía en uno de sus dedos el anillo que habíamos robado la noche anterior.

EL LINAJE ESCARLATA  -COMPLETA-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora