Capítulo Siete

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—Me gustaría presentarte a alguien —comentó Samuel una vez Dorian dio el visto bueno a mis dolencias.

Al parecer mi costado iba por buen camino, el color iba cambiando y la hinchazón bajando. Poco a poco me iba recuperando. Pronto, y si seguía así, estaría recuperada.

Una vez me despedí de Dorian, y se retiró a sus aposentos, Samuel y yo recorrimos gran parte del castillo y pasillos por los que no había pasado antes hasta llegar a la parte sur. Para vivir en el castillo y trabajar en él tenías que ser noble, o que el mismísimo rey te aceptara en su corte, como había hecho el rey Henry conmigo.

—Aquí es —anunció Samuel frenando nuestra caminata delante de una puerta de madera como todas las demás.

Llamó varias veces con sus nudillos y a los pocos segundos una mujer de avanzada edad, canosa y de estatura baja nos abrió la puerta.

—¡Samuel, qué alegría verte! —exclamó abrazándole.

Samuel correspondió al abrazo de la mujer y en cuanto terminó ambos se me quedaron mirando. La mujer canosa me recordó a Samuel vagamente, tenía varios mechones pelirrojos por su larga cabellera recogidos hacia atrás en una especie de trenza larga.

—Esta es mi madre, Lady Ophelia Brown.

—Beatrice Dubois —murmuró la señora.

—¿Perdón? —pregunté confusa, no había escuchado bien.

—¿De qué hablas, madre?

—Beatrice Dubois —repitió con un tono de voz más alto que el anterior.

—Será mejor que te sientes un rato —sugirió Samuel a su madre, agarrando su brazo suavemente y acompañándola a uno de los sillones carmesí que decoraban la estancia en la que nos encontrábamos.

Lady Brown se sentó y se llevó las manos a la cabeza, como si se estuviera mareando o algo le hubiera sentado mal. Esperamos varios segundos hasta que por fin volvió a abrir los ojos y nos miró a ambos.

—Esta es Rose, una amiga —me presentó finalmente Samuel.

—Perdona, Rose —se disculpó, levantó una de sus manos y me acarició una de mis mejillas—, pero el parecido es tan... tan auténtico.

¿Qué querría decir?

Samuel se nos quedó mirando durante unos segundos sin saber qué decir ni que hacer hasta que finalmente decidió intervenir.

—Rose ganó en el Arena, mamá. Por eso está en el castillo.

—¿El Arena?

Una lágrima cayó por la mejilla rugosa de la mujer.

—¿Está bien, Lady Brown? —pregunté preocupada, agarrando una de sus arrugadas manos que se posaba sobre el sillón suavemente.

—Sí, querida, es solo que mi adorable Fred....

—Fred era mi hermano mayor —dijo Samuel desde una de las ventanas.

Samuel se había apartado un poco de nosotras y nos había dado la espalda, al parecer este tema era delicado.

—Mi pequeño Fred —murmuró Lady Brown con ternura cerrando los ojos por unos segundos.

Por unos instantes, ninguno de los dos dijo nada, miré a mi alrededor, Lady Brown debía de dormir sola en esos aposentos, no había un Lord Brown tampoco.

—Fred estaba enamorado de una aldeana del pueblo que linda con el castillo, una granjera. Un día, se escapó del castillo y se conocieron, ella también se enamoró de él —comenzó Samuel a contar sin separarse de la ventana, la suave brisa balanceaba varios mechones de su cabello de vez en cuando—, pero como ya sabes, está prohibido todo tipo de relaciones entre nobles y aldeanos. Ellos querían estar juntos, su amor era el más puro que jamás he visto. Fred prometió a su amada que haría lo posible por escaparse y estar con ella —se quedó en silencio por unos segundos.

EL LINAJE ESCARLATA  -COMPLETA-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora