Capítulo Treinta y dos

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Toda la sala se quedó muda al verme aparecer.

—¿Rose? —preguntó el rey en un susurro.

A mi parecer, ni siquiera se sorprendió al verme con mi nuevo rostro desfigurado.

—No es posible... —continuó —pero, debería de haberme dado cuenta del gran parecido que tienes con la reina Dubois.

—Claramente, tienes la belleza de tu madre y la osadía de tu padre, pero nunca conseguirás el trono, querida.

La voz de Cyrus interrumpió por toda la sala con autoridad como si él ahora llevara la voz cantante.

—No vengo a por el trono, su majestad, vengo a que liberéis a Stefan —dije con la adrenalina del momento recorriendo todo mi cuerpo.

Stefan alzó la cabeza. Se encontraba de rodillas ante Henry, aún con el filo de su espada muy cerca de su rostro.

—Es vuestro mejor amigo —continué.

—¡No la escuchéis! —exclamó Cyrus.

En ese momento, sentí como Margot entraba en la sala de la mano de Samuel y se colocaban detrás de mí.

—Por favor —di un paso hacia delante— déjanos marchar y nunca más volverás a vernos. No sabrás nada más de Rosetta Dubois y tu secreto estará salvo.

—¿De qué estás hablando? —preguntó sorprendido bajando la espada al suelo.

Stefan se desahogó un poco a pesar de tener a un par de caballeros todavía apresándole por la espalda.

Miré a Cyrus y después a Stefan.

—¿No lo sabes? —torcí la sonrisa.

El rey volvió a dirigirme una mirada confusa. Di otro paso hacia delante.

—Encontré unas cartas antiguas... —comencé a decir ante la atenta mirada de Cyrus—, tu madre tuvo una aventura con un hombre fuera del matrimonio.

—¡Mientes! —exclamó Henry.

Negué con la cabeza.

—¿Qué ganaría mintiendo si ya lo tengo todo perdido?

Henry se quedó mirándome unos segundos y después miró a Stefan.

—¿Sabes algo de esto?

Stefan asintió con la cabeza.

—¡Soltadle! —ordenó.

Los caballeros soltaron a Stefan y este corrió hacia mí. Me agarró de la mano y me abrazó por la espalda preocupado al verse en tal situación.

—Stefan, cuéntame que averiguasteis —le ordenó Henry.

Pude ver como Cyrus estaba incómodo. Miraba a todos los lados, desviando la mirada cada vez que intentaba confrontarle.

—Las cartas eran entre tu madre y su consejero, Henry —añadió Stefan tajántemente.

—Su consejero... —murmuró Henry.

Los Lores que se encontraban en la sala comenzaron a susurrar entre ellos y el murmullo cada vez era más ensordecedor.

—¡Basta! —gritó Cyrus desde su posición con las manos sobre sus oídos— ¿Queréis la verdad? Pues ha llegado la hora de saber toda la verdad.

El rey le miró confuso, pero no dijo nada, al igual que los demás en la sala.

Cyrus miró a Henry y se acercó a él.

—Su majestad... Henry... —respiró hondo antes de comenzar— apenas sé por donde empezar. Le prometí a tu madre que cuidaría de ti, y eso he hecho desde que se fue. Damien Bonaire era un hombre egoísta y despiadado. No amaba a tu madre como lo hacía yo... Créeme.

EL LINAJE ESCARLATA  -COMPLETA-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora