Ben estaba muy exaltado aquella noche. En pocos días, el rey Henry Bonaire celebraría un gran baile para encontrar esposa y muchos nobles de alta cuna se acercarían al castillo para asistir con sus hijas casaderas. Ben lo veía como la oportunidad perfecta para poder robar algunas joyas y poder repartirlas en el pueblo. Él y su particular sentido de la justicia era inconfundible allí por donde pasara e irremediablemente, me encantaba participar en ello.
—Rose, este es el sitio exacto, es nuestra oportunidad.
Ben mantenía abierto con sus dos grandes manos un mapa dibujado en un antiguo pergamino. Su cabello castaño y rebelde le cubría parte de los ojos y no paraba de soplar una y otra vez para apartarlo de su vista.
—¿Qué les importará a esos ricachones perder unas cuantas joyas? —me preguntó divertido.
—Hay que pensarlo bien, Ben, o tendremos problemas como la última vez.
No estaba muy segura del próximo golpe, ya que la última vez nos libramos por muy poco. Era cierto que la mayoría de los carruajes apenas tenían defensas sólidas, al menos los que habíamos asaltado por el momento, pero últimamente las cosas se estaban poniendo más serias y la guardia del reino de Vértice cada vez era más voraz con sus castigos. Teníamos una regla que nunca incumplíamos: no hacer daño a nadie, solo robábamos. No éramos asesinos, tan solo pobres, y no era que la familia de Ben no tuviera que llevarse a la boca, pero no era una familia noble.
No podría recordar el momento exacto en el que llegué a casa de los Grant, junto a Ben y sus padres, pero sí que recuerdo ser parte de su familia desde una edad muy temprana, siempre me lo habían demostrado así. Vivíamos en una pequeña cabaña de madera a las afueras de la aldea de los Cedros, uno de los pueblos a un día a caballo del castillo donde vivía el rey y sus lacayos. El padre de Ben, Connor Grant, era el mejor herrero del pueblo, e incluso altos nobles del castillo le habían hecho encargos, pero aun así, no le pagaban suficiente como para llevar una vida fuera de lo común. Rebecca Grant, su mujer, trabajó en el campo en su juventud, pero cuando Ben comenzó a crecer, decidió quedarse con él en la casa y dedicarse a las tareas del matrimonio y a su hijo. Eran una familia adorable y yo siempre estaría agradecida de que me acogieran como a una más.
—Venga, confía en mí —me guiñó un ojo.
—¿Cuándo no he confiado en ti? —sonreí a mi compañero y él me devolvió el gesto.
Claro que confiaba en él y en nuestras capacidades, pero tenía miedo de que algo malo ocurriera, la confianza en general nunca había sido mi mejor amiga.
—Bien, tengo un amigo que trabaja en la granja más cercana al oeste y me ha dicho que todos los carruajes paran en la posada cerca de su cabaña.
—¿En la vieja de las tres copas?
—Exacto, lo cual eso hace que tengan que traspasar este tramo del bosque para llegar hasta allí —indicó con uno de sus dedos en el mapa un tramo bastante largo que cruzaba el bosque hasta llegar a la posada—. Estaremos allí en cuanto amanezca.
Esa tarde estuvimos recabando algo más de información. El carruaje que pasaría esa noche era de unos nobles amigos de la familia real, al parecer tenían muchas tierras en su propiedad lejos del reino de Vértice. Solo dos guardias se encargarían de la seguridad del carruaje, por lo cual, no tendría que complicarse demasiado. Preparé la espada que me regaló el señor Grant hacía años junto con el pequeño cuchillo que siempre llevaba escondido en una de mis botas en caso de que la situación se complicara. Ben limpió con ímpetu su arco hasta que estuviera reluciente, era el mejor arquero que había conocido en mi vida, y su destreza con él era impresionante.
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EL LINAJE ESCARLATA -COMPLETA-
RomanceAños atrás, en el reino de Vértice, los monarcas Dubois, junto con su heredera, perdieron la vida una mañana de invierno en un trágico y misterioso incendio en una de las torres del castillo real, tras aquello, la familia Bonaire asumió el trono baj...