💋 𝒲𝒾𝒸𝓀ℯ𝒹 𝒢𝒶𝓂ℯ𝓈 💋 [𝓈𝓂𝓊𝓉-𝓈𝒽𝑜𝓉𝓈 | 𝓂𝓊𝓁𝓉𝒾𝓈𝒽𝒾𝓅]

love lives 💋 Maylor/Dealor/Maycon

N/A - El siguiente shot es un 'what if'  que se desarrolla en el AU de Love Bites, si las cosas hubiesen terminado un poco diferente con esos tres al final del fic :3

🦇 Roger P.O.V 🦇

Recorrí su piel a besos, dejando pequeñas mordidas inocentes desde su antebrazo, y escalé sin prisa hacia la curva de su cuello, donde ese par de lunares me tentaron a dejar una mordida un poco más fuerte. Hincándole los dientes. Ese par de colmillos que no podían lastimarlo, pero sí lo hicieron gemir de placer cuando pretendí succionar una delicada hilera de sangre de la zona.

Deacy había tenido la brillante idea de ofrecerse de tributo una vez a la semana, y ahorrarnos a Brian y a mí el tener que ir de cacería. Al inicio no estábamos seguros de que fuera una buena idea; sin embargo, él encontró un libro en la biblioteca de Sarina que narraba las propiedades de ofrecerse como esclavo de un vampiro, y se ofreció a nosotros, siguiendo las precauciones del caso. El texto antiguo se refería a esos mortales osados como sirvientes, y su obsequio era  proveer su sangre fresca a sus amantes, a cambio de favores propios de la magia oscura que nos envolvía. 

Era salud, y vitalidad, y un lazo sagrado que lo protegía de todos los males de la noche. Era un amor entrelazado con apetencia. Los vampiros éramos seres sexuales, seres vinculados a todo lo impuro y lo misterioso, y por ello no se pudo resistir a seguirnos. Le dejamos hacerlo, porque ninguno de los dos estaba listo para perderlo, aunque eso implicara un cambio en la dinámica de todas nuestras relaciones. 

No íbamos a ser Brian y yo contra el mundo, ni Brian y él, ni él y yo; éramos los tres, y eso era toda una nueva aventura. Una que no necesariamente iba a durar para siempre, porque él no era como nosotros. 

No dejaba de ser humano, conectado por su sacrificio a lo supernatural... no era lo ideal, pero era mejor que tener que convertirlo, y solo por eso accedí a hacerlo. Notaba a veces, mientras hablábamos en la cena o en la ducha o en esas mañanas vagas de domingo, que aún quería acompañarnos en este trayecto, pero ya no nos lo pedía desde hace un par de años... tenía tanto por hacer, y tanto que lograr. Se acababa de graduar de una universidad en el extranjero -en mi antiguo país, al que fuimos porque ahora que lo recordaba no dejaba de extrañarlo- y yo quería verlo envejecer y seguir triunfando. Quería verlo crecer, a pesar de estar atrapado en un cuerpo más joven y que nunca llegaría a madurar con él. 

En apariencia, él ya era mayor a ambos. Brian había abandonado su mortalidad a los 21, y yo antes de los 18. Él tenía 23, y su semblante presumía una virilidad que había terminado de esquivar las inocentes facciones del niño que conocí y que vivía aún en el brillo de sus ojos, y que aún recordaba a veces con cierto recelo cuando se reía. Un brillo lleno de vida. 

Estaba en la flor de su existencia. Esa edad donde la biología hace su magia y resalta la belleza innata de uno para atraer a quien tuviera ojos para admirarla. 

No me arrepentiría nunca de dejarlo llegar a ese momento, y verlo sacar su título en Educación, y posar bajo la luz del sol con toga y birrete. Brian y yo no habíamos podido ir, el clima cálido del verano jugaba en nuestra contra, pero sus festejos con amigos y familia nos habían dado tiempo suficiente para preparar una sorpresa nocturna en el departamento que los tres compartíamos en el corazón de Madrid. 

Hubo una deliciosa cena, y música y un par de obsequios. Brian le había pintado un retrato, y yo me las ingenié para escribirle una canción. Me llamó ridículo cuando insistí en dar un paseo a la luz de la luna, y propuso en su lugar abrir las cortinas para que su blanquecino fulgor nos cobije a los tres mientras nos amábamos hasta el amanecer. Solamente quería estar con nosotros. A su manera olvidar un instante que el tiempo volaba, y que la vida adulta que tanto trataba de evitar ya estaba a la vuelta de la esquina.