💋 𝒲𝒾𝒸𝓀ℯ𝒹 𝒢𝒶𝓂ℯ𝓈 💋 [𝓈𝓂𝓊𝓉-𝓈𝒽𝑜𝓉𝓈 | 𝓂𝓊𝓁𝓉𝒾𝓈𝒽𝒾𝓅]

i do 💋 Maycury

—Te lo digo, por milésima vez, yo te diría 'acepto' sin pensarlo al ver eso... pero Brian es mucho más romántico. ¿Qué dices? No te va a matar ser tradicional por una vez en tu puta vida, Fred —insistió el ojizarco, por poco y empujando la cajita de terciopelo verde contra su cara en un intento de disuadirlo de su plan maestro. 

¡Claro que May era un romántico empedernido! Por eso quería casarse con él; lo amaba por ser detallista, y atento, y jodidamente apasionado. El rizado era la mente maestra detrás de las citas más maravillosas que han tenido; y era el chef por excelencia cada que acordaban preparar algo de comer en casa, mientras Freddie usualmente se encargaba de decorar el comedor con velas, pétalos de rosas y elegir la música y el vino.  

Lo suyo era más eso de encender el ambiente; buscar qué destinos visitar o qué espectáculo ir a ver el fin de semana en alguna de las exclusivas galerías o teatros de las capitales más costosas de Europa. Tenían el dinero, y tenían los medios, pero el tiempo no era eterno por lo que no por ser exitosos dejaban de envejecer. Y no por haber encontrado su hogar ideal en París, justo en la zona central de la ciudad en un penthouse que daba vista a la Torre Eiffel en todo su esplendor, significaba que todo ese dinero que antes gastaban en sus viajes debía permanecer en su cuenta corriente. 

Y entonces había hecho dos compras impulsivas... la una con ayuda de Roger, que en calidad de mejor amigo de ambos iba a ser franco con él si la estaba cagando, y a su vez conocía los gustos y preferencias de su novio a detalle. Esa primera compra había sido un brillante anillo plateado; de oro blanco con una piedra preciosa roja incrustada en forma de púa de guitarra, adornado en los bordes con pequeñas estrellas talladas en diamante blanco, que no solo relucía por su elegancia, sino porque decía mucho sobre las pasiones del rizado, y era un detalle hermoso. Había sido en parte idea de Roger, pero se llevaría todo el crédito si es que Brian lloraba por la emoción. 

Pero su segunda compra fue sólo producto de su afán por ser... bueno, Freddie Mercury. Había leído que Frank Ocean, ese cantante con el que vez se topó en el Met Gala hace un par de años, había colaborado con HOMER para lanzar un anillo especial: hecho 100% a mano en oro de 18 quilates, y adornada con diamantes de talla princesa en engaste de canal*. ¿El precio? Tan solo unos $ 25,570 dólares, por lo que al menos debían darle el crédito por no llegar ni a un cuarto de millón con su compra. 

En todo caso, tuvo la brillantísima idea de pedirle matrimonio con ambas argollas, y no lograba ponerse de acuerdo con el ojizarco de cuál debía utilizar primero. No tenía por qué ser un largo debate... ambos anillos eran hermosos. 

La única diferencia era que uno iría en su anular, y el otro, bueno, en su pene. Lo usual. 

—Confía en mí, rubia, Bri me conoce lo suficientemente bien como para saber que tengo todo planeado. Es solo un poco de foreplay. Lo sorprendo con esta cosa en la cama, y luego ¡bam! Bonito anillo de compromiso —exclamó, y tomó la caja aterciopelada que el rubio tenía aún en su mano para guardarlo en el cajón del velador. 

El rubio soltó un grito frustrado, y lo siguió hacia la habitación. 

—No puedo superar que le compraste un anillo para su pito, Fred. Estás loco... ¡ni siquiera a mí se me ocurriría hacer algo así! —vociferó, tomando la caja con el famoso XXXL H-BONE RING en el proceso. 

—Es porque eres heterosexual, mi cielo, tienes que abrir tus fronteras del pensamiento. Pensar en qué le vendría bien a un pene... —señaló el mayor, tomando su preciado anillo de 18 quilates para guardarlo, por otro lado, ahí metido entre las almohadas. 

La cama estaba perfectamente decorada con pétalos de rosa. Amaba usar pétalos de rosa; eran de rosas importadas con el mayor de los cuidados desde Ecuador**, directo a su departamento en la ciudad parisina. La fragancia impregnaba las fosas nasales de quien entrase al cuarto, y les era tan normal usarlas en sus momentos privados que el rizado sabría exactamente lo que les esperaba esa noche al llegar a la casa.