En el centro de Galway, en el asiento trasero de una patrulla de policía, se hallaba un desorientado Jaylious Slora, quien torcía su cabeza por incomodidad. Se veía sudoroso y estresado, pues las voces en su mente lo estresaban; algunas susurraban y otras gritaban. Sabía que era su subconsciente alterado por el escándalo que había hecho y se regañaba de diferentes maneras a si mismo de esa forma, solo que pensaba ya era suficiente de eso, pero ellas no se detenían. Era tal el escándalo que no se había percatado de que el oficial copiloto le había estado hablando desde que salieron de la comisaría.
—¡Basta! —dijo Jay estresado y en voz baja.
—¿Disculpa? —contestó el mismo oficial cuando volteó a mirarlo.
Jay se inmutó.
—Me refería a que... ya basta de tanta estupidez de mi parte, no puede ser posible tal querella —respondió—. Continúe, por favor.
—Jum —soltó el mismo.
Jay no sabía de qué hablaba el oficial, de hecho, por más que se esforzara, no podía escucharlo.
Antes de que se diera cuenta, ya habían llegado a su casa. Afortunadamente era la una de la mañana y no había nadie afuera que viera tal hecho. Los oficiales lo ayudaron a bajar y entrar a su casa, pues estaba muy malherido.
—Tuvo mucha suerte de que esas personas no quisieran presentar cargos o esto habría terminado de otra manera —dijo el oficial Mench, quien venía conduciendo—. Si, creo que se pasaron un poco tomando la justicia por sus propias manos, pero es su propiedad después de todo, espero entiendas cómo funciona.
A Jay le dolía hasta respirar.
Ya estaban en la puerta principal, lo ayudaron a abrir la misma y cuando entró, se detuvieron un momento.
—Sabemos que pasa por un momento difícil, señor Slora. Es un hombre importante... me atrevo a decir que mucho más que nosotros. Es de conocimiento general sus logros, premios, voz y voto que tiene en muchas sociedades, grupos y demás. Ha tenido mucha influencia, ¡mi hija lo adora! Y créame cuando le digo que nadie quiere verlo hundirse en la desgracia después de tantos aportes. Existe un centro de salud para ayudar a personas con su estado. Considerando sus ingresos, creo que podría tener una... «estadía» bastante complaciente conforme se recupera.
El señor Slora no daba crédito a sus oídos.
—Es muy amable su intención, señor —no dejó su postura, aunque la recomendación del policía le haya disgustado—. Bien intencionados consejos siempre van a ser bien recibidos, pero tendría que tener mi cerebro derretido y sin neurona alguna para poner un pie en el manicomio Asttorga. No estoy tan mal como para dejar mi imagen caer al recibir la tan famosa atención por la que destacan en los lugares más perturbadores del mundo. Sin embargo, les prometo que no oirán de mí en algún disturbio o problema que requiera de su atención, basta con el favor que me han hecho hoy caballeros.
Los oficiales se miraron como si hubieran escuchado las mismas palabras miles de veces.
—Solo prométase a usted mismo que recibirá la ayuda que merece, señor Slora, por el bien de su familia y la de su... imagen, como dijo —ambos dieron media vuelta y se retiraron—. Que descanse, señor Slora, lo necesita.
No esperó a que se subieran a la patrulla, solo cerró la puerta, y cuando prendió la luz que daba a la sala de estar, iluminó la sonriente silueta de Queenie en el sillón; estaba recostada, con ambos pies descalzos recogidos y una copa de vino. Esta vez llevaba un vestido diferente como de verano, lleno de girasoles. Se veía completamente distinta de como Jay la había visto hacía unas horas. Él no se extrañó, parecía algo normal. Jay se acercó con un rostro cansado y caminando como si le pesaran las piernas, le dio un beso en la frente y tomó asiento en el sillón de al lado.
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La Balada de la Iniquidad Escarlata ©
Romance¡Próximamente publicada por Editorial Planeta! En el corazón de Irlanda, hace siete años, la vida de Jay Slora y Chloe Armstrong, un matrimonio aparentemente perfecto, cambia drásticamente tras un accidente que deja a Jay con necrosis cerebral. Las...