-4-

5 4 0
                                    

La señora Slora se vio manipulada y despertó cálidamente, abrió sus ojos con lentitud y sintiendo aún su rostro un poco humedecido, la razón por la que despertó. De rodillas ante ella estaba Gil, con sus cejas elevadas y mirándola como si fuera un ángel que le dio el honor de tocarla. Él estaba pasando una toalla húmeda, removiendo los restos de maquillaje de su rostro, con delicadeza, como si limpiara los pétalos de una rosa. Cuando ella se orientó y supo lo que estaba pasando, abrió sus ojos cuales platos y se sentó rápidamente.

—¡Gil! Yo... yo estaba, y... luego...

Él sonrió y bajó su cabeza.

—Hey, hey, tranquila. Yo amo también tomar siestas de vez en cuando, no es un pecado linda —le dijo tratando de tranquilizarla—. De hecho, lo haría más seguido si no trabajara tanto —comentó dedicándole una sonrisa.

Pero ella no correspondió la gracia, simplemente permaneció callada sin saber qué decir. Sin más, él dejó la toalla en la mesita que centraba la sala de estar y luego, haciéndose espacio, se sentó junto a ella. Chloe aún con vergüenza manipulaba sus manos, Gil las miró y estas estaban llenas de maquillaje corrido, como si las hubiera pasado innumerables veces por sus ojos para limpiar las lágrimas que la bañaban. Su conocimiento de psicólogo le recalcaba que no debía mencionar el tema o si quiera mencionarlo indirectamente, pues como bien sabe; una persona triste no quiere seguir hundiéndose en lo que la agobia, sino tener una salida o distracción de su problema, y Gil era experto improvisando en esos casos. Tontamente acercó su rostro a Chloe moviendo su nariz cual sabueso olfateando, luego interpuso:

—¿Eres tú la que huele tan delicioso?

Ella soltó una vaga sonrisa y respondió:

—Preparé algo de comida para cuando llegaras, pensé que podía complacerte luego de un duro día de trabajo...

—¿Bromeas? —dijo exaltado, provocando en Queenie un pequeño brinco de susto, luego se levantó con rapidez del sillón y corrió como un niño hacia la cocina. Destapó y olió todos los platillos que ella había preparado para él y no puedo evitar cerrar los ojos al captar tal exquisitez. «Wow, ni Ally hace esto por mí» dijo para sí mismo, luego comentó:

—Mi día fue una basura, pero con este detalle, tú... tu... —las palabras no le salían, así que se tomó unos segundos para volver a tragarse el nudo que lo hacían sonar quebrantado—. ¡Tengo una idea! —dijo al instante para olvidarse de lo que lo arraigaba—. Tomemos este manjar que preparaste y llevémoslo a un lugar especial, un lugar secreto que solo yo conozco, ¿qué te parece?

—¿Como un picnic? —cuestionó cual niña.

—¡Exacto! Como un picnic...

—Pe... pero ya va a anochecer, Bryan, son más de las cinco...

—Te diré cinco razones por las cuales los picnics son mejores de noche —dijo dándose importancia, luego salió de la cocina y se dirigió a su habitación—. Por el momento, si quieres, y por recomendación propia, ve a vestirte con algo cómodo, luego espérame en mi auto, yo debo preparar algunas cosas.

Ella no era una chica que solía rechazar las recomendaciones, así que obedeció y tomó unos lejeans que estaban escondidos en el closet de la habitación de huéspedes; parecían de mujer, pero ella solo pensó que probablemente Gil los usaba para salir a correr o hacer algo de ejercicio, así que sin pensarlo más se los puso y también una vieja playera dos veces más grande que su talla; era de Aerosmith. Al final de tanto, ella se encontraba ya en el auto de Gil mientras él terminaba de cargar algunas cosas, entre tantas la comida, claro. No se tardaron en salir; diez minutos habían transcurrido y ya estaban en la carretera que comenzaba a encerrarse por bastantes árboles. Ninguno hablaba, solo dominaba el silencio y el monótono sonido de los árboles pasando rápidamente a su lado. Ella se estaba congelando, y aun así llevaba la ventana abierta porque simplemente le encantaba que la brisa chocara con su rostro. Él notó que ella temblaba demasiado, luego con una sonrisa, le pasó una manta que tomó del asiento trasero.

La Balada de la Iniquidad Escarlata ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora