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En la calle Henry, lugar que vio al matrimonio Slora crecer, Cindy y Emily limpiaban la casa, luego de tanto alboroto. Se daban cuenta de que nunca más iba a ser habitada... no al menos por el matrimonio que la construyó desde sus cimientos.

Emily miraba las fotos de la pareja con nostalgia, sintiendo un hoyo profundo en su pecho. Notaba lo hermosa que se veía Queenie en su boda, con su original vestido azul, pues era su color favorito. Estaba a punto de llorar. «¿Dónde estás, Chloe?» cuestionó en voz baja. En un momento sintió una mano en su hombro, era Cindy. Rápidamente se limpió sus lágrimas y volteó a mirarla.

—Escucha, no tiene caso hacer lo que hacemos si al final nadie estará aquí. Yo quedé desempleada y podría venir por amor, pero ya no hay nada aquí para mi —tomó sus manos y continuó—. ¿Por qué no te mudas aquí con Sarah? Podrían dejar de rentar su apartamento y traer sus cosas, sería un gasto menos para las dos. Además... sabes que a ellos les habría encantado que estuvieras aquí si pasara lo que pasó.

Emily recogió sus hombros.

—Es que yo... no sé, no tengo permiso de hacerlo, y también está su madre y su hermano. ¿Qué van a decir si nos ven aquí metidas? La mujer es una bruja y quiere aprovecharse de todo lo que puede —contestó agitada.

—Pero no tienen algo que tu sí; un documento avalado por un psiquiatra en el que se establece que tú puedes tomar cualquier decisión por Jay, pues él no está cuerdo... o al menos eso dicen, pero los demás no lo saben —notó a Emily sorprendida, sabía que concordaban—. ¿Entonces qué dices?

—Creo que está bien, además estaríamos cuidando la casa por si ocurre algo en el futuro —agregó.

—Exactamente.

Ambas sonreían como idiotas cuando alguien tocó a la puerta. Fue un «nock nock» algo seco y fuete. Al momento en el que Emily abrió, se encontró con un hombre semi formal.

—Buenas tardes, señora. Soy el agente Kennedy, división de homicidios.

Sin esperar que le dieran noticia alguna, Emily se puso la mano en el pecho, sintiendo un inminente desmayo.

—S... si, ¿en qué le puedo ayudar? —tartamudeó.

—Necesito hacerle unas preguntas al señor Jaylious Slora Thompson en cuanto al caso de su esposa, ¿está él en casa?

Emily quiso ser precavida para que Cindy no escuchara absolutamente nada, por lo que salió lentamente y cerró la puerta a sus espaldas.

—Lo que sucede es que Jay no está aquí, señor, él está en el Asttorga en Inglaterra. No puede valerse por sí mismo o entablar una conversación normal con alguien —interpuso, agregándole algo de picante.

—Hum, qué conveniente —contestó el mismo—. ¿Desde hace cuánto tiempo él ha estado «internado»? —cuestionó dudoso.

—Desde hace un mes y medio, aproximadamente —luego recordó lo que le dijo Cindy—. Tengo un documento que confirma que Jay no puede tomar decisiones por sí mismo, y establece que yo soy la única autorizada para hablar en su nombre.

Kennedy se asombró y le pidió ver el documento. Luego de que se lo mostrara y este confirmara lo dicho, prosiguió:

—¿Es usted familiar de Armstrong?

—Soy la mejor amiga de ellos, ¿qué sucedió? ¿Encontraron a Chloe? —el oficial contrajo sus labios y bajó la cabeza, parecía que le era muy difícil responder o darle alguna noticia—. Si la encontraron, ¿verdad? —se le empezaba a quebrar la voz.

El oficial asintió con la cabeza y Emily se puso de rodillas llorando, con sus manos cubriendo su rostro.

El señor Slora disfrutaba en gran manera la atención que le daban las y los enfermeros, sobre todo cuando debían tomarle la presión arterial; lo encontraba extrañamente satisfactorio. Hacía toda clase de preguntas y el personal se divertía con todas sus ocurrencias.

La Balada de la Iniquidad Escarlata ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora