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Ese mismo día se encontraba completando unos crucigramas; le gustaba ejercitar su mente y no dejarla morir tan fácilmente. Cuando esta funcionaba correctamente y no le daban ataques, él lo aprovechaba al máximo. Estaba a punto de tener un colapso al pensar en la última palabra para completar la línea, cuando alguien tocó a su puerta. «Emily, debe de estar muriendo de frío a como están las cosas afuera» se dijo amarrando la faja de su bata azul. Cuando abrió la puerta, entró primeramente una húmeda brisa que le cerró los ojos de golpe, pudiendo solo ver una sombra borrosa frente a sí y cada vez que parpadeaba para secar sus ojos, la sombra se volvía aún más nítida. Cuando miró a la persona que estaba en su puerta, comenzando desde sus pies hasta la cabeza, ni si quiera su mente al estar dándole una mala jugada, podría no identificarla.

—¿Queenie?

La primera imagen que Jay vio, fue a su esposa abrigándose solo con sus brazos, vistiendo unos vaqueros viejos y una blusa nada caliente para la lluvia que los azotaba. Su rostro estaba desmaquillado y se notaba agredida. En lugar de invitarla a pasar, él caminó dos pasos afuera, sin importar que en cuestión de segundos se encontrara totalmente empapado. Estaban uno frente al otro y aunque las palabras sobraban, el nudo en sus gargantas no los dejaba pronunciar ni una vocal.

—No voy a decir lo siento porque lo creo miserable comparado a todo lo que guardo —dijo Jay cuando pudo, con su labio temblando.

—Jay, yo... No sabes lo que he pasado, han hecho conmigo lo que quisieron y lo sé, sé que fui yo quien se fue y no dejé que lo arregláramos como lo hacíamos siempre, solo fue un momento de...

—Puedo jurar que el alma me duele más que mis molestias físicas —la interrumpió Jay—, las que por supuesto me tienen tan mal como un cadáver. He leído tus escritos pensando que tú eres quien los lee para mí como solías hacerlo —su voz se quebraba cada vez más y más, casi sin poder entenderle y en su corazón agradecía que estaba lloviendo sin parar, porque las lágrimas lo vestían por completo—. Me he escuchado decir varias veces la palabra te amo, esforzándome por oír tu voz en al menos una de ellas.

—Jay... —quería prorrumpir Chloe.

—Pero... aahh —gruñó tratando de soltar las palabras—, pero terminé de destrozarme cuando acepté que solo podía verte al cerrar mis ojos. Y al parecer, el hecho de que tú estés aquí, no lo cambia.

Ella se acercó a Jay y lo tomó de las manos.

—No puedo remediar lo que te pasó o me pasó a mí, las cosas son lo que son, pero esto me parece un nuevo comienzo —al final de esa oración, Jay vio como la lluvia se detuvo al instante, el cielo se despejó de nubes e inmediatamente las estrellas los miraron—. Si mi presencia no cambia absolutamente nada, deja que mis acciones lo hagan y veras que todo será como antes, e incluso mejor.

Jay asentía mordiendo su labio. Con voz cortante, Queenie agregó:

—Prometo que haré de tus últimos tiempos los mejores mi amor.

Contrariado y con miles de preguntas en su mente, Jay aceptó el abrazo que Queenie quería darle. Lloraba de ira, de estrés, de alegría, de todo menos de tristeza.

Un par de pisadas mojadas hacían un camino por la casa hasta la ducha. El baño hacía tiempo ya se había adaptado para las necesidades físicas de Jay o para cuando este empeorara. De la pared dentro del mismo, se desenganchaba una silla de acero inoxidable para que alguno tomara asiento mientras lo bañaban cómodamente. Queenie se sentó en ella, es lo que quería el señor Slora, luego el mismo tomó una esponja y comenzó a tallar su cuerpo suavemente. Dibujaba líneas con la espuma que la misma soltaba por todo su cuerpo. Tomó algo de shampoo y lavó su cabello también. Gozaba sintiendo sus dedos deslizándose en la señora Slora cual arco sobre las cuerdas del violín, mientras ella gemía su música. Era imposible que las lágrimas se perdieran entre el agua.

La Balada de la Iniquidad Escarlata ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora