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Jay sabía que solo bastaba con desbloquear la pantalla para que la conversación emergiera y todo se fuera al carajo, por eso buscó una nueva excusa para llamar su atención.

—¿Sabes dónde está el café? No lo encuentro por ninguna parte.

—Está en la alacena, cariño —contestó Chloe con el teléfono ya en su mano.

—No, no está, ¿podrías venir y buscarlo, por favor? —le pidió, esperando que accediera.

Para la suerte de Jay, ella puso de nuevo el teléfono en el sillón y fue con paciencia a la cocina para buscar el café mientras que él se escabullía rápidamente y eliminaba la conversación. Respiró relajado cuando lo hizo.

—Te lo dije, estaba en la alacena —dijo Chloe, frunciendo el ceño.

—Cierto, tenías razón. Gracias cariño, terminaré de prepararlo.

—Déjalo, yo lo haré, tú ve por el pan y la mermelada —contestó Chloe, montando su tarde de café.

La pareja comió a gusto a la mesa que tenían en su hermoso patio, compartiendo ideas y hablando del viaje que harían a España dentro de poco. Al pasar las horas la cafetera se vació y ambos estuvieron serenos, contemplando el atardecer que abrazaba el hermoso manzano frente a ellos.

—Cuando te fuiste en la mañana llegó mi pedido de Carfielt con lo nuevo de su ropa interior —comentó Chloe mirando a Jay por sobre su hombro con una expresión que sólo ella sabía transmitirle para que entendiera a qué quería llegar.

—¿Ah sí? ¿Y qué espera para modelármela, señora Slora? —respondió, captándolo de inmediato.

Ambos se pusieron en pie y dejaron los platos afuera. Chloe tomó a Jay de la mano y lo llevó hasta el cuarto de ambos, lo sentó en la cama y entró a su armario por un corto lapso de tiempo, luego salió en tacones y con un calzón de encaje negro, el color favorito del señor Slora. Jay sentía como en su entrepierna la sangre circulaba como si fuera un gigante, fue cuestión de segundos. Luego se vio acomodándose su pene, pues le dolía de tan excitado que estaba.

—Ven aquí —le dijo temblando, al mismo tiempo que se quitaba los pantalones.

Chloe soltó una sonrisa de burla, quería jugar un poco con él.

—Espera ahí, ya vuelvo —le dijo, haciendo sonar con fuerza sus tacones para provocarlo mientras salía de la habitación.

Jay se echó en la cama desesperado, sentía que le iba a explotar. Cuando se enteró, el sonido de los tacones se hacía más fuerte; Chloe entró de nuevo a la habitación, esta vez con una cubeta con cubos de hielo. Jay amaba el truco del hielo, cuando la vio con ese rostro soberbio, casi jadeaba como un perro, desesperado por que empezara. La señora Slora se metió un hielo en la boca y lo pasó de lado a lado, esperando que la enfriara completamente, luego se puso de rodillas y le abrió las piernas, tomó su parte favorita de su esposo y se la metió en la boca. Era un sueño divino, los ojos de Jay estaban en blanco mientras un sonido monótono salía de su boca, no lo podía controlar. Chloe movía su cabeza de atrás para adelante, gozando cada roce, cada gemido que escuchaba de su esposo, al mismo tiempo que hacía a un lado su calzón y metía los dedos hasta el fondo de su vagina, completamente mojada y electrizada. En un instante recordó el pequeño cofre de peluche que tenía debajo de la cama. Sin parar con su boca, se estiró para alcanzarlo con su otra mano y lo abrió, tenía muchos juguetes sexuales, pero tomó su favorito: la cola de zorra. La tomó del extremo plateado y lo lamió como lo hacía con su esposo, se inclinó un poco adelante y lo introdujo atrás. Entró sin problema, ya que era una parte de sí misma que le encantaba usar con su esposo, y expulsar el primer gemido cuando lo sentía dentro siempre le era placenteramente inevitable.

—¡Jay, cógeme, cógeme! —se vió exclamando cuando se ponía en pie.

El señor Slora se acomodó en la cama y la recibió, estaba agitado, ni siquiera habían empezado en el terreno fuerte y ya estaba empapado de sudor. Ella se sentó sobre su pene y comenzó a mover sus pronunciadas caderas: hacia atrás y adelante como una serpiente, mientras Jay tomaba sus pechos y jalaba los pezones al ritmo en que su pene dentro de ella se estremecía con cada movimiento. Chloe amaba que su esposo durara tanto como ella quisiera, pero quería más, y lo quería brutalmente. Se quitó de encima de él y se quedó en cuatro.

—Por atrás, lo quiero por atrás —le pidió jadeante.

Jay obedeció sus ordenes y tomó la larga cola de zorra, la enrolló en su puño y tiró lentamente de ella hasta que saliera por completo, luego se la puso a Chloe en su boca.

—Déjala ahí —le dijo.

En seguida le abrió su trasero y corrió el calzón, lo sostuvo con su mano y le pasó la lengua de abajo hacia arriba, ella gemía como si la estuvieran asesinando, pero no les importaba. Le encantaba, era la esencia de su esposa, era una de las tantas cosas que amaba de ella. De inmediato fue a tomar un cubo de hielo y lo introdujo lentamente en su ano, seguido de su voluminoso pene.

—¡Oh Jay! ¡Jay, por Dios! ¡Dios, Dios, Dios! —exclamaba Chloe a como podía, pues aún tenía la pelota plateada en su boca.

Jay soltó el calzón, le encantaba el roce de la tela con su pene cuando entraba y salía. Cuando había fricción de más, la escupía y seguía. Chloe no quería que la sacara, era lo mejor en lo que pudo haber pensado su esposo, pero quería más.

—Ahora el puño, quiero el puño, ¡el puño!

Chloe podría parecer una formal e inocente escritora sin algo de procacidad en su persona, pero muy en el fondo de su dulce alma, un intrépido conocimiento de tales cosas que sabían cómo complacer a Jay y a sí misma en ese acto, demostraban lo perspicaz que era vestir a una oveja en lobo, y por supuesto el señor Slora conocía algunos trucos también. Sin duda alguna, la llama que toda relación debería tener, la mantenían encendida a su manera. 

La Balada de la Iniquidad Escarlata ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora