Capítulo V | Consternaciones, dudas y confesiones

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Esa misma noche, cuando la pareja estaba por dormir, Chloe se encontraba tomando su té, cuando quiso comentarle al señor Slora lo que su madre le había propuesto, para que la acompañara o para que se ayudara por su parte, tal vez.

Ella bebió lo que le quedaba de té y dijo:

—Hoy que estaba en la Iglesia —se estiró para poner la tasa en el mueble de noche y continuó—, tuve una clase de ataque y salí para respirar porque estaba ahogándome —Jay se sentó y volteó para verla, pues claro que estaba preocupado—. Mamá salió para ayudarme, y... simplemente exploté, Jay, yo... le conté del accidente y todo lo que sucede, no pude contenerlo.

Jay bajó su mirada soltando un suspiro, pero a Chloe no le importó.

—No espero que lo entiendas, fue completamente mi culpa, pero no me arrepiento de lo que hice, yo...

—Habíamos acordado que no le diríamos a nadie, en especial a nuestra familia, Queenie. Ya ellos deben de haber llamado a especialistas y doctores, a familiares y amigos y quién sabe a quienes más, ¿no pensaste en eso? Posiblemente les dieron nuestros nombres y el chisme se esparcirá por toda Irlanda y el mundo —él se puso en pie y caminó de un lado a otro—. Dios, no puedo imaginar el rostro de satisfacción que podría tener Müller

Chloe se exaltó, se sentó completamente en la cama y exclamó:

—Ya no seas tan melodramático, Jay, te escuchas tan... tan...

Él la miró fijamente.

—¿Tan qué? ¡Dilo!

—Tan estúpido, tan idiota, tan ignorante, como si te sumieras en tu enfermedad y tu ego se alimente al pensar en la lástima que crees que todos te van a tener.

El señor Slora escuchó lo que temía; la explosión de Chloe, pero esta vez él no se contendría tampoco.

—No, no, Chloe, no me sumo en mi enfermedad a propósito, creo que solo me quejo de mis dolencias cada vez más porque hago tu parte cuando decides salir a quien sabe dónde cuando Cindy no está, y porque simplemente tú no haces suficiente.

—Claro, claro, no hago suficiente, tienes toda la razón, yo solo camino por toda la casa como una muerta viviente solo porque quiero. Salgo a traer tus malditas pastillas porque para mí es un juego y me divierte, y todo lo que tu hacías antes del accidente yo lo hago ahora para demostrarte... no lo sé, lo que sea que venga a tu estúpida mente. Hazte un favor y cierra el hocico, Jay, porque creo que el golpe dañó tu cordura —levantó la cobija y caminó a la puerta—. Mañana iré a hacer nada buscando un psicólogo que me ayude a afrontar todo esto, te sugiero que hagas lo mismo. Buenas noches.

—¿Qué? ¿A dónde vas? —le preguntó extrañado.

—A dormir al cuarto de huéspedes, no quiero pasar la noche con una persona tan egoísta que probablemente vaya a mojar la cama —respondió con ironía.

Él se mordió los labios y quiso exclamar tanto que solo respondió:

—¡Está bien! Vete, duerme en ese frío cuarto, yo me calentaré aquí con todas estas cobijas, sí. Y... y... ¿sabes qué? No iré con ningún estúpido psicólogo, porque ya no tengo cura, Queenie, así es, me escucharás vociferar por toda la casa como un demente y haré lo que me plazca hasta que no sepa cómo hablar o usar mi puta lengua... hasta el día en el que muera en cualquier lado.

Ella lo escuchaba y no le hacía caso, pues sabía que, de no estar enfermo, también diría las mismas estupideces, así que solo calló y fue a dormir en paz.

Por otro lado, acostado en su cama y con ambos brazos tras la cabeza, se encontraba el señor Slora pensativo, con una masa de culpa flotando sobre sí exclamándole «No fue su culpa, sabes que no fue su culpa. Vociferaste en su contra por el simple hecho de 'no dar tu brazo a torcer', pero sabes que no te importa un carajo lo que piensen de ti, y más que eso, sabes que tus suegros no son como los describes. Queenie tenía razón, eres un idiota».

En la mañana del siguiente día, él permaneció despierto hasta tarde, pensando y pensando en lo que había dicho y que lastimó a Chloe. Quiso remediar las cosas y ayudar un poco más, pero debido a los comentarios dichos, él tocó fondo con ella, y sus esfuerzos por ganársela debían incrementarse.

La Balada de la Iniquidad Escarlata ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora