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"La firma de libros" fue lo primero que recordó cuando trató de recordar lo mas atrás que pudiera, y como le era de costumbre, la noche comenzaba con los comentarios innecesarios y su absurda necesidad por crear un conflicto. No era la cuarta, sexta, décima o vigésima quinta vez que los Slora despertaban a sus vecinos por una discusión a las once de la noche en la calle Henry de Galway, Irlanda. Cualquiera podría pensar que discutían porque la señora Slora dejó el gas abierto, porque el señor Slora olvidó darle de comer a la "mascota" o simplemente por no bajar la tapa del inodoro, pero se debía a algo más que sólo una irrelevante situación que tienen las parejas normales al discutir. Parte del problema se debía a que ambos eran escritores: Jay, el señor Slora, había publicado cinco manuscritos con la editorial Challenger, empezando con el primero a sus 21 años; Abstención al adulterio, el cual tuvo la fortuna de convertirse en un Best Seller. Chloe, la señora Slora, le ganaba en número por un manuscrito que recién acababa de publicar como el desenlace de su saga, y esa fue la manzana de la discordia esa noche: no por un comportamiento machista al ver que su esposa había publicado seis libros, sino porque, según él, ella rechazó la ayuda que le había dado con mucho amor, tiempo y dedicación para el mismo.

—Solo digo que pudiste habérmelo dicho, Chloe, pudiste solo decirme, no sé: "Gracias por tu ayuda, Jay, pero prefiero hacerlo yo sola", de haberlo hecho me habrías ahorrado mucho tiempo que pude dedicar a mi libro. Eres una egoísta —se quitó la bufanda y la arrojó sobre la mesa junto con las llaves del auto, pues venían entrando a su casa luego de una exhaustiva firma de ejemplares en la librería de Charlie Boyd. Fue media hora antes de salir de la librería que Jay por curiosidad tomó el nuevo libro de Chloe, revisando las solapas, los divisores y, por supuesto, las correcciones y el estilo en el tercer capitulo del libro. Llevaban años escribiendo, claro que ellos sabían cuál es el estilo de cada uno, y esa noche cuando Jay lo descubrió que el tercer capítulo fue cambiado por completo, explotó internamente.

Chloe era una sutil chica de 29 años, cabello rizado y con muchas estrellas en su rostro, —pecas— según Jay. Era activista por el medio ambiente y los derechos humanos, dueña también de un blog sobre el amor propio: Tallas y amor plus, pues amabas sus amplias caderas y también la insignificante barriga que a veces se le salía, por lo que pensó en compartir su secreto para amarse a las demás personas que no tenían suerte con ello.

La mayor parte del tiempo, Chloe prefería resolver las cosas de un modo pacifista, aunque eso significara aceptar la derrota en alguna discusión en la que tuviera toda la razón.

—Lo siento, cielo, no pensé que te molestara —se quitó también su abrigo y continuó—. Es sólo que tu estilo de escritura es muy... ¿Cómo lo podría decir? ¡Tosco! Tu estilo es muy tosco para mi libro, y quiero que los lectores lean el continuo estilo suave con el que Chloe Armstrong escribió la saga completa. No te quise decir nada porque te vi tan entusiasmado escribiendo que no quería herir tus sentimientos y detenerte, cariño.

Es lo que siempre sucedía: Chloe le hablaba con dulzura y él se calmaba, era como ver a un oso grizzli ser sedado. Si se percatara de que ella lo dominaba tan bien, probablemente continuaría discutiendo con más intensidad, pero nunca era así, pues el encanto de su voz y esos ojos tan vivos y penetrantes que ella sabía utilizar tan bien, lo eran todo para el señor Slora.

Él se relajó y se sentó en el sofá, masajeando su frente.

—Sólo quería ayudarte en algo, linda, quería que tu escrito tuviera un pedazo de mí —comentó Jay, fingiendo desolación—. Quería... no sé, que le hablaras de mí a tus lectores después de que ellos preguntaran acerca de ese cambio en el estilo.

—Pero cariño, ellos te conocen y leen tus libros también —se sentó a gusto en la pierna de Jay—. Siempre te presumo, lo sabes, pero hoy estabas tan ocupado verificando el cambio del estilo que no notaste que te dediqué ese libro —le dijo mirándolo soberbiamente, sabiendo que le encantaría la dedicatoria, luego se puso en pie para ir a la cocina.

La Balada de la Iniquidad Escarlata ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora