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Pasaron los días y con ellos muchos trámites con respecto a los pasaportes de ambos, compra de ropa y demás necesidades para su viaje a España. Ya faltaban tres días para la feria, y decidieron irse un viernes 27 de Julio para instalarse en el hotel y tal vez recorrer un poco la ciudad. El jueves 26, día antes de que se marcharan, la pareja se encontraba en la sala de estar, probando un vibrador a control remoto que pidieron por internet. Chloe podía casi palpar los segundos que faltaban para venirse, cuando tocaron a la puerta. Los dos saltaron espantados, procesaron lo que estaba pasando y luego reaccionaron:

—¡Mis papás! —dijo Chloe.

—¡Tus papás! —dijo Jay.

La adrenalina fue tal, que Chloe se dejó el vibrador adentro y solo se puso el calzón de nuevo, de modo que el vibrador quedó atrapado. Jay por otro lado, dejó el control en el sillón. Ambos se apresuraron a acomodar los sillones, se peinaron un poco y luego abrieron la puerta con el corazón a mil por hora. Los saludos saltaron al instante y enseguida los suegros entraron.

—¿A qué huele? —preguntó la señora Armstrong.

Ambos se quedaron en silencio.

—Es que comimos pescado a la plancha —se apresuró a decir Jay, con una risa tonta.

Chloe sonrió sin gracia y lo volteó a ver, queriendo asesinarlo.

Afortunadamente Jay se llevaba bien con ambos, hecho que agradecía bastante, pues sabía que en muchos casos no era así. Llegaron desde la mañana. Judith, la madre de Chloe, le había ayudado a empacar y a poner todo en orden, mientras que su padre, Simone, le ayudaba a Jay a revisar el auto que tenía algunos tornillos y engranajes un poco desajustados en el motor.

Ya habían comido y llegó la tarde, Jay estaba viendo el partido con Simone, y Judith y Chloe estaban horneando algunas galletas de naranja que desde hace mucho tiempo querían hacer.

—¿Y cómo va todo con Jay, cariño? —le preguntó Judith a su hija, mientras colocaba las galletas en la bandeja.

—Llevamos casi diez años de casados, mamá, creo que el tiempo de querer asesinarnos mutuamente ya pasó, si a eso te refieres —expuso Chloe bromeando.

—Bueno, quien sabe... en toda relación hay altibajos, hayan pasado veinte o cuarenta años, cariño.

—Lo sé, pero no es el caso con Jay; sabemos cómo controlarnos, y sí, a veces surgen discusiones, pero créeme que sé cómo solucionarlas rápidamente —se secó sus manos con una toalla y continuó—. Él se esfuerza demasiado por hacer las cosas bien todo el tiempo, cree que no lo noto, pero son esos pequeños detalles a los que le tomo demasiada importancia, y por ese pequeño esfuerzo es que amo estar con él, además de que aprende a ser algo independiente cuando Cindy no está y yo salgo a distraerme, sería un éxito que lo fuera completamente.

Que el cielo te escuche —dijo a la ligera—, no sabes cuánto deseé a tu edad que Simón fuese independiente y supiera al menos planchar sus camisas, pero míralo... el viejo no es nada sin mí.

—Tú lo acostumbraste así mamá —dejó escapar una sonrisa—. No es el caso con Jay; él sabe que, aunque esté casado, no puede depender de su esposa o sirvienta todo el tiempo. Como sea, creo que lo hace muy bien.

—Me alegra que lo intente por ti, cariño —admitió Judith mientras se lavaba las manos—. Espero que la vida no les interponga una prueba difícil, tu padre y yo no estábamos listos cuando...

Chloe sabía a lo que se refería, pero no quiso continuar con ese tema, solo continuó con respecto a su comentario inicial.

—¿Por qué dices eso, mamá?

—Sólo digo... claro que no espero que les suceda absolutamente nada, son gajes de una madre sobreprotectora que se adelanta al futuro. Después de todo eres mi pequeña —se acercó a su hija y le dio un beso en la frente.

Chloe permaneció extrañada, pero no le tomó importancia al comentario. En la sala de televisión todo estaba tranquilo entre los hombres, con uno que otro gol celebrado con exacerbación y pasión. Llegó el medio tiempo y ambos permanecieron en silencio. No fue sino hasta que un comercial sobre embarazo se presentó, que Simone interpuso un comentario para evitar lo incómodo del momento.

—¿Y cuándo piensan volver?

—No lo sé, pensaba en quedarnos un día o más para llevar a Chloe a conocer un poco y distraerla de tantas personas —contestó Jay, abriendo una soda—. ¿Quieres otra?

—No, te lo agradezco —se sentó derecho, cruzando sus manos—. Sabes, Jay, nunca te lo había dicho, pero estoy realmente agradecido contigo por cómo has tratado a mi hija los últimos años. Pensé que te sería difícil entenderla, pero veo que lo llevas muy bien y ella se ve feliz, que es lo mejor de todo. Gracias por ser el esposo que Chloe necesita.

—No es nada, Simone, sabes que la amo y no hay nada más importante en mi vida que ella. A veces me pregunto: «¿Cómo ha podido soportarme todos estos años a mí?», porque lo creas o no, ella es la que ha tenido que entenderme y tener paz cuando me descontrolo. La mayoría del tiempo solo digo: «Dios, cuán afortunado soy por tenerla». Es la mejor esposa del mundo.

Simone le dedicó una sonrisa.

—Es bueno que tengan una relación estable, no cualquiera la tiene en estos días.

—Y es precisamente por eso que nos esforzamos por mantener la llama de nuestra relación viva; no queremos que se extinga, creemos que tenemos mucho para dar.

Ambos sonrieron con orgullo al saber que Chloe estaba en buenas manos, pues para ambos era lo más importante de sus vidas y harían lo que fuera para que su felicidad permaneciera.

Si había algo en el mundo que el señor Armstrong odiara, eran los cortes comerciales, decía que la televisión se pagaba precisamente para que viera sus programas sin cortes. Jay estaba acostumbrado y hasta le daba algo de gracia cuando su suegro se quejaba por tales cosas, por lo que no se enteró cuando el mismo tomó el control del vibrador que, para desgracia de ambos, había dejado en el sillón donde se sentó Simone. Una vez en sus manos, este presionó el signo de "más" para cambiar el canal, pero cuando lo hizo, se escuchó un grito en la cocina.

—¡Ay!

La señora Armstrong se espantó cuando Chloe exclamó.

—Cariño, ¿estás bien?

El señor Armstrong seguía presionando el mismo botón, pero ahora con odio.

—¿Por qué no cambia esta maldita cosa?

Jay se levantó corriendo para ver qué había pasado con Chloe, ignorando lo que su suegro tenía en sus manos. Chloe se retorcía y hasta cruzaba sus piernas, poniendo su mano en el abdomen.

—Queenie, ¿qué pasa mi amor? —consultó Jay.

Desde la cocina, con los ojos entrecerrados Chloe pudo ver a su padre traveseando el control.

—Jay, el zumbido, el... el... —en lugar de decir "vibrador", a Chloe se le vinieron palabras similares a la mente—. La abejita, el zumbido...el... ¡el control!

—¿El control? —repitió Jay.

Entonces se dio cuenta y corrió en carcajadas a la sala y tomó el control del televisor.

—Simone, toma este control, ese está averiado —dijo a como pudo, no podía parar de reír.

Su suegro lo tomó y entonces pudo cambiar de canal, se notaba satisfecho. En la cocina, Chloe sudaba con un rostro saciado, al mismo tiempo que su madre le echaba viento con una tabla para picar. Jay lo apagó al instante y le quitó las baterías. La señora Armstrong aún no sabía que pasaba.

—Lo siento mamá, fue un cólico menstrual. ¡Dame eso! —explicó Chloe, luego le arrebató el control a Jay—. Ahora regreso, iré a cambiarme.

La Balada de la Iniquidad Escarlata ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora