Desbloqueó el teléfono a punto de revisarlo, cuando el doctor salió de la sala y se dirigió con ella de inmediato.
—Usted debe ser la esposa del señor Slora —indicó el susodicho—. Soy el doctor Emilio Sánchez, gusto en conocerla.
Ella estrechó la mano del doctor sin decir nada, sólo continuaba sollozando.
—¿Cómo se siente? —indagó con amabilidad el doctor.
Ella se puso en pie.
—Pues me siento algo mareada y adolorida, no lo sé, pero dígame, ¿cómo está Jay?
—Él estará bien, ya lo estabilizamos y tratamos sus lesiones —contestó.
—¿Lesiones? —cuestionó aterrada.
—Si, tiene tres costillas rotas y le montamos un hombro que tenía dislocado. No hay de qué preocuparse; lo daremos de alta mañana en la mañana y ahora le daré las indicaciones y cuidados que se le deben de aplicar al señor Slora para tratar sus costillas. En seis semanas estará como nuevo, no se preocupe —dijo el doctor, esperando tranquilizarla.
—Muy bien, me alegra escucharlo, no sabe lo preocupada que estaba pensando en que se había golpeado la cabeza o algo peor —confesó aliviada—. Gracias, doctor.
—Bueno, ya no tiene de qué preocuparte. Ahora lo que quiero que haga es que vaya a descansar y se relaje, la noto muy tensa. Luego mañana por la mañana podrá venir y llevarse al señor Slora, creo que le encantará verla otra vez.
Ella sonrió sincera.
—Si, creo que le gustará verme. Entonces iré al hotel a ducharme y descansaré un poco... Hasta pronto doctor.
Luego de firmar su salida autorizada por el doctor, Chloe salió del hospital caminando lentamente, pues su cuerpo le dolía como si hubiese sido atropellada por un camión a toda velocidad. Tomó un taxi y fue al hotel, en donde una gran cantidad de personas, lectores y demás, aguardaban afuera por su llegada, queriendo saber qué les pasó en el accidente. Ella bajó del taxi y comenzó a caminar por entre la multitud que le hablaba y gritaba «¿Qué sucedió, Chloe?, ¿Dónde está Jay?, ¿Estás bien?», pero ella no se sentía bien y mucho menos de humor como para responder a todas esas preguntas, estaba realmente cansada, por lo que entró al hotel sin mirar a ninguno de ellos. Subió al elevador y entró a su habitación, dejando sus cosas y las de Jay en la mesa, luego se sentó en el sillón. Ella se sentía mal, se sentía impotente, pensando en que debía ser ella quien estuviese en el hospital y no Jay, derramando seguidamente algunas lágrimas.
A pesar de que llegaron a más lectores a través de esa feria, Chloe consideró que si fuese necesario lo dejaría todo con tal de tener a Jay a su lado, pero la vida les había sonreído y tuvieron una oportunidad más para continuar sorprendiendo a sus lectores y seguir al lado de la persona que más amaban. Esa fue la primera noche desde su matrimonio en que la señora Slora durmió sola, con frío y abrazando una almohada simulando que era Jay, dejándose llevar por el cansancio que eliminaba los oscuros recuerdos de ese día. Despertó en la mañana con energías, pero aún adolorida, alistándose para ir al hospital y traer a Jay consigo. Al llegar estaban Lorenzo y Johnny fuera de la sala en la que estaba Jay, expresándole las más sinceras condolencias por lo ocurrido. Ella lo aceptó de buena manera y tuvo la compañía de los caballeros hasta que pudiesen sacar a Jay de ahí. Pasó media hora y Chloe al fin pudo ver a su esposo; lo traían en silla de ruedas para no forzarlo mucho a caminar. Ella sonrió al verlo y se acercó para darle cuidadosamente un abrazo.
—No me dejaste —le dijo Queenie casi sin poder asimilarlo.
—No lo haré mientras viva, mi amor —contestó seguro de que así sería.
Ese día Lorenzo y Johnny llevaron a la pareja al hotel, disculpándose de nuevo muy sinceramente por lo ocurrido, pero ellos de buena fe, sabiendo que no era para nada su culpa, los perdonaron sin rencores. «Son sólo unos cuantos raspones, gracias a Dios nadie más salió herido de gravedad», les dijo Jay con razón. Luego se despidieron, despreocupando a la pareja al decirles que se harían cargo del seguro del hospital y demás. Desafortunadamente no se podían ir aún; Jay no estaba en condiciones para viajar en avión, por lo que tuvieron que permanecer en el hotel hasta que su pecho se desinflamara por completo, y Chloe se vio forzada a comenzar a aplicar los cuidados que el doctor le había dado por escrito, tales como darle de comer frutas, batidos, caldos y los antibióticos dos veces al día junto con una bolsa de hielo en sus costillas la mayor parte del tiempo.
Fue decepcionante para ellos estar en un hermoso país y no poder salir y aprovechar su estadía por cuidar de la salud de Jay. Más de una vez él le dijo que podía dejarlo y salir a caminar, pero ella no quería; se sentía de alguna manera culpable y responsable, por lo que deseaba cuidar correctamente de la salud del señor Slora.
Cinco días pasaron cuando la comida, bebidas sanas, los antibióticos y el hielo en las costillas rindieron frutos, por fin podían salir de esa lujosa prisión con el consentimiento del doctor, claro. Fueron despedidos en el aeropuerto con suma gratitud por tomarse una semana para estar allí, y claro, fueron invitados a volver cuando quisieran, por lo que ellos accedieron sin dudarlo.
Cuando llegaron a Galway ambos juraron no decir nada de lo sucedido a sus padres, pues sabían lo intensos y preocupados que eran, y la familia de uno culparía al otro por el accidente, por lo que preferían mantener todo en paz como era la forma de ser de ambos.
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La Balada de la Iniquidad Escarlata ©
Romance¡Próximamente publicada por Editorial Planeta! En el corazón de Irlanda, hace siete años, la vida de Jay Slora y Chloe Armstrong, un matrimonio aparentemente perfecto, cambia drásticamente tras un accidente que deja a Jay con necrosis cerebral. Las...