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Estaba al pie de la entrada y respiró profundo, preparándose psicológicamente para lo que fuera que estuviese por escuchar. Dejó lucir una hipócrita sonrisa y con la misma entró.

—¡Buenos días! Jay, cariño, ya llegué —exclamó fingiendo no saber que tenía visitas.

Al entrar vio al señor Slora sentado en uno de los sillones, con chocolate y galletas frente a sí mismo sobre una mesita. Al extender su mirada por la sala, vio también a Nohelia sentada en el sillón grande, y junto a ella, al hermano de en medio de Jay: Nicholas, quien según el matrimonio Slora, era demasiado raro y marginado como para estar seguros de que realmente existía.

Como cualquier persona con buenos modales y la misma sonrisa hipócrita que recién cargaba, procedió a saludar a sus desgraciadas visitas:

—¡Nohelia! ¡Hola! ¡Qué visita tan inesperada! ¿Cómo estás?

—No finjas agradecimiento, querida. Estoy mejor de lo que desearías, pero tranquila, no me quedaré mucho tiempo —dijo en la primera pedrada.

Fue el primer disparo de su día, y a pesar de que lo que había transcurrido de él no fue tan genial como lo esperaba, prefería no explotar, pues conocía perfectamente a su suegra, y el hilo que detonaría la tercera guerra mundial en su casa estaba a punto de romperse con la más mínima exclamación de su parte, por lo que prefirió mantener un perfil bajo de guerra fría.

—Okay —dijo con irreverencia, mirando seguidamente a Jay y diciéndole con su mirar: «¿Ves que es una completa bruja?», sin embargo, el mismo solo mordió sus labios y bajó la cabeza.

Es lo que siempre sucedía con él y su madre, y esa sumisión ya comenzaba a hartar en gran manera a Queenie, pues como cualquier esposa, esperaba ser defendida por su esposo, lo cual nunca había pasado. Dejando tal descontento de lado, Nicholas aún seguía ahí, y procedió a saludarlo.

—Hola, Nick, ¿tú cómo estás? —le dijo Queenie de buena manera y con un tono dulce.

—Hola, Chlo... —iba a responder el mismo, pero su madre intervino.

—Su nombre es Nicholas, Chloe, llámalo por su nombre completo o mejor no lo pronuncies, pues no te agrada y ni siquiera eres su amiga. De hecho, Nicholas no tiene amigos, ¿cierto, cariño?

El pobre Nick bajó su mirada y no hizo contestación alguna, pero Chloe no lo resistió, su orgullo no la dejó callar.

—De acuerdo, entonces actúa como si no hubiera dicho nada... Nick —dijo retándola, y al mismo tiempo caminando hacia la cocina sin mirarlos.

—Chloe —inquirió Jay, llamándole la atención.

—No te preocupes, cielo, no se podría esperar refinamiento alguno de... tal dama.

—¡Mamá...! —señaló Jay de igual forma que a Queenie.

A Chloe ya le era irrelevante lo que sea que se desatara de ahora en más, por lo que continuó con su disposición a una inminente discusión, pero no se rebajaría a comenzarla. Entonces, luego de sonreír con altivez, cuestionó amable:

—Nohelia, ¿quieres un vaso de agua?

—Bebí un poco de veneno antes de salir, gracias —respondió.

—Oh, qué lástima que no fui yo quien te lo diera —dijo Chloe.

—No te preocupes, dentro de poco hará efecto.

—Bueno, si vas a morir, ve a hacerlo afuera, no quiero gastar cinco euros en la limpieza básica de pisos, me parece un precio muy alto considerando de quien es el cadáver.

La Balada de la Iniquidad Escarlata ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora