Capítulo I | Verdades Absolutas

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Qué hermosa es la naturaleza de las verdades absolutas y su enorme caos.  Hermosas porque son lo que son, y caóticas porque son inevitables, así te convenga o no... pero no por eso deben ser las antagonistas, pues es el resultado de una serie de eventos necesarios para la estructuración de nuestro desarrollo. Sin embargo, los desarrollos pueden llevarte tanto a la cúspide de tu regocijo hasta trapear los pegajosos y ardientes pisos del infierno. Es por ello que, a una persona que todo lo veía de manera literal y compleja, las verdades absolutas le aterraban, le explotaban su ansiedad y le causaban acidez de una manera que no se podía creer: Jay Slora, un tipo apodado "El Señor de las Palabras", quién se consideraba en desventaja y a punto de ser devorado por su propia verdad absoluta.

—Estoy arruinado —dijo mordiendo su labio, mientras jugaba con la pajilla de su batido y actuaba como si la chica de en frente no existiera, quien llevaba los últimos diez minutos hablando sobre el sofisma del cocodrilo.

La chica se detuvo al instante y no pronunció palabra; estaba atónita y desconcertada, creía que iba manejando bien la cita.

—Yo... yo... —iba a responder.

—Tengo millones en un banco, una hermosa casa, miles de personas que me aman, podría comprar casi todo lo que quisiera... pero no la tengo a ella —agregó, con sus ojos inmóviles, como si observara ceñido un átomo de la mesa, y asimismo; parecía que no estaba fingiendo al comportarse como si la chica no estuviera allí.

—Oh, mierda, no sabía que eras tan importante —dijo la chica realmente excitada, y procedió a acomodarse su cabello—. Yo... no sabía que eras casado, pensé que el anillo era pura decoración —soltó una sonrisa tonta y bajó la mirada, se dijo "estúpida" y luego continuó, con sus mejillas enrojecidas—. La verdad no me importa si eres casado, creo que por algo estás aquí... si quieres, podemos irnos y ver una película, me dicen que hago buenas mamadas. Si quieres, después de eso podemos comer helado, ¿o era antes?

Jay soltó una carcajada, fue muy satisfactoria porque llevaba tiempo sin reír de verdad. La chica se entusiasmó al ver que lo puso de humor y creyó que era una buena idea continuar.

—Una vez comí helado de Choco Menta con un tipo antes de hacérsela y a él le encantó. Claro que le gustaban los fetiches porque un día quiso que lo repitiéramos, pero esa vez con un traje de Yeti y algo de azúcar glas...

Jay tuvo que interrumpirla cuando vio que estaba tomando algo de aire para hablar más a detalle sobre el pegajoso suceso.

—Stacy...

—Soy Palmer, pero me puedes llamar como quieras, no importa. Una vez...

—Hey, Palmer, lo siento —la interrumpió de inmediato—. Eres encantadora y una chica muy lista, veo que tienes una fortaleza por relucir y creo que estás muchos niveles más arriba que los idiotas que frecuentas, incluso demasiado para mí.

Ella se notaba emocionada, pues Jay acertó cuando pensó que nunca le habían hablado de esa manera

—Pero lo que hacemos es perder el tiempo —continuó, buscando las mejores palabras para no sonar tosco, como siempre—. Estoy verdaderamente mal, pero me considero lo suficientemente maduro como para saber que no es tu responsabilidad lidiar con una persona así, y más porque creo que soy una bomba de tiempo —él se consideraba una rocola, esa era su debilidad: una vez que empezaba a hablar, no podía parar—. ¿Sabes cual es...? ¿Sabes cual? —estaba a punto de soltar una lágrima, pero era demasiado orgulloso para eso, en cambio continuó con la voz quebrada—. ¿Sabes cuál es mi verdad absoluta? ¿Esa inseguridad que se nota a leguas detrás de esta sonrisa tan bien fingida? No soy lo que los demás piensan, estoy al borde del colapso porque dependo emocionalmente de una mujer, mi estabilidad mental se equilibra con solo verla u oler su perfume aunque no esté conmigo —tomó aire y miró hacia arriba para evitar romperse—, y es difícil, muy difícil ahora que lo estropee todo y vivo con una condición terminal, porque puedo olvidar quién soy yo, olvido quienes son mis familiares y amigos, pero ella viene y va, es mi eterno tormento, y lo peor es verla con otro en revistas, en la televisión y medios importantes, pero no lo odio a él, me odio a mí por no haber sido lo que ella necesitaba cuando se estaba derrumbando porque, no sé... tal vez era muy duro para ella el verme morir así.

Palmer se notaba incrédula, su labio temblaba y no podía soltar ni una palabra aunque quisiera. Jay se rascó la cabeza con ansiedad.

—Debes disculparme, todo esto fue mi culpa. Haberte hecho perder el tiempo y venir hasta aquí fue demasiado inconsciente de mi parte, y más aún cuando sé que nadie va a estar a la altura de ella, solo serán valores agregados para tratar de hacerme olvidar a quien aún sigue siendo el amor de mi vida —soltó un suspiro, luego tomó sus manos y las besó—. Espero encuentres a alguien que te merezca, Palmer, que tengas un bonito día.

De inmediato se puso en pie y fue con la mesera que lo había atendido.

—Ten, conserva el cambio para ti —le dijo, extendiéndole un billete de cien euros.

La mesera lo vio alejarse lentamente, miró el billete y sonrió.

—¿Un billete de cien por un batido y un sándwich de carne? —inquirió su compañera.

—¡Cállate, solo es una buena persona!

—Claro, tan bueno que estuvo hablando solo todo este tiempo —agregó, tomando el trapeador.

La chica cambió el billete y tomó su parte, "¿Con quién estaba hablando?" Se preguntó, mirando la mesa donde estaba sentado. Jay salió de Ringo's con un duelo interno, entre sintiendo y no sintiendo, ya hasta se preguntaba si su corazón servía, y recordaba —antes de que lo olvidara permanentemente— los momentos en los que ella aún estaba en su vida, pero el orgullo, los secretos, el adulterio y hasta el crimen influyeron para que sus caminos se separaran.

La Balada de la Iniquidad Escarlata ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora