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Fue un día sumamente agotador para ella, y las gotas ardientes de la inmensa ducha que cubría todo su cuerpo, fueron mejores para su relajación de lo que un masajista profesional podría hacerlo.

Luego tomó el jabón líquido y agregó a la esponja para lavar su cuerpo. La pasó por sus brazos y piernas, axilas y cuello, y justo en ese último punto, se quedó masajeándolo constantemente: lo frotó y frotó hasta el punto de recordar como Jay le besaba la nuca y bailaba su lengua por su cuello y espalda. Sus ojos estaban cerrados y de su boca un caliente suspiro salía en cada segundo que pasaba. Su fogosidad fue tanta que llevó su mano desocupada hasta sus labios para manipularlos como solo su carne deseaba que lo hiciera. Se froto y manoseó tanto que un gran gemido le fue inevitable exclamar. Asustada se tapó la boca y su corazón se aceleró, luego de cerciorarse por unos minutos que no había llamado la atención de nadie, lavó la esponja y la dejó en su lugar, asimismo lavó su cuerpo y se dio cuenta de que se había venido como un tubo abierto. Cerró la regadera y pensó profundamente: «Necesito tener sexo».

Hacía un mes desde que tuvo su última relación sexual con Jay, y para ambos eso era mucho tiempo, pues lo hacían al menos tres veces a la semana y para su suerte, ambos eran unos ninfómanos, por lo que acostumbraron sus cuerpos y ansias al acto tan salvaje que la mayoría de tiempo llevaban a cabo.

Decepcionada, salió del baño con una toalla y tomó una camisa de Gil que estaba guardada en el ropero, y al ver que le quedaba casi como una bata, la usó para dormir. Antes de cerrar los ojos de tan cansada que estaba, tomó su teléfono, esperando que, luego de casi una hora, hubiera una nueva llamada perdida de su esposo, pero no había ninguna.

Una vez más, Queenie cerró los ojos y durmió con el corazón destrozado.

Al día siguiente, en su primer abrir de ojos, los acontecimientos del día anterior actualizaron su mañana y volvió a sentirse mal. De nuevo, con las esperanzas al tope como una niña, tomó su celular esperando ver nuevas llamadas de Jay, pero no había ninguna nueva, entonces se derrumbó más.

Se sentó en la cama aún con su celular en las manos, cerró los ojos y dijo al vacío:

—Sólo una, Jay, una llamada es lo que te pido. Demuéstrame una vez más y de esta manera que me amas, y volveré a ti... Solo una llamada, mi amor —dijo completamente rota y solitaria.

Lo que Chloe no sabía, es que Jay desde su casa la llamó incontables veces más, y en la mañana continuó haciéndolo, pero por alguna razón que él desconocía, las llamadas al celular de su esposa no salían correctamente.

«Tal vez se puso mal y no está en condiciones para llamarme. Sí, estoy segura de que en el transcurso del día me llamara y entonces me pondré mejor», se dijo valerosa. Al levantarse un poco el ánimo, fue directo al baño y se aseó debidamente. Cuando terminó, abrió a medias la puerta que llevaba al pasillo y se asomó a ambos lados con timidez. Al cerciorarse de que no se veía Bryan, salió de puntillas con los tacones en su mano para no hacer ruido y marcharse. Su plan era irse y luego lo llamaría para agradecerle, pero en cuanto abrió la puerta principal, a sus espaldas sentado en un sofá la sorprendió Gil, comentando:

—¿Te vas tan rápido?

El susto la obligó a reaccionar brincando, luego se dio la vuelta y sonrió.

—Lo siento, no sabía si seguías dormido —dijo rascando su cabeza—y pensé en llamarte para agradecerte el favor que me hiciste. Yo...

Él se puso en pie y le devolvió la sonrisa.

—Bueno, ¿qué tal si me devuelves el favor cocinando algo para ambos? —lanzó en confianza.

Ella tomó sus manos y las manipuló con estrés.

La Balada de la Iniquidad Escarlata ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora