-3-

7 4 0
                                    

Escuchó el llavín de la puerta moviéndose, tomó su bolso y fingió que iba de salida, cuando Queenie entró y ambas quedaron de frente. A pesar de que Angélica ya lo veía venir, le fue imposible no tornar su rostro pálido por la impresión al ver la dueña de la casa que había allanado. La señora Slora, por otro lado, no se descolorió o hizo gesto alguno, pues no pudo asimilar lo que ocurría y no avanzó de alguna manera, no hasta que Angélica lo hizo:

—¡Hola...! —dijo pertinente.

Una vez orientada, Queenie, como primera expresión, frunció el ceño, dejando por supuesto muchas preguntas al aire.

—¿Tú quién eres? —interpeló la señora Slora.

Angélica estrechó su mano.

—Soy Mary Peace... Johnson. No me conoces, ni yo a ti. Lo que sucedió fue que iba a visitar a mi tía y al pasar frente a tu casa vi que él estaba tirado en la cuneta junto con un par de cartas que supuse iba a retirar —estiró ambas manos, mostrándole que estaban mojadas y continuó—. Me ensucié al levantarlo y a duras penas logré traerlo a la casa.

Chloe se acercó a Jay y lo tocó, notando que efectivamente estaba mojado y algo golpeado, luego sobre una pequeña mesa al lado del sillón vio las cartas que Angélica había puesto, sonándole esa cuartada algo convincente, pero no del todo; puesto que en cada chica nace una mala espina al darse tales situaciones, y la de esa vez era una espina de gran tamaño y con veneno en su punta.

—Eso sucedió hace una hora —agregó—, me senté en tu sillón hasta que volvieras o él se despertara, y cuando vi que llegaste iba de salida. Espero no te moleste que me quedara tanto tiempo, considerando el hecho de que soy una completa desconocida.

—Pero claro que no me molesta, de hecho, te lo agradezco... no quiero pensar qué habría sucedido de llegar y encontrar a Jay ahí después de todo el tiempo en el que me fui. No sé cómo compensártelo.

«Regálame un par de cada uno de tus zapatos», pensó Angélica con codicia. Sin embargo, optó por la discreción y mantuvo un perfil bajo.

—No te preocupes, linda, es lo que haría cualquier persona. Sólo asegúrate de que esté bien y límpialo un poco, sus heridas le dolerán cuando despierte —le aconsejó con una sincera preocupación por el señor Slora, luego reaccionó—. Bueno, ya tengo que irme, mi tía debe estar preocupada buscándome. Suerte.

—De acuerdo, adiós. ¡Y gracias!

Estuvo en la puerta hasta que la viera salir de la propiedad, y cuando lo hizo, cerró la puerta. Soltó un suspiro y fue de inmediato por unas toallas para limpiar las raspaduras que Jay tenía por doquier. Estaba de rodillas frente a su esposo, limpiando cada mancha, raspadura y agua que tenía, luego se acercó para olerlo y no percibía más que un leve olor a sudor, nada intenso como suelen oler las aguas negras de las cunetas. En lugar de sacar conclusiones y diferenciar de un aroma a otro, inocentemente Queenie se alegró de que no apestara y dañara de alguna manera su sillón de dos mil euros.

Se levantó y tomó las cartas para leer cada una, esperando encontrar actualizaciones bancarias, boletines de la editorial o más cartas de sus lectores, pero a primera vista notó que ya las habían abierto, y para asegurarse de que ya habían sido leídas revisó el punto rojo que ambos le agregaban a cada carta para no confundirlas con las que ya habían leído, y en ese caso las cinco de ellas lo tenían. Le pareció sumamente confuso, pensó: «Si se supone que Jay traía estas cartas del buzón, ¿por qué ya han sido abiertas y además tienen el punto rojo que sólo nosotros agregamos en ese lugar? Algo no cuadra». Las arrojó con las demás de la bolsa y siguió pensando, viendo a su esposo dormido: «¿Podría ser que lo que ella me dijo sea todo una mentira para encubrir que ellos dos...», indagó consumida por su denodado pensar, «De ser posible, Jay tiene que estar fingiendo estar dormido». No se quedó con la duda y se acercó a él:

—Jay... ¡Jay! No estoy jugando, Slora Thompson, abre los ojos y mírame. ¡Jay!

Sus esfuerzos fueron inútiles, puesto que él no aparentaba más que estar en un profundo sueño del que ni una cubeta de agua fría lo haría despertar. «No seas estúpida, Chloe, deja de pensar en esa posibilidad, Jay nunca te haría tal cosa», se dijo. No obstante, esperaba el momento en el que despertara, porque tenía muchas preguntas que hacerle, de las cuales se derivaban teorías severamente comprometedoras para el señor Slora.

Es en un lento y desorientado abrir de ojos que el señor Slora vio a Queenie mirándolo desde el sillón de en frente, pensativa y ansiosa, masticando sus uñas con desesperación.

—¿Qué... qué pasó? ¿Queenie? Cariño, ¿por qué estoy mojado? —reaccionó patidifuso.

—Supuestamente te desmayaste... en la cuneta, por eso estás mojado. ¿Recuerdas qué pasó?

Jay se sentó apoyando sus codos sobre las piernas, tratando de recordar lo que sucedió.

—Bueno, recuerdo que salí mientras te ibas y llegó —en ese instante recordó a Angélica, a quien por supuesto debía evadir—... No, espera, vi el buzón y tenía correspondencia, sí, vi que tenía correspondencia y...

Jay con certeza sabía que Chloe y Angélica habían charlado, y para su desgracia no sabía qué cuartada había creado para que supiera qué decirle a Queenie y que esta le creyera, pero por supuesto no tenía ni idea de qué le había dicho, por lo que le puso fin a su explicación:

—Y... no recuerdo nada más, creo que luego de eso me desmayé. ¡Argh! Me duele el cuerpo —comentó quejándose.

Chloe continuó mirándolo sin tragarse la explicación que hasta cierto punto coincidía con lo que Angélica le había dicho, pero no iba a quedarse con alguna duda.

—¿No recuerdas quién te trajo a casa?

Pero por supuesto que lo hacía.

—No —se golpeó la cabeza para hacerlo convincente—, no recuerdo qué sucedió después de lo que te dije, cariño. Supongo que es lo que sucederá de ahora en más, es lo que deja mi estado.

A partir de ese momento, una amarga raíz comenzó a crecer en ese hogar y en el matrimonio de ambos, puesto que la señora Slora estaba teniendo sus sospechas, y el teorizar que Jay hizo tal cosa junto con lo que sucedió con el bebé que con ansias esperaba, sólo le daba un sin sabor a Queenie, propenso a que más reproches contra el señor Slora le diera más volumen a esa masa de tristeza que ella cargaba. Por otro lado, el señor Slora ocultaba información delicada, fácil e incómoda para comentarle a su esposa como el mejor amigo que se supone es de ella. Si bien es cierto, de ninguna manera Jay cometió adulterio con Angélica, pero los acontecimientos de ese día se podían seguir dando si él no le ponía un paro a la inapropiada chica, cuyas intenciones comentadas él ya no creía.

La Balada de la Iniquidad Escarlata ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora