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El aroma de la comida llenaba la casa de Salvador mientras nos sentábamos alrededor de la mesa. La tensión era palpable, como un manto pesado que envolvía a todos en la habitación. Y en medio de ese silencio incómodo, mis ojos se encontraron con los de Simón.
Simón, mi ex, ahora el primo de mi novio. Había pasado tanto tiempo desde que habíamos compartido algo más que recuerdos lejanos y un par de mensajes esporádicos. Nuestra relación se desvaneció en un mar de malentendidos y falta de comunicación, y ahora aquí estábamos, cara a cara en una mesa llena de extraños.
Intenté ignorar la tensión mientras servía la comida, tratando de concentrarme en las conversaciones triviales que llenaban el aire. Pero cada vez que mis ojos se encontraban con los de Simón, sentía un nudo en el estómago, un remolino de emociones que amenazaba con arrastrarme.
Salvador, mi novio, parecía ajeno a la tormenta que se estaba gestando entre nosotros. Hablaba y reía con su familia, ajeno al drama silencioso que se desarrollaba justo debajo de la superficie. Me sentí atrapada entre dos mundos, dos versiones de mi vida que parecían chocar en medio de la mesa.
Cerré la puerta de la cocina tras de mí, buscando un respiro en medio de la atmósfera cargada de la comida familiar. El sonido de la conversación en la sala se desvaneció lentamente mientras me encontraba cara a cara con Simón, el peso de nuestro pasado y el ardor del deseo llenando el pequeño espacio entre nosotros.
Sus ojos encontraron los míos, y en su mirada encontré una chispa de algo que creí perdido, un destello de deseo y complicidad que encendió un fuego en mi interior. Durante un instante, nos quedamos inmóviles, como dos fuerzas opuestas que se atraen irremediablemente, incapaces de resistir la atracción que nos consumía.
― Olivia ― su voz era un susurro ronco, cargado de una tensión que resonaba en cada sílaba.
― Simón ―mi respuesta fue apenas un murmullo, ahogado por la corriente de emociones que me envolvía.
Nos quedamos allí, en silencio, nuestros corazones latiendo al unísono en el caos de la cocina. Había tanto que quería decir, tanto que quería expresar, pero las palabras parecían escaparse de mi alcance.
El aire se cargó con la electricidad de nuestro deseo reprimido, una corriente invisible que nos envolvía en su abrazo ardiente. Cada mirada era un eco de todo lo que habíamos compartido.
―No sabes por cuanto tiempo desee volverte a ver― Su voz era un susurro urgente, lleno de promesas y anhelos sin cumplir.
Y entonces, en medio del torbellino de emociones que nos envolvía, algo cambió. Sin una palabra, nos acercamos el uno al otro, nuestras respiraciones entrelazadas en el aire cargado de la cocina. Sus labios encontraron los míos en un beso cargado de pasión y nostalgia, un tributo a todo lo que habíamos perdido y todo lo que aún quedaba por descubrir.
Sin embargo, el momento de complicidad con Simón se vio interrumpido abruptamente cuando escuchamos el sonido de los pasos de Salvador acercándose a la cocina. Nuestros corazones parecían estar en sintonía, latiendo con fuerza mientras la tensión llenaba el aire.
Las miradas de Simón y yo se encontraron, compartiendo un instante de pánico silencioso mientras intentábamos ocultar lo que acababa de suceder entre nosotros. El eco del beso aún resonaba en mis labios, un recordatorio ardiente de nuestra conexión perdida.
Salvador entró en la cocina, su sonrisa iluminando la habitación mientras nos miraba con curiosidad. ― ¿Todo bien aquí? ― preguntó, su mirada saltando entre nosotros con una sospecha apenas disimulada.
Asentí con rapidez, mi corazón martilleando en mi pecho mientras intentaba mantener la compostura.― Sí, todo bien ―, respondí, mi voz apenas un susurro que se perdió en el aire cargado.
Simón asintió también, su expresión cuidadosamente neutral mientras desviaba la mirada. Había algo en su postura, en la forma en que evitaba mi mirada, que me hizo preguntarme si él también estaba luchando por mantenerse firme en medio del torbellino de emociones que nos envolvía.
Salvador pareció aceptar nuestra respuesta con una sonrisa, pero la tensión en la habitación era palpable, un espectro que flotaba entre nosotros como una sombra oscura. Durante un instante, el silencio reinó, un eco incómodo de lo que había sucedido entre Simón y yo momentos antes.
