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Hablar de Simón es hablar de un capítulo largo y confuso de mi vida. Durante meses, nuestras conversaciones habían tejido un lazo que yo, ingenuamente, creí que nos llevaba hacia algo más profundo que la amistad. Pero, como sucede a menudo, la realidad puede ser tan abrupta como un golpe en la cara.
Recuerdo aquel día en que nuestras miradas se entrelazaron por primera vez a través de la pantalla. Simón poseía esa chispa única que encendía mis días, y poco a poco, cada mensaje, cada palabra compartida, parecía tejer una conexión más fuerte entre nosotros. Con el tiempo, esa conexión parecía convertirse en algo más tangible, algo que palpitaba en mis sueños y coloreaba mis esperanzas.
Quizás fue la química de nuestras palabras o la ilusión que construí en mi mente, pero para mí, Simón se convirtió en algo más que un amigo virtual. Empecé a imaginar un futuro compartido, conversaciones interminables en persona y un entendimiento mutuo que trascendía las limitaciones de la distancia.
Pero como una ilusión que se desvanece con la luz del día, todo cambió en un instante. Ese fatídico día, el destino me condujo hacia una realidad que se resistía a mis fantasías.
Simón estaba allí, en el café al que solía ir diariamente, con su sonrisa cálida y sus ojos brillantes que parecían contener un universo de historias por descubrir. Me acerqué, tratando de contener la emoción que burbujeaba dentro de mí.
― ¡Hola, Alessia! ― dijo Simón, levantándose para saludarme con un abrazo. Su voz era música para mis oídos, y por un momento, el mundo pareció detenerse a nuestro alrededor.
―¡Simón! ― respondí, tratando de mantener la calma mientras me sentaba frente a él.
Nos sumergimos en una conversación fluida, como si los meses de mensajes y llamadas hubieran allanado el camino hacia una familiaridad instantánea. Hablamos de nuestras vidas, nuestros sueños, nuestros pasatiempos y nuestras películas favoritas. Cada palabra compartida era un paso más hacia una conexión que parecía destinada a perdurar.
Y entonces, sucedió. Ala, la chica que resultó ser su novia, apareció de repente, como un fantasma del pasado que irrumpía en mi presente. Simón se levantó para saludarla, y mi corazón se hundió en mi pecho mientras observaba la escena con una sonrisa forzada.
― Ala, esta es Alessia, la amiga con la que he estado hablando tanto últimamente ―, dijo Simón, con total naturalidad, como si no hubiera nada más que decir.
Mis manos temblaban ligeramente mientras extendía la mía hacia Ala, tratando de mantener la compostura mientras mi mente se desmoronaba en un torbellino de emociones contradictorias.
― Encantada de conocerte, Ala ―, dije, luchando por mantener mi voz firme y mi sonrisa intacta. Mis palabras sonaban huecas incluso para mis propios oídos, como si estuviera interpretando un papel en una obra que nunca quise protagonizar.
Ala me devolvió el saludo con una sonrisa dulce, ajena al huracán de emociones que se libraba dentro de mí. Simón continuó hablando, ajeno al caos silencioso que reinaba en mi interior.
La conversación fluyó entre los tres, pero mis palabras se perdieron en el vacío de mi mente. Intenté participar, traté de mantener la compostura, pero cada palabra parecía un eco vacío en el abismo de mi dolor.
―¿Y qué te parece el café, Ale? ― preguntó Simón, tratando de incluirme en la conversación.
― Oh, sí, es delicioso ―, respondí, esforzándome por mantener una apariencia de normalidad mientras mi mente vagaba en un mar de confusión y dolor.
Ala intervino con una historia divertida sobre un viaje que habían hecho juntos, y yo escuchaba con una sonrisa fija en mi rostro, deseando estar en cualquier otro lugar en ese momento.
En ese momento, supe que nada sería igual. Mi corazón se había roto en mil pedazos, pero tenía que mantener las apariencias, tenía que fingir que todo estaba bien. Porque a veces, la mayor tragedia de todas es tener que sonreír mientras tu mundo se desmorona a tu alrededor.
