Capítulo 4 | Las mayúsculas

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Alaric

Para mi sorpresa, cuando escuché el episodio del domingo del podcast de la erudita, no recibí respuesta a mis acusaciones. Más que acusaciones, hechos. Imaginé que lo había asumido, así que me lo tomé como una pequeña victoria personal y profesional. No voy a negar que esa chica había despertado mi curiosidad. ¿Quién se creía que era para atreverse a hacer contestaciones públicas de algo sobre lo que, evidentemente, no llevaba la razón? Está bien argumentar y mantener nuestras opiniones, pero cuando sabemos que estamos equivocados, no deberíamos atrevernos a abrir la boca. Y menos ante alguien que lleva años de estudios y trabajos psicológicos como podía ser yo.

Esa curiosidad que había despertado en mí me había llevado a buscar su perfil personal de Instagram. Realmente no me costó demasiado, ya que figuraba en la descripción del perfil del podcast.

«aurora☁️
psicóloga, estudiante, podcaster (¿se dice así?) y catadora profesional de pipas
escúchame en @podcastenlasnubes»

¿Qué manía tenían los chavales más jóvenes en no usar las malditas mayúsculas?

Esa chica no podía ser mucho más pequeña que yo. Si ya era psicóloga o estudiante con un mínimo de conocimiento (supuestamente), debía tener mínimo veintidós años. Y yo acababa de cumplir los treinta. No era posible que nos hubiera pillado una brecha generacional y yo me hubiese perdido la prohibición de las correctas mayúsculas.

Su perfil era público y contaba con casi los mismos seguidores que en el del podcast; en ése contaba con cincuenta mil y en el personal, con cuarenta mil. Eso me hizo pensar que, probablemente, tendría otro perfil privado para ella y su gente. Así lo hacía la mayoría. No me incluía en ese grupo; no me gustaban mucho las redes y solo tenía el perfil del podcast y el mío personal porque lo necesitaba para darme a conocer.

Mientras que ella subía fotos de su día a día, con algunas invitadas del podcast, o sus amigas, yo subía vídeos y fotos de mis conferencias y del podcast, poco más. Todo el mundo podía saber que Aurora Winslow tomaba su café en una cafetería llamada Lola's, mientras nadie podría adivinar dónde lo hacía yo.

Ella era algún tipo de influencer sin pretenderlo, ya que no había campañas publicitarias, posts recomendando ropa, maquillaje, restaurantes, productos para el pelo, o países con algún conflicto bélico. La mayoría de sus publicaciones contaban con un par de emojis como descripción, o etiquetando al podcast y al invitado de la semana, o como mucho aconsejaba visitar algún jardín o sitio público de la ciudad de Londres. No estaba mal.

Aurora no era una chica normativa. O lo que la sociedad quisiera considerar normativo. Aun así, ocupaba más espacio que el resto de la gente con la que aparecía en sus publicaciones. Y no me refiero a espacio físico, no quiero que suene mal. Ella tenía una presencia diferente y no le hacía falta hablar para llamar la atención; tenía un magnetismo que llegó a tocarme mucho las pelotas en ese momento.

Salí de su perfil y decidí que ya era hora de levantarme de la cama y desayunar antes de que se me juntara con la hora del almuerzo.

Como muchos domingos, Theo vendría a almorzar. Él decía que era para consolidar nuestra relación familiar y para no notar la ausencia de nuestras madres, que vivían en Cambridge porque, ¡sorpresa!, Cambridge no era solo una universidad como mucha gente pensaba. Era una ciudad. Y allí nos habíamos criado nosotros. Lo que iba diciendo, que la razón por la que venía a comer a mi casa los domingos no era esa, era porque simplemente le daba pereza cocinar los domingos y muchos sitios de comida a domicilio solo abrían por la tarde. Entonces me tocaba a mí hacerle el almuerzo. No me molestaba, realmente, así tenía algo de compañía y cocinar me relajaba mucho.

En las nubes ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora