Capítulo 25 | No te soporto

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Alaric

Con la erección más dolorosa de la última década y con Aurora tumbada en mi sofá, con los labios hinchados y rojos, y la mirada confundida, me levanté de encima de su cuerpo. La escuché suspirar y todavía tardó unos segundos en incorporarse.

―Qué cortarollos eres, Alaric ―se quejó por lo bajo, recolocándose la camiseta. O jersey fino. No sé qué era lo que llevaba, solo sabía que lo quería lejos de su cuerpo porque se interponía entre su piel y mis manos.

―Necesito aclarar algunas cosas antes de seguir adelante ―dije a modo de disculpa.

―Solo por esto me debes un café con pastitas de té.

Sonreí sin poder evitarlo. Con una respiración profunda, giró su cuerpo hacia mí y se apoyó en el respaldo del sofá, mirándome. Me invitó a hablar con la insistencia de su mirada.

―No quiero pareja sentimental. Busco algo sin compromiso; no quiero tener citas, ni la obligación de verme a diario con alguien, ni perder la libertad de acostarme con otra persona si lo quisiera...

―Un lío, ajá.

―Exacto. No quiero una novia.

―Perfecto, yo tampoco. Bueno, sí quiero un novio algún día, pero no ahora y no tú ―explicó.

Y no debería, porque no quería tener pareja, pero sus palabras me sentaron como una patada en el estómago.

―No me metí en Tinder buscando el amor de mi vida, sino para buscar alguien que me invitara a una copita de vino y con el que acostarme algún día. Imagino que tú hiciste exactamente lo mismo.

―Así es.

―Supongo que si has dicho que no querías seguir sin aclarar las cosas, era para que te dejara claro que lo único que me interesa es que me lo hagas contra la nevera y no que me lleves de cita a un museo superchulo para luego ir a cenar.

Eso me arrancó una carcajada que disolvió por completo cualquier puntito de incomodidad que podía haber en el ambiente.

―Algo así.

―Entonces, no te preocupes por nada, rey ―murmuró con una sonrisa ladeada, levantándose del sofá.

―Eh, ¿adónde vas? ―pregunté agarrando sus caderas y tirando de ellas hacia mí, logrando sentarla en mi regazo.

―A mi casa.

―¿Como que a tu casa? Pensé que... ―Se levantó de nuevo, dejándome con la palabra en la boca. Dio media vuelta y me miró mientras se inclinaba un poco hacia mí.

―¿Que follaríamos? A lo mejor así aprendes a no dejarme a medias la próxima vez. ―Agarró mi barbilla con su mano y acercó sus labios a los míos―. No me gusta nada de nada.

Sin mucho más, soltó mi barbilla sin tocar mis labios y se alejó de mí para irse escaleras arriba, donde había dejado su bolso y su chaqueta. No pude evitar pensar que debía tener un punto masoquista para ser capaz de dejarnos a los dos de esa forma. Sí, quizá había elegido un mal momento para hablar, pero no podía seguir haciendo eso sin dejarle claro que no podía darle más que sexo casual; que no iba a sacarla a citas, ni a mudarme con ella, ni a ponerle un anillo en el dedo.

Bajó unos segundos después, poniéndose la chaqueta y sujetando su bolso con los dientes. Se sacó el pelo de debajo del abrigo, colgó el bolso en su hombro y me miró con una sonrisa.

―Estás molesta ―adiviné.

―Sí. ―Sonrió más ampliamente―. Has dicho en Enfoque Whitman por activa y por pasiva que no querías tener nunca una relación, así que, joder, sabía de sobras que no ibas a hincar rodilla conmigo. ¡Nos encontramos en Tinder! Es obvio que sabía lo que buscabas y que era exactamente lo mismo que yo. Odio con toda mi alma que me dejen a medias.

En las nubes ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora