Capítulo 13 | Eres un encanto

836 134 20
                                    

Alaric

Como el miércoles no tenía nada que hacer, me acerqué a casa de mi madre para verla. Era profesora en la escuela secundaria, así que cuando llegué a casa ella todavía no estaba. Tenía llave, por lo que entré y me tomé la libertad de hacer el almuerzo para que cuando llegara no tuviera que hacerlo. Ya puestos a ello, hice un poco más de la cuenta para que sobrara y pudiera comérselo al día siguiente, por la noche o cuando fuera.

Escuché el coche aparcar delante de la casa, justo al lado del mío, así que al entrar ya supo que estaba dentro.

―Hola, cariño ―me saludó contenta, siempre como si hiciera meses que no me veía, aunque la semana anterior hubiese estado allí también.

―Mamá.

Me obligó a doblarme por la mitad para llegar a abrazarla y besarle la mejilla, la cuál me quedaba casi a medio metro de distancia. Mamá era muy bajita; había sacado mi metro noventa de los dos con cinco de mi abuelo paterno.

―¿Has hecho la comida y todo?

―Y he hecho más de la cuenta para que la puedas guardar en la nevera.

―Ay, gracias, cielo. ―Me acarició el brazo antes de marcharse hacia la cocina.

Como cada día que iba a casa de mi madre, eché un vistazo rápido a las fotos del salón. Por suerte, todas mías, de mamá, de algunos tíos y de mis primos, Theo entre ellos. Siempre vigilaba que no hubiese ninguna de mi padre, ya que cuando volvía, mamá se ablandaba y le dejaba volver a su vida; por ende, también a la mía.

Y era algo que no me hacía ni puta gracia.

Hacía años que no ocurría, que mi madre se mantenía fuerte y no caía en sus mierdas de victimista y manipulador. Achacaba eso a las numerosas charlas de Ginny con ella.

Mientras mamá se llevaba las manos y se recogía el pelo en un moño que solo se hacía para estar por casa, yo fui poniendo la mesa. Pero no la grande, sino la de centro, la pequeña del salón. Mamá y yo siempre comíamos allí si estábamos solos, desde que yo era pequeño; jamás me había sentado en la mesa grande con ella.

―La semana pasada fue San Valentín ―comentó mientras se sentaba a mi lado. Me apretó la rodilla―, y un alumno nos trajo una flor a cada profesora.

―Qué pelota.

―¡Y qué bonito! ―añadió mientras removía la pasta con el tenedor―. Luego tuve que suspenderle el examen de Ciencias Sociales porque lo hizo fatal, pero oye, que el detalle lo tuvo.

Me reí por lo bajo y probé por primera vez los espaguetis a la carbonara que, por suerte, me quedaron bien. La última vez sabían fatal.

―¿Tú hiciste algo?

―Sí, bastantes. Fui en tren a Manchester a dar una conferencia a una convención, volví tras la hora del almuerzo y al llegar pasé consulta a tres personas. Por la noche, cené y vi un reality de parejas que se casan conociéndose a ciegas. Es bastante interesante; hay un sinfín de perfiles muy divertidos de analizar.

―Me refería a otro tipo de cosas, pero oye, buen San Valentín el tuyo. ―Rio mientras me daba un pequeño codazo.

―Quedé con Theo para el día siguiente; eso es lo más cercano a una cita que he tenido en años.

―¿Y qué hay de Aurora Winslow del podcast?

Miré a mamá con la boca llena y ella hizo lo mismo. Sonrió. Puse los ojos en blanco y volví mi atención al plato.

―Voy a pasar por alto que has metido a Aurora y "cita" en una misma conversación.

―He leído cosas.

En las nubes ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora