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Marzo, 2000

Las vacaciones de primavera siempre han sido algo que no le gusta, el clima es inestable, los insectos entran en casa y su nariz pica día y noche, mientras su madre corre detrás de él para mantenerla limpia. La sensación húmeda de los pañuelos en su nariz es algo que odia hasta el punto en que, más de una vez, se le ha regañado por golpear la mano de su madre para que lo quite rápido.

Por todo esto es que es el menos infeliz esta mañana de marzo, fuera de la escuela con su madre acariciando su cabello y sonriéndole con ojos brillantes. Está listo, bueno, listo y con el entrecejo arrugado, porque su expresión es un constante vaivén entre adorar volver a la escuela, sabiendo que los primeros vestigios de la primavera ya se han marchado, y odiarla con todo su corazón, porque no le permiten hacer lo que a él le gusta.

—¿Por qué no puedo traer un rompecabezas? —cuestiona, cruzándose de brazos.

—A la escuela vienes a estudiar —contesta su madre. Le extiende su mano, él la toma sin pensarlo para ingresar en dirección a su salón—. Son las reglas, ¿recuerdas? Nada de juguetes que interrumpan tu aprendizaje. Primero la escuela, y después...

—Jugar —masculla para terminar sus palabras—. Ya sé, pero pude mostrarle a Mimi, creo que le gustaría.

—En casa podremos armarlo los tres juntos ¿sí? Este fin de semana podemos llevar a Jimin a casa. —Detiene su paso, es hora de despedirse. Su madre se agacha de cuclillas frente a él y le besa una mejilla—. Sé respetuoso y haz tus deberes. Recuerda que tu padre pasará por ti hoy, ¿bueno?

—Sí, mami.

—Te amo.

—Y yo... digo —sacude su cabeza—: yo también te amo.

Su madre le explicó siempre que, la fuerza del amor también se demuestra en la palabra, al menos, cuando no hay más opciones, y siempre se debe ser claro, evidente, obvio, hasta redundante, jamás tener vergüenza de lo que se siente cuando se siente. Por ello, cada vez que alguien le dice «te quiero» o «te amo», contesta con las mismas palabras, nunca «y yo» o «yo a ti» o «yo también».

—Yo también... ¿qué? —inquirió su madre la primera y única vez en que se lo respondió de esa forma—. Debes ser claro con tus palabras, Hoseok, nunca sabes si pueden ser malinterpretadas.

Luego tuvo que explicarle que malinterpretar significa «entender algo de forma incorrecta», y que incorrecto significa lo contrario a correcto» y que correcto significa «hacer algo bien».

La curiosidad es algo que Hoseok heredó, no está claro de quién, en realidad, sólo que es una característica de su personalidad que casi puede palparse. Es el mejor estudiante de su salón, y no porque sea callado y ordenado, es más, no hay quien lo calle jamás. Su mano siempre está arriba, cada clase aprende una palabra nueva, además de las lecciones usuales, y repetirlo es una de sus costumbres más arraigadas, hasta que lo vuelve parte de sí mismo. Sólo por ello, su lenguaje es más completo que el de sus compañeros, algo que, por alguna razón que nadie le explica, sin importar cuantas veces pregunte, causa diversión a todos los adultos que conoce.

El padre de Hoseok es uno de esos adultos, pues sonríe y parece que algo lo divierte en exceso cuando le explica que hoy ha conocido la palabra seccionar, porque su maestra no ha sabido explicarlo de otra manera hasta que él ha expresado su curiosidad.

—Seccionar significa «dividir en secciones» —dice Hoseok.

—¿Y qué son las secciones?

—No lo sé —contesta, frunciendo los labios. El vehículo se detiene para dejar a Park Jimin fuera de su casa, como cada día en que su madre se encuentra de turno en el hospital hasta la medianoche. Hoseok se despide con la mano, y esperan a que su amigo ingrese a su casa antes de poner el vehículo en marcha una vez más—. La maestra no me lo quiso explicar, arrugó las cejas y me pidió que continuara trabajando, porque ella estaba cansada.

—Que hija de p... —habla entre dientes. Luego, suspira—. Bueno, yo te lo diré —reinicia cambiando el tono de su voz—: secciones significa «separar una cosa en muchas».

—¿Iguales o diferentes?

—Ambas.

La boca de Hoseok forma una perfecta O.

—Gracias, papi. —Silencio—. ¿Me compras un nuevo rompecabezas?

Su padre ríe.

—Está bien. Te lo has ganado.

El rompecabezas es de un dinosaurio que no conoce, pero cuyo cuello largo le encanta hasta el punto en que chilla y aplaude, mientras sonríe hasta que sus ojos desaparecen. Park Jimin es el primero en armarlo junto a él, más de cinco veces en una misma tarde, y le hace prometer que lo llevará el lunes siguiente para volver a jugar en la escuela.

No obstante, la mañana del lunes lo único que hay en su rostro son lágrimas y mocos deslizándose hacia su boca, cuando su madre le niega de forma rotunda el poner el rompecabezas dentro de su mochila.

—Lo siento, hijo, pero no se puede —ella suspira por enésima vez.

—Pero... pero, mami... se lo prometí a Mimi.

—Ya no puedes llevar juguetes a la escuela —reitera—. Ya no tienes cinco años, ¿recuerdas?

No entiende por qué ha tenido que cambiar de su salón de clases favorito, lleno de juguetes, diversión y asientos acolchados, a un salón blanco, con asientos duros que hacen doler su espalda y en las cuales no puede jugar con nada. Expresando ese descontento, se cruza de brazos y se lanza al suelo.

—Entonces, no iré —clama.

—Irás —sentencia su madre—. Y tienes cinco segundos para levantarte y dejar que termine de arreglarte, o tendré que pedirle a tu padre que no compre más rompecabezas para ti.

Los talones de Hoseok golpean el suelo con insistencia.

—Pero, mami —solloza.

Ese suspiro que expresa un agotamiento que Hoseok no es capaz de notar, aparece, y su madre se sienta en el suelo junto a él, buscando su mirada, mientras intenta acariciar su cabello de forma fallida, porque Hoseok decide tomar distancia de ella.

—Hijo, tú y yo hablamos sobre esto anoche —habla con suavidad—. Y muchas veces antes, te he explicado que puedes jugar todo lo que quieras con tus rompecabezas, pero aquí en casa. La escuela no te permite llevar juguetes, ¿recuerdas por qué?

Claro que sí, lo sabe bien.

—No —contesta.

—Porque si alguien los rompe o se pierden, ellos... —Hoseok desvía la mirada y niega con su cabeza. No pretende seguirle el juego hoy—. Ellos no van a responder ante ningún objeto que tú pierdas o se te rompa. Por eso no puedes llevarlo. ¿Qué sucede si se te pierde una pieza? ¿O si alguien lo ensucia o le cae algún líquido que lo arruine? Te vas a molestar o a poner triste, ¿no es así? —Él asiente, inflando las mejillas—. Por eso es mejor que no lleves nada. Juegas aquí y ya está.

Sabe bien que no puede rebatirlo, es imposible, su madre tiene toda la razón, pero Hoseok está tan empecinado que acaba yendo a la escuela mediante el uso de la fuerza: a rastras y llorando. Apenas se calma cuando el vehículo se detiene fuera del establecimiento, con el dolor más grande que ha sentido su corazón, y ahora también está absoluta y completamente al borde de caerse de sueño, a causa del llanto prolongado. Le cuesta tanto, es tan agotador, tan inquietante todo lo que siente que opta por callar. No saluda a Jimin cuando llega, apenas mira a la maestra antes de sentarse.

Es un berrinche que se extiende durante semanas.

Es un berrinche que se extiende durante semanas

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Desde 1993 🎨 yoonseok.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora