doce

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Junio, 2022

—Domaris, por favor, son las doce de la noche. Andá a dormir, boluda —se quejó Matías por quinta vez, tirándome un cojín a la cabeza.

—Qué ya voy, pesado.

—Corten el mambo los dos —dijo Agustín.

—¿A mí me decís? No soy yo quien lleva dos horas hablando con Enzo como si no hubiera hablado en años. Le llamás todos los días, nena. Todos los días. Mañana ya volvemos. Podés estar unas horas sin hablar. Dale.

—La próxima vez que llames a Malena te voy a cantar las cuarenta a ti también.

Durante todo el mes en Chile, Agus, Mati y yo estuvimos compartiendo habitación de hotel. Era como tener que compartir 20m2 con tus insoportables hermanos.

—Dale, chiquita, andá a dormir —me llegó la voz de Enzo a través de los cascos—. Tenés que descansar.

—Bien, te veo mañana. ¿Vais a estar en el aeropuerto?

—Obvio. Te voy a llevar unas mediaslunas. Y una milanesa. Y un pancho.

Sonreí. Mañana, oficialmente, terminaba mi dieta. Había perdido casi 25 kilos en total. Pesaba 51,3. Nunca había estado en un peso tan bajo. Empecé la grabación pesando 75 por el superávit calórico que había hecho durante algo más de un mes. Mi peso habitual solía estar entorno a los 68 kilos, más o menos, lo cual, para medir 1,80, estaba bastante compensado, según mi opinión.

—Con que estés tú me vale.

—Te veo mañana, chiquita.

Ahora casi siempre me llamaba así. Me encantaba, desde luego. Le lancé un beso y terminé la videollamada, poniendo a cargar el móvil en la mesilla de noche.

—Por fin, boludo...

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Recogí mi maleta de la cinta transportadora más nerviosa de lo que había estado en siglos. No eran unos nervios malos, sino más bien excitantes, casi juveniles. Me sentía como si estuviera otra vez en el colegio, pero sin todo lo que odiaba de aquella época de mi vida. Me sentía... como una niña. Los niños siempre sienten diferente, con más ilusión, con esperanza absoluta, un deseo incontrolable. Así estaba yo. Rebosaba de mi niña interior.

—Venga, venga. Daros prisa —apremié a Mati y Agus.

—Che, no puedo pedirle a la valija que salga más rápido —dijo Matías, exasperado por mi propia exasperación ––Va a salir cuando le dé la gana.

—Podés ir arrancando si querés, ya nos vamos a juntar más adelante.

Negué la cabeza, apoyándome contra el cuerpo de Agustín.

—Vamos juntos, como siempre.

Si antes del último mes mi relación con Matías y Agustín no se podía ya considerar extremadamente sólida, ahora ya nadie iba a tener ni un ápice de dudas. Lo hacíamos todo juntos. Cada vez que hablaban con sus familias, sus amigos o sus novias, salíamos los tres en las pantallas de las videollamadas. La madre de Matías me llamaba por las mañanas para desearme una buena mañana, la novia de Agustín se pasaba el día mandándome memes de Rebelde Way. Mi padre siempre me preguntaba por los chicos, o directamente les llamaba a ellos, sobre todo a Mati, por si necesitaba algún "consejo de hombre", vete tú a saber lo que hablaban en esas charlas.

—Nos vamos a comer una milanesa ahora mismo —dijo Matías cuando su maleta llegó a nosotros por fin.

—¿Qué es una milanesa? —pregunté. Había escuchado la palabra muchas veces, pero nunca me había molestado en averiguar qué era exactamente. A mí me sonaba a postre.

hielo y sal | enzo vogrincicDonde viven las historias. Descúbrelo ahora