prólogo

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Abril, 2021

Mi vida acababa de irse a la mierda en cuestión de un par de meses. Me había adentrado en un pozo muy oscuro cuya salida estaba cada vez más lejos. Completamente fuera de mi alcance. Me estaba ahogando.

Lo último que me esperaba en aquel momento fue el correo que me envió mi mejor amiga, mientras yo me consumía en un mar de lágrimas y gritos sordos, encerrada en mi habitación. Encerrada en mi casa. "La nieve casting". Marqué su número en el teléfono, sonándome la nariz con uno de los muchos pañuelos usados que había esparcidos por mi cama.

—¿Lo has visto?

—¿Qué se supone que es eso?

—O sea, que no lo has visto.

—¿Por qué me envías un casting? ¿Es de verdad?

—Creo que deberías hacerlo.

—Tú estás tonta —dije simplemente, recostándome contra el cabecero de la cama.

—Hablo en serio.

—No, si yo también. ¿En qué momento se te ha pasado por la cabeza que yo me ponga a hacer un casting?

—Das el pego muchísimo. No tengo ni idea de qué es, pero eres clavada al personaje que describen. Míralo.

—Eva. Que no voy yo ahora a ponerme a mirar nada.

—¿Por qué no?

—Para empezar, no soy actriz —dije con obviedad—. Es que no sé de dónde te estás sacando tú esto. En la vida me habrás oído a mí hablar de actuar.

—Te vendría de puta madre, Doma. Para despejarte la cabeza.

Me reí. Por primera vez en un mes, aproximadamente.

—Sí, claro. Justo lo que necesito. En medio de la pandemia, en mi cuarto año de Derecho, con mi madre muriéndose de cáncer en casa.

—No digas eso —me reprendió.

—¿Cuál de todo lo que he dicho?

—Sabes perfectamente cuál.

—Es la verdad —dije mientras se me volvía a emborronar la vista por las lágrimas—. Así que ya me dirás tú para qué coño me envías esto. Suficiente tengo yo ya.

—Solo... míralo. Creo que te vendría bien.

—Pero si yo no sé actuar...

Abrí con ninguna expectativa el documento que había adjuntado en el email. La información era de lo más escueta posible. Eran un par de páginas nada más. Medio folio con una descripción del personaje. Una joven española de 24 años, criada en el seno de una familia bilbaína acomodada. Melena larga castaña y ondulada. Penetrantes ojos pardos con gruesas pestañas. Nariz romana y labios carnosos que siempre iban pintados de rojo carmesí. Y, destacado en letras en negrita, metro ochenta de altura. Sí, perfectamente podrían estar hablando de mí.

Las otras dos páginas era un diálogo. O más bien casi un monólogo, puesto que solo había dos personajes. La Chica. El Chico. Dos frases sueltas de él. Cinco párrafos de ella. Y mi corazón dio un vuelco cuando leí las palabras que salían de su boca. Dolor. Dolor puro y extremo. De los que te arañan las entrañas. De los que te dan ganas de gritar para poder sacarte un poquito de esa locura visceral que te atraviesa de arriba abajo. El mismo dolor que yo llevaba meses sintiendo. Por unos instantes sentía que esas palabras brotaban de mis labios, porque yo gritaba unas muy parecidas en mi cabeza todos los días.

—¿Sigues ahí?

—¿Dónde has encontrado esto? —pregunté, y noté cierto brillo en mi voz. Creo que Eva también lo notó.

—En una página donde suelo buscar anuncios para maquilladoras de cine —respondió, precavida. Supuse que para no volver a espantarme la idea—. También buscan maquilladoras. Haz el casting.

—Nunca he hecho un casting.

—Yo te ayudo.

—No sé ni por dónde empezar.

—Yo te ayudo —insistió, con más fuerza.

—Eva, esto es una estupidez. En un año me gradúo en Derecho...

—Domaris —me interrumpió—. ¿Qué has sentido cuando lo has leído?

—Yo no...

—¿Qué has sentido? —me interrumpió otra vez.

Me mordí el labio inferior con fuerza.

—Me he sentido identificada con su dolor.

—Lo he abierto porque me ha llamado la atención y siempre miro anuncios de castings para mi hermana. Pero te he visto a ti nada más le he dado un vistazo rápido.

—Debería hacerlo Isa.

Isabel, su hermana pequeña, siempre había querido ser actriz.

—También lo va a intentar. Pero yo te he visto a ti.

—No soy actriz. Voy a ser abogada.

—¿Y qué? ¿Nunca te has imaginado en una alfombra roja o recogiendo un Oscar?

—Eso son sueños de niños.

—Los sueños valen para todas las edades. No pierdes nada por intentarlo.

—Pero si es que no pone nada... no dan a penas información, vete tú a saber de quién es esto.

—¿Qué más da?

—No sé...

—Así por lo menos pasas el tiempo.

—Tengo los finales a la vuelta de la esquina. No estoy yo como para pasar el rato.

—Es grabar un vídeo de cinco minutos. Ya después se va viendo.

—No va a haber un después.

—Entonces, ¿qué son cinco minutos de nada?

Supuse que tenía razón. Cinco minutos no eran nada, y tenía una excusa para llorar a gusto, diciendo cómo el mundo era un auténtico hijo de puta. Cinco minutos donde poder quejarme de mis propias miserias a través de un dolor que no era mío pero que me resultaba familiar. Cinco minutos para quedarme a gusto.

Cinco minutos que cambiaron mi vida entera.

hielo y sal | enzo vogrincicDonde viven las historias. Descúbrelo ahora