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"... Las lágrimas son palabras,

que necesitan ser escritas..."



Pov San

No volvimos a hablar de eso.

Aquellas confidencias, aquella conversación nació y murió allí mismo.

Sin embargo, dentro de mi cabeza todas esas duras palabras seguían martirizándome una y otra vez.

No entendía porque pensaba así, pero sabía que algo había detrás de aquello que aún no me había contado.

Quizá, era solo cuestión de esperar, tal vez con el tiempo cambiara de opinión.

Tres días enteros me pasé distraído, cabizbajo y dándole vueltas al asunto.

La última noche antes del campamento de la universidad, ayudé a mi novio a preparar su maleta y fuimos a mi departamento para partir juntos temprano en la mañana siguiente.

Estaba más que contento porque había hecho la audición y le habían entregado como en un principio el papel principal.

Apenas pude mantenerme de pie cuando abrí la puerta y se me tiró encima, con las piernas rodeándome la cintura con fuerza mientras reía a carcajadas.

Al acabar de cenar, ya con nuestros pijamas puestos, nos echamos juntos en el sofá, haciéndonos mimos, de la misma manera como lo habíamos hecho tantas veces.

Yo le abrazaba por detrás, dejando besitos suaves en todo su cuello descubierto, dando pequeños mordisquitos que hacían que se le escaparan sutiles quejidos que a mí me estaban transportando al mismísimo cielo.

La cosa se calentó en cuestión de minutos, cuando mis besos empezaron a bajar despacio hacia el hombro y la clavícula.

Sin previo aviso, se giró pegando su pecho al mío mirándome con ojos hambrientos.

Una de sus manos se enredó en las hebras de mi nuca y la otra se coló por debajo de la manga de la camiseta.

Poco a poco el beso fue tomando profundidad y unos dulces suspiros salían de su boca sin permiso.

En medio de nuestra guerra de lenguas, una traviesa mano bajo hasta masajear mi erección por encima del pantalón, sacándome un gemido intenso ante la sorpresa.

—¡No pares!— le susurré al oído, besando su oreja y lamiendo el lóbulo de esta.

Mi cadera se movía inconscientemente, buscando más fricción con aquella palma que me hacía agonizar y ver las estrellas.

Un par de gotas de sudor caían por mi frente y él sonrió, metiendo la mano ahora por debajo de la ropa interior.

Aquel tacto tan suave, con esos pequeños dedos sujetando toda mi longitud, hicieron que mi autocontrol se fuera al carajo.

Intenté respirar hondo para así activar mi modo planta y no acelerar las cosas, pero cierto omega no parecía estar de acuerdo con esto.

—¡S-san, te necesito!, q-quiero s-sentirte...— pidió con la voz entrecortada y la piel se me erizo.

Lo miré para asegurarme de lo que había dicho y sonreí al ver su semblante tranquilo.

—¿Estás seguro, bebé?, ¿de verdad quieres que te haga mío?— pregunté cambiando de posición, dejándolo debajo de mí y besando su pecho casi sacando la camiseta.

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