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La  historia que viví no es de contar, es tan increíble que dudo que me creas. Sinceramente no entiendo por qué me tomo la molestia de hacerlo, porque está claro que pensarás que estoy loco. Y puede que lo esté, porque la locura sería la explicación fehaciente para lo que viví. Pero esa es la salida fácil ¿no? Entregarse a la locura es mejor que aceptar las implicaciones de lo imposible.
Supongo que debo presentarme debidamente. Mi nombre es Clay, Clay Berry. Soltero, argentino, 25 años de edad y con mucha mala suerte.
No hay mucho que decir de mí, salvo que al universo le gusta darme patadas.
Trabajo en una oficina diseñando páginas web, gano lo suficiente para pagar un apartamento decente en Caballito, Buenos Aires, Argentina. Para comer todo lo que se me antoje y para salir con amigos de vez en cuando.
Fue en una de esas salidas con amigos que me pasó lo impensable.
¿Sabes que cuando sales a una fiesta con alcohol, alguien debe sacrificarse para ser el conductor designado? Tristemente yo era el conductor designado ese día.
¿Por qué tristemente? Adivina.
No soy bueno para llevar mucha responsabilidad. La verdad es que todo eso del compromiso y la lealtad me cansan bastante. Y además, les juro que soy muy bueno conduciendo ebrio, en serio. Jamás me pasa nada al volante, soy un experto, un piloto ¡Un crack frente al volante! Siempre que sea un coche automático, desde luego.
¿Qué pasó esa noche? Pues que bebí cuando no debía hacerlo. ¿Y qué pasó después? Pues que mi coche se averió; mis amigos y yo tuvimos que ir apretados en los asientos del pequeño Chery de Alfonso, el tipo de contaduría. Fue una suerte haberlo invitado y que aceptara, no suele ser muy sociable con la gente. Y cuando digo la gente, quiero decir conmigo. El era un hombrecillo robusto y con el mostacho más poblado que hubiera visto jamás. Me sorprendí mucho cuando me enteré que nació siendo mujer. Aunque esa es una historia distinta que no tiene nada que ver con lo que pasó aquella noche.
El caso es que todos cupimos bien apretujados dentro del diminuto automóvil. Maldije cuando me senté al volante y me di cuenta que el asiento del piloto estaba muy adelante para que mis largas piernas se sintieran cómodas. Soy un hombre de contextura más bien robusta y grande.
Alfonso estaba casi inconsciente en el asiento trasero, sobre las piernas de los otros compañeros del curro. Martinica estaba cantando rancheras estridentemente y Douglas le decía que su voz alteraba todos sus chakras. Básicamente le decía que se callara porque cantar se le daba de pena.
Con dificultad los logré llevar a todos a sus casas. Dejando de último a Alfonso.
Llegamos a su casa. Intenté despertarlo en vano, estaba tan ebrio que aunque despertara jamás podría mantenerse en pie por sí mismo. Así que hice lo que un compañero de parranda debe hacer; busqué sus llaves en sus bolsillos, abrí su casa y lo arrastré dentro. Lo arrojé sobre la cama, le quité los zapatos y lo puse de lado para que no se ahogara en su propio vómito. Luego fui a la cocina, me comí todo el queso de la nevera, porque... bueno ¿por qué no? Y me largué de allí.
No quería pasar la noche en su casa, cuando estoy ebrio, tengo difuso el umbral del respeto al prójimo. La primera borrachera que tuve fue en casa de un tío; no diré qué hice, solo aclarar que a día de hoy no puedo pisar el suelo de esa propiedad; orden de alejamiento.
La tragedia no ocurrió por conducir ebrio. La verdad es que yo no tuve como tal la culpa... a no ser que invertir tiempo en robar queso ajeno fuese un delito universal tan grande como para que el karma me haya castigado así.
Hasta ese día yo era ateo. No creía en nada que mis ojos no pudieran ver. Y aunque aún no estoy seguro en lo que creo pienso que a Dios le gusta hacer bromas pesadas. Quizás sobre reacciona un poco. Creo que necesita clases de control de la ira. O sea, Adan y Evan van y comen manzanas ¿qué hace Dios? Los desaloja del paraíso. Yo no estoy seguro qué habré hecho mal. Pero a mí me desalojó hasta de mi propia realidad. Espera ahí un momento, ya voy a llegar a esa parte.
La noche de tragos, conduciendo el claustrofóbico automóvil de Alfonso, en un semáforo con una luz roja. Ahí, de la nada y sin previo aviso, un camión de basura vino a toda pastilla en mi dirección, por el carril contrario. Aún no sé a quién culpar por lo que pasó aquella noche. Si al alcohol que bebí y no me dejó reaccionar a tiempo para intentar apartar el Chery del camión de basura... al queso de Alfonso, por retenerme comiendo lo suficiente para estar justo ahí en el momento equivocado... o mi viejo Mustang por averiarse esa noche. Sea como fuere el camión era irrefrenable...
Resulta que era un camión robado y el conductor andaba ciego de drogas y perseguido por la policía. Acabó muerto.
Yo simplemente acabé en el hospital. En coma. Por semanas.
Cuando desperté tenía una cicatriz en la cabeza. Me retuvieron un mes y poco más. Me recomendaron reposo absoluto al volver. Milagrosamente estaba bien. Aparte de estar en coma no sufrí mucho daño cerebral, al menos eso dijeron los doctores.  Lo bueno es que tenía seguro médico y al despertar no acabé con deudas millonarias.
No recuerdo lo que soñé durante el coma; sin embargo recuerdo lo que soñé la primera noche de regreso a casa. Fue tremendamente aterrador y algo humillante tal vez.

DEL OTRO LADO NO SOY YO MISMO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora