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—Terrible, inaceptable —gruñó la señora Fall planteándome los exámenes en la mesa del comedor—. Clay ¿por qué tienes tan mala caligrafía? Tu amigo Alfonso demuestra tener un control completo de la letra cursiva.

—Porque las manos son de él… y las mías son las mías —me excusé con incomodidad, no estaba acostumbrado a recibir regañinas—. La caligrafía no es importante.

El rostro de la señora Fall se volvió impasible, duro, con ojos penetrantes y mortíferos.

—Amigo, no debiste decir eso —comentó Benji sentado al otro extremo del comedor.

—¡¿Cómo que no es importante?! Una letra agradable al gusto dice mucho sobre una persona, basta con preguntarle a un cartógrafo.

—Bueno… voy a ser médico —intenté excusarme por cualquier medio—. Si tuviera letra bonita me desprestigiarían.

La broma no pareció aminorar el entrecejo fruncido de la señora Fall, todo lo contrario, lo acentuó.

—Estás cavando tu propia tumba —condenó Benji, él observaba todo desde su asiento, como si hubiera visto la escena varias veces ya—. Dile adiós a tu brazo.

La señora Fall fue de prisa a un cajón y extrajo 5 cuadernos, todo ellos llenos con planas; líneas de caligrafía cursiva puestas de ejemplo para imitar una y otra vez. 

Yo acaba de recordar esto, no era nada bueno <<En este universo también tienen esta tortura china, creí haberme librado de ellas en primaría>>

—Vas a hacer 10 hojas todos los días a la perfección. ¿Me oyes?

—Pero…

—¡Es una orden!

—Esto no es…

—¡Y sin protestar! Ningún hijo mío tendrá letra de mendigo.

—¡Pero todo se hace a computadora en estos tiempo! —Protesté.

—Doces páginas.

—¡¿Qué?! 

—¡Quince! Y como vuelvas a quejarte serán veinte.

Cerré la boca, mordiéndome el labio. Esto era una injusticia. Maldije el momento en que le pedí ayuda para leer la carta de Alfonso. Estúpido Alfonso y su estúpido francés, estúpida letra perfecta de Alfonso. 

—Todo esto es tu culpa —le gruñí a Benji cuando Elvira había abandonado la estancia.

—¿Mía?

Tomé el bolígrafo y empecé a escribir todo con la mano izquierda, se sentía raro tener seguridad para escribir en la mano que siempre consideré débil. 

—Si no te hubieras burlado de mí en la mañana te habría pedido ayuda para leer la carta.

—Me alagas, pero mi francés no es tan bueno como el de mamá. Aún soy A2. Pero ella lo habla, escucha y escribe a la perfección.

—Da igual, es tu culpa. 

No necesariamente lo era, quiero decir, fue culpa mía por pedir ayuda a la persona equivocaba, lo acepto; eso no me quitaba el placer echarle la responsabilidad de mi sufrimiento a otro.

—Tranquilo. Te dejará de poner tarea cuando vea que mejoras. Temprano que tarde dejará de prestar atención a como escribes.

—¿Me lo juras?

—Claro. Se centrará en que pases los exámenes del colegio.

—¿Colegio? ¿Tengo que ir al cole? —eso me parecía una absurdez—. Yo no necesito ir al cole. Ya sé todo lo que hay que saber. 

DEL OTRO LADO NO SOY YO MISMO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora