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Cuando regresamos a casa los señores estaban al tanto de nuestro juego propuesto por la doctora Pomme. Sorprendentemente se vieron bastante interesados.

—Será una buena forma de estrechar sus lazos de hermanos —dijo Elvira.

—Sin mencionar que podría ser divertido —acordó Adán—. Esa señora Pomme siempre se  saca un as debajo de la manga. 

—Entonces ¿ninguno de ustedes está en contra de esto? —pregunté, tanteando el terreno.

—Nos unimos al juego —acordó Elvira.

Así fue como empezamos, ya para la hora de la cena los roles empezaron a expresarse lentamente.

—Oh, hermano mayor. ¿Me pasas la sal? —me dijo Benji con una sonrisa en los labios.

—Claro… emm... “Clay”. Desde luego que te pasaré la sal. Después de todo soy tu hermano mayor —contesté risueño.

Me estiré para alcanzar el salero, pero en lugar de pasárselo aproveché para echar yo mismo sal en su comida.

—Benji, ¿qué haces? —protestó él al ver mi iniciativa.

—Cuido tus cantidades. Mucha sal es mala para ti —le guiñé un ojo. 

—Oh… Hermano mayor. Qué atento. ¿Sabes? Siempre quise alguien que me cuidara de forma tan atenta como lo haces tú.

—Considérate cuidado, hermano menor.

Las caras de Adán y Elvira en un principio eran impenetrables. Salvo que, la señora se levantó, limpiándose los labios cubiertos de salsa de tomate y se excusó un instante diciendo que había olvidado algo en la cocina. La seguimos con la mirada, iba muy deprisa cuando se perdió por puerta de la sala. Finalmente, oímos que apenas llegó a la cocina se estaba desternillando de risa. 

Adán por su parte, hizo una mueca y se levantó presuroso, imitando a su esposa. Argumentando que él también necesitaba buscar algo en la cocina. De pronto fueron dos seguidillas de carcajadas que escuchábamos a la distancia, con murmullos incluidos. 

Benji y yo nos quedamos mudos, esperando a que los adultos volvieran, sin entender del todo qué se les hacía tan gracioso.

Al volver ambos a sentarse en la mesa trajeron consigo una canasta de pan y limonada. Sus caras estaban algo rojas pero sus ganas de burlarse a escondidas de nosotros parecían saciadas por el momento. 

—¡Ejem! “Benjamin” —me llamó Elvira con un tono aterciopelado—. ¿Podrías ponerle el babero a tu hermano? Le necesita para probar el consomé, no lo olvides.

—¡Claro mamá! En seguida —vigorosamente me levanté, me planté detrás de Ben y até tras su cuello el babero con mi nombre—. ¡Listo! Estás mejor así.

—Guau… Gracias… “Benji” —musitó él, fingiendo una sonrisa—. ¿Qué haría yo sin ti?

—De hecho, ejem. “Clay”. Me preocupa que te manches como la última vez que comimos espaguetis. Ben, ¿podrías ayudar a tu hermano? Ya sabes, como cuando se vistió de león para la fiesta. 

Mi sonrisa se amplió, miré a Ben y dije, saboreando el momento:

—Por su puesto papá. Lo que quieras.

—Papi, ¿es necesario? Ya tengo las manos libres —negoció Ben, mirándolo con ojos matadores.

—¿Pasa algo “Clay”? En la fiesta estabas muy cooperativo.

—Pues… es que no lo veo necesario…

—Tonterías. Disfruta que te cuiden. Estamos para consentirte, “Clay”.

DEL OTRO LADO NO SOY YO MISMO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora