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Desperté sin aliento, ante mí aparecían borrosamente la copa de los árboles y un fuerte zumbido en mis oídos. Fatal se queda corto para describir lo que estaba sintiendo, era prácticamente agonía lo que sentía.

—¡Clay! Respira, respira Clay —Adán estaba ahí, mojado hasta el último pelo, con una mirada desesperada. 

Había vuelto ¡Me habían salvado. Aún existía vida para Clay Fall. 

Benji me metió el inhalador en la boca y me pidió que respirara.

Yo tosí después de la primera bocanada. Me dolía el pecho y me pesaba todo. Tenía tanto frío… Sin embargo, estaba poniéndome alerta.

—¡Oso! Oso —intenté decir con voz áspera—. Hay un oso.

—Ya está Clay. Ya no hay osos, ya se fueron —Adán me abrazó con alivió, estaba llorando arrepentido, al igual que su hijo, quien me miraba espantado, sin saber qué hacer a continuación. Podía intuir lo que estaba pensando “Por poco vuelve a pasar”. O algo parecido, seguro se echaba la culpa de esto también—, no vuelvas a asustarnos así, Clay. Nunca. 

—Perdón —me sentía mal. Los hice pasar por un mal momento—. Perdón Benji, no quería asustarte. 

—¿Pero qué dices? Fue culpa mía. Si hubiera estado contigo.

—No…, fui yo. Perdón —quería decirle muchas cosas, pero no me salían las palabras. Apenas podía mantenerme despierto.

—Ya está bueno. Nadie tiene la culpa —sentenció Adán—. No es momento para decir esas cosas.

Volvimos al campamento. Adán me preguntó si me sentía bien para pasar la noche, creo que tenía la pretensión de llevarme a un hospital, pero ya estaba anocheciendo y yo no sabía qué tan lejos estaba el más cercano. Por un momento quise decirle que mal, pero poco a poco me iba sintiendo mejor. No era necesario irnos. 

—No quiero arruinar el viaje —le dije después de que me insistió por décima vez si me sentía bien—. Me estoy sintiendo mejor.

—No tienes que mentir, nadie se enojará, Clay —dijo Benji—. Si te sientes mal solo nos vamos.

—Quiero estar aquí, no quiero que nos vayamos.

—¿No te asusta que venga otro oso?

Por un momento me quedé desconcertado, sí, me asustaba que vinieran otros osos, me asustaba que viniera el mismo oso de antes a terminar el trabajo ¿qué había pasado con el animal? 

—Me quiero quedar, por favor. Me quiero quedar y… plantar árboles mañana. 

—¿Estás seguro?

—Sí —contesté, decidido—. ¿Y podríamos no… decirle a… mami, de esto?

Adán se quedó desconcertado por un momento, no le veía sentido a eso. Yo sabía que, si le contábamos, probablemente se opondría a que el viaje se repitiera en un futuro. Así son las madres.

—Si le dices, yo le diré que trajiste cerveza —amenacé

—Clay… ¿Cómo sabes si traje o no?

—No importa —intenté reírme—. Me creerá aunque sea mentira —tosí, sonriendo. 

Benji miró a su padre, se encogió de hombros y le dijo:

—Ahí te atrapó.

Adán no parecía muy seguro. Pero aceptó bajo una condición. 

—Si descubro que te pasa algo grave nos iremos, Clay, que te quede claro. 

Estuve cubierto con una manta desde que me cambié de ropa hasta que acabó de caer la noche. Adán había comprado algo de ropa térmica de mi talla, dado que tenía asma me convenía entrar en calor por las noches. Al menos esa era su forma de pensar, yo en realidad no entendía la conexión entre el frío y la enfermedad en sí, pero me alegraba de estar cálido en este ambiente hostil. 

DEL OTRO LADO NO SOY YO MISMO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora