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En casa Elvira aprovechó para sacar su viejo mat de yoga. Lo extendió a lo largo de la sala de estar después de limpiarlo un poco, colocó unas velas aromáticas y golpeó con un palo una olla curiosa que producía un sonido largo y vibrante. 

Me sorprendió, pues decidió iniciar su promesa de volver al yoga ese mismo día poniendo la casa patas arriba en lo que buscaba su indumentaria y artilugios. La sala de estar acabó pareciéndose mucho al estudio de yoga en el centro comercial. 

—Elvira ¿era necesario todo esto apenas llegar a casa? —preguntó su esposo con un dejo de incomodidad. Quedaba claro que no le placía esta decisión aunque no se atrevía a mencionarlo.

—Para hacer las cosas hay que hacerlas bien, querido. Ya me conoces. 

—¿Y era necesario que sacaras la olla que hace ese ruido budista? —preguntó, señalando el recipiente que vibraba entre las manos de ella—. ¿Para que lo necesitas siquiera?

—Hay tantas cosas incorrectas en esa pregunta que me perturbaría entrar en disputa por esto. Y esta “olla” como tú le llamas, produce un sonido relajante para equilibrar los chakras; me ayuda a relajarme.

Adán se comió sus objeciones, en lugar de expresar sus quejas, que era lo que yo estaba esperando que hiciera, pues tenía curiosidad, se marchó a la habitación a descansar. 

<<Ya veo quién trae los pantalones por aquí —pensé maliciosamente—. Mejor no hacer enojar a Elvira nunca ¿eh, Adán?>>

—Querido, quítate los zapatos. Busqué un Mat para ti también.

—¿Eh? ¿Yo? —me sobresalté un por un instante, no sabía que también iba a incluirme en la sesión—. Pero hoy ya hice yoga. 

—Lo recomendable es practicar, querido.

—El instructor dices que hay que darte tiempo al cuerpo de recuperarse. 

Ella se rió con aquello, pero no cedió.

—Así puedo enseñarte más asanas. ¿No te gustaría aprender más allá del saludo al sol?

Me interesaba. Además fue divertido la primera vez, no perdía con intentar.

Accedí al tiempo que abandonaba mis zapatos y mis calcetines. La superficie de este mat era distinta, notaba que mis pies un poco sudorosos no resbalan al contacto. 

—De acuerdo, ponte primero en la postura inicial, abdomen adentro, pelvis mirando a tu obligo.

—¿Dónde qué la pelvis?

—Imita mis postura Clay, bien, así. Muy bien. ¿Quieres aprender la pose del guerrero? Te enseñaré, eso fortalece las piernas. 

—Creo que esa me la enseñaron hoy.

—Entonces la del guerrero 2.

—¿Hay más de una?

—Hay algunas variantes.

Durante los siguientes 20 minutos estuvimos respirando y practicando. Me sorprendió la flexibilidad que ella presumía. Parecía incluso más flexible que mi instructor. 

—Esta es la pose del árbol —dijo, sosteniéndose en una pierna mientras con la planta del pie libre aplastaba la cara interna del muslo de la pierna de sosten, sus manos estaban proyectadas al techo, dándole un aire más grande a sus figura—. Intenta.

Así mismo lo hice, pero perdí el equilibrio y empecé a dar saltitos en una sola pierna. 

—Es como la pose esa de karate Kit. Oye ¿Cuánto te tomó aprender a mantener el equilibrio así?

—No mucho, es todo práctica. 

—¿Puedes mantener el equilibrio en un bambú con esa pose?

—¡Ja, ja! Creo que no soy un monje shaoling.

Encontré un punto de equilibro. Hice acopio de toda mi concentración para mantenerlo. Recordando las instrucciones de mirar al frente, respirar pausadamente y de vaciar la mente de todo pensamiento. Me conecté con mi cuerpo cerrando los ojos.

—Eres bueno en esto, Clay. Algún día a lo mejor te pararás de manos. 

Ya teníamos que cambiar de postura, abrí los ojos lentamente mientras volvía a la postura inicial cuando, antes de que pudiera plantar el pie de vuelta en el suelo, vi que a través de la ventana una cara paliducha me observaba sombríamente, propia de una película de horror oriental.

<<Es él>>

Pensé justo antes de caer de espaldas sobre el grueso mat. 

—¡AH! 

—¡Clay! Cielo Santo, ¿estás bien? —Elvira rápidamente se arrodilló a mí lado, preocupada—. ¿Qué pasó, perdiste el equilibrio?

—Yo… —me senté sobre el tapete como pude y volví la mirada al ventanal; sorpresa la mía cuando vi la ausencia del chico rubio—.  No está…

—Clay ¿te sientes bien? Madre del amor hermoso, estás pálido como un muerto. Espera aquí un momento, voy por agua y azúcar. 

Al final, Elvira dio por sentado que me había sobre esforzado ese día y tuve una especie de descompensación, incluso me preguntó si el incidente sucedió antes en la primera sesión. Yo le dije que no, asegurando que me sentía fenomenal, a pesar de que ella obviamente sabía que me sucedía algo.

No le comenté nada del chico que me miraba a través de la ventana; sabía que no me creería, ni siquiera yo estaba seguro de créeme que había visto dos veces al mismo chico pálido, con su cabello mojado y sus ojos gélidos.

Me convencí a mí mismo de que estaba imaginando cosas, de que no podía darse el caso que de verdad me estuviera acosando una criatura sobrenatural. Eso me duró hasta esa misma noche, en que mientras me cepillaba los dientes escuché y contemplé cómo la cadena del retrete era jalada y el agua formaba un remolino limpio y cristalino, todo sin manipulación alguna. Y mirando más allá de este evento extra, ahí estaba él, sentado en la bañera recién vaciada, abrazando sus rodillas y apoyando la barbilla sobre estas. Los ojos brillantes me escrutaron, abiertos, sin pestañear, hundidos del cansancio aparente.

—¿Quién…?

Sin previo aviso tocaron la puerta del  baño, y en lo que me volvía para contestar que en un minuto salía, al volver a girarme no encontré a nadie ni a nada salvo una tina vacía.

No voy a intentar hacerme el valiente. Me estaba asustando, mucho. Yo creía en los fantasmas, y si eso no era un espíritu no sabía qué podía explicar aquellas apariciones. En todo caso, o me estaba acosando un ente o era mi cerebro atrofiado jugándome una mala pasada por tercera vez en el día. 

Ah, pero no era tan simple como eso ¿cierto?

<<Aparece una vez, y no importa. Aparece dos, y me asustas. Pero aparece tres veces… Eso ya es una película de miedo>>

Fue tanta la incertidumbre que tuve que asomarme a la habitación de Benji para solicitar su compañía en esa noche de espanto. Me rehusaba a descansar en mi habitación a solas con la negrura, en la que una silla con ropa podía convertirse en un gremlin si el sueño y la luz hacían una combinación peligrosa, y en donde una rama contra el cristal de mi ventana era los dedos huesudos de una bruja buscando carne. Y si bien me consideraba lo suficientemente maduro para no pensar en brujas y duendes, nadie podía detener, ni siquiera yo, a una mente sometida al estrés del asedio. 

Ben, sin embargo, ya estaba dormitando plácidamente sobre su cama. Boca abajo y con la mandíbula ligeramente distendida. De sus labios brotó saliva que encharcó la almohada.

Me arrastré debajo de su cama, dejando ligeramente la puerta abierta para que entrara la luz del pasillo, y junté la espalda contra pared. Dormí de medio lado, abrazando un cojín. Intenté olvidar mi mísero predicamento.

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Nota del A:
Dado que este cap resultó algo corto y hasta yo me sentiría indignado con su duración, he decidido que mañana mismo publicaré el 18.
Hasta el momento, sean felices.

DEL OTRO LADO NO SOY YO MISMO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora